OPINIÓN

Alamedas imperiales

En la sola adecuación de la séptima, tumbará nada menos que 1.565 ‘individuos arbóreos’, que es como llaman a los que van a matar

Antonio Caballero, Antonio Caballero
8 de septiembre de 2018

Salimos hace años de las arlequinadas de Antanas Mockus, que decidió que la alcaldía de Bogotá era demasiado poco para su talento histriónico y se lanzó a ser presidente de Colombia y papa de Roma. Salimos de las borracheras de Lucho Garzón y del saqueo de Samuel Moreno y los primos Nule. Y nos cayó Gustavo Petro con su lucha de estratos y su catastrófica ineptitud administrativa.

Por lo cual un tercio de los bogotanos concluyó que nuestro alcalde debería ser otra vez el delirante Enrique Peñalosa, el imitador del emperador Nerón que incendió a Roma para dejarla más bonita. La carrera 15, por ejemplo. ¿Recuerdan ustedes que Peñalosa prometía que iba a ser igualita a los Campos Elíseos de París? No creo que él mismo lo recuerde. Véanla ahora, peligrosa y sucia, talada de sus árboles, en donde los pocos que subsisten están circundados por un tapete de falso césped sintético de plástico que ya está negro de mugre. Pero es que a Peñalosa le gusta el plástico. En él no se crían pájaros (aunque sí cucarachas).

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Sigue siendo París su modelo: esos “renders” arquitectónicos que publicó en internet mostrándonos el para entonces anunciado, gracias a él, navegable río Bogotá: un río majestuoso como el Sena a su paso por París o el Neva por San Petersburgo, según Peñalosa dos veces más ancho y más profundo que el actual caño de alcantarilla que tenemos, que avanzará limpio y transparente por entre amplias alamedas y bajo bellos puentes de piedra, surcado por veleros de placer, visitado por pescadores de caña, flanqueado por terrazas de cafés al aire libre bajo un cielo siempre azul.

En la sola adecuación de la séptima, tumbará nada menos que 1.565 ‘individuos arbóreos’, que es como llaman a los que van a matar

Y ahora le ha dado además por talar todos los árboles de Bogotá, porque no son de su gusto. Los hay, para él, de demasiadas clases, de muy heterogéneas frondas. Y él quiere algo homogéneo, como en San Petersburgo o en París: solo castaños allá, o solo plátanos; y aquí en Bogotá, solo liquidámbares (una especie tan foránea como las especies que, por el imbécil argumento de que son foráneas, como casi todos nosotros en Colombia, imbécilmente condenan a la destrucción: eucaliptos, pinos, y –si se atrevieran– mangos, guayabos, cocoteros…). O solo robles. ¿O si no, qué? ¿Arbolitos de hojalata como los que la vicepresidenta nicaragüense doña Rosario Murillo de Ortega ha instalado en las calles de Managua?

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Dicen los funcionarios del Distrito que lo que su jefe Peñalosa les pide son “alamedas imperiales”, como sacadas de las composiciones musicales del barroco vienés. Dice el alcalde: “Amo los árboles: quiero una ciudad bien arborizada”. Y añade, sin sonrojo: “Hemos sembrado decenas de miles de árboles”. Sin añadir, o restar, cuántos han tumbado, ni cuántos más piensan tumbar. En la sola adecuación de la carrera Séptima para que por ella quepan los buses del Transmilenio que Peñalosa pretende meter con calzador, nada menos que 1.565 “individuos arbóreos”. Que es como llaman, con fingido cariño, a los que van a matar. El 80 por ciento de los árboles que le dan sombra a la Séptima.

Y no es solo la Séptima. Es toda la ciudad. Por haberlos visto con mis ojos en la carrera Novena, desde la calle 72 en adelante y a lo largo del Gimnasio Moderno, ya Peñalosa mandó talar todos los falsos pimientos: gruesos árboles de más de medio siglo de existencia, de gruesas ramas retorcidas como los brazos y las serpientes de mármol de la escultura helenística del Laocoonte. Árboles que, por orden del alcalde, están siendo reemplazados por tiernos robles que serán imponentes dentro de ochenta o cien años. Lo cual no está mal: pero es que los pimientos destruidos, cuyos tocones muestran que estaban perfectamente sanos (al contrario de lo asegurado por el alcalde y sus adláteres del Jardín Botánico), eran ya imponentes hoy mismo. Han talado también en el Bosque San Carlos del Sur, en la calle 61 sur con carrera 13. Y en el extremo norte, en el canal El Cedro de la calle 168. En el parque Bavaria de la 94 debajo de la carrera Séptima. Dice el alcalde Peñalosa que todos los árboles derribados serán sustituidos ventajosamente por otros más bonitos, que él llama “superfinos y superdivinos”, y que los condenados a la desaparición lo han sido por feos o enfermos: por “bifurcación basal” (que son los que tienen más de un tronco); o por tener “ramas secas”; o por “daño mecánico”; o por “asimetría de la copa”; o por “presentar insectos”; o, en fin, por “interferir con el plan de renovación paisajística” decidido por el señor alcalde. Y así han talado (al amanecer, para que los vecinos no protesten) jazmines, pinos romerones, cajetos, falsos pimientos, eugenias y, naturalmente, eucaliptos. El plan de renovación paisajística consiste en dejar vivos solo los liquidámbares. En el parque del Japón, donde Peñalosa quiere construir dos minicanchas de fútbol con hierba sintética, derribando cerezos, eucaliptos, guayacanes que estorban (no hay nada que Peñalosa identifique más con el amor al pueblo que las canchas sintéticas de fútbol: para los albañiles de la construcción).

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En el norte rico de la ciudad hay gente que se opone; el caricaturista Vladdo, el historiador Jorge Orlando Melo, la escritora Carolina Sanín, el periodista Eduardo Arias, los redactores del periódico chapineruno El Chapín, el arquitecto Jaime Ortiz Mariño, la directora del Instituto Humboldt Brigitte Baptiste. Y en el Concejo hubo un debate, y en la Cámara protestaron los representantes por Bogotá Juanita Goebertus, Inti Asprilla y María José Pizarro.

Pero que se enfrente a ellos, motosierra en mano, Laura Mantilla, directora del Jardín Botánico del alcalde Peñalosa.

A ver quién gana.

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