OpiNión
Es el Petro de siempre
Seguro le fastidia que las Fuerzas Armadas tengan más apoyo y credibilidad que nadie en Colombia, incluido él.
Encontré un dato inquietante en la reciente encuesta de Invamer Gallup: un 8 por ciento respalda al ELN. Aunque el 83 por ciento repudia a la banda terrorista, resulta preocupante que existan 4 millones de ciudadanos con los principios y valores tan trastocados que no les preocupa la comisión de crímenes atroces para conquistar territorios e imponer ideas.
Y no se trata de habitantes de la Colombia profunda, sino residentes de las cinco grandes ciudades donde hicieron el sondeo de opinión, personas que ven con buenos ojos aniquilar el Estado de derecho.
Seguro que en estos momentos encontrarán lógico que ese tal David Fernández, aliado del Pacto Histórico y supuesto “desaparecido” en las revueltas de hace un año, reaparezca en las Farc, con camuflado, fusil y amenazando de muerte al medio digital El Expediente.
En lugar de alarmarse por la peligrosa relación entre determinadas asociaciones sociales y las guerrillas, así como la facilidad con que pasan de la protesta al vandalismo y de ahí al terrorismo, pensarán igual que Gustavo Bolívar y otros similares: la oposición es la culpable de que ese joven se integre a una banda criminal. Nada de que ellos y este Gobierno han desdibujado de tal manera las fronteras entre el bien y el mal, que siempre hallan una excusa para justificar empuñar un arma y asesinar, como hicieron con Santrich y luego con Márquez.
En ese 8 por ciento y en la actitud comprensiva hacia el joven devenido en matón, influyen el acuerdo con las Farc, que cubrió de impunidad la barbarie, y la manera de gobernar de Gustavo Petro. E
l presidente vive dedicado a disculpar y acoger a los violentos y a sembrar semillas de odio, división y resentimiento social.
Cada vez que habla, en lugar de unir al país, recurre a la agresión verbal y a las falacias, a agitar los sentimientos que gangrenan la convivencia. Un populista, como tantos, que solo escuchan su voz, pisotean la división de poderes y desprecian a quienes piensan distinto. Su promesa de la “paz total” es un eslogan vacío.
Todo lo opuesto a los escasos estadistas de buen corazón, como Barack Obama, que con gestos y palabras transmiten tolerancia, unidad y armonía.
No es que sorprenda el comportamiento del líder del Pacto Histórico en los cinco meses de gobierno. Sigue por la misma senda torcida que recorrió durante su campaña política, cuando un día imaginaba que lo iban a matar y, al siguiente, que fraguaban un imaginario golpe de Estado para cerrarle el paso.
También en la presidencia arroja datos falsos, sin recato alguno, a fin de sustentar sus tesis demagógicas, olvidando que ya no es candidato, sino jefe de Estado.
Y miente de manera innecesaria. En su reciente prédica en Buenaventura, por ejemplo, al culpar a Estados Unidos y Europa del narcotráfico, afirmó que entre ambos espacios geográficos “suman cerca de 130 millones de consumidores de cocaína”.
Lo desmintió el Observatorio Europeo de las Drogas. Su conclusión, tras un estudio serio: “Entre 14 y 17,5 millones de europeos han consumido cocaína alguna vez en su vida”. Y la Encuesta Nacional sobre Salud y Consumo de Drogas de Estados Unidos: son 5,2 millones los que meten polvo blanco, no necesariamente con asiduidad.
Es decir, 23 millones frente a los 130 que clama el presidente. ¿Para qué falsear la realidad?
Peor fue su infame y falaz ataque a los militares que honran su uniforme. Los tildó de asesinos en una entrevista en France 24. “En la última manifestación de jóvenes, (los militares) mataron a 100 y tienen detenidos a 200”, declaró Petro con frescura.
Seguro le fastidia que las Fuerzas Armadas tengan más apoyo y credibilidad que nadie en Colombia, incluido él. En la encuesta de Gallup, el 65 por ciento las respalda y, en segundo lugar, con el 58 por ciento, figuran los empresarios. Buenos datos pese al empeño de Petro en romper el cariño hacia los soldados y el respeto al empresariado.
Por eso, también en Buenaventura afirmó, en tono despectivo, que las 4G “solo sirven para importar productos de los puertos para matar la producción nacional”. No contento con su populismo de opereta, remató con otro vainazo mendaz: “Quienes van por esas autopistas son las tractomulas cargadas con las mercancías de los dueños del gran capital en Colombia”.
¿Y qué tal el episodio de Concha Baracaldo, digno de un vodevil politiquero? El airado reclamo a la directora del ICBF, por los 20 niños guajiros muertos por desnutrición, sonó más a pelea de alcoba que a un auténtico enfado. A esa señora la nombró por su esposa, Verónica, pese a las advertencias de un aluvión de expertos que clamaban por un gran profesional a la cabeza del Instituto. No solo fue uno de los cargos que más demoró en designar, sino que le valió cero la famélica hoja de vida de la señora en materia infantil.
Igual de preparada que el calumniador Guanumen en diplomacia. Planean regalarle el consulado de Chile. Ya saben, el gobierno del cambio.