OPINIÓN
¿Es tiempo de volver a la oficina?
La pandemia demostró que es posible trabajar desde casa, pero aún no se ha demostrado que eso sea lo mejor para nosotros.
Según un estudio reciente citado en la revista Forbes (S. Biddiscombe), el 80 % de la fuerza laboral en Estados Unidos no desea volver a la rutina de trabajar diariamente desde una oficina, a pesar de que un tercio de estas mismas personas consideran un gran obstáculo el sentirse aisladas de sus equipos de trabajo.
Estas cifras podrían servir para el contexto colombiano, para el caso de quienes tenemos funciones de oficina. Por un lado, al inicio de la pandemia, muchos nos quejamos por el encierro, por la mezcla de trabajo y labores domésticas en el mismo espacio, por el puesto improvisado en el comedor de la cocina y por la secuencia infinita de reuniones virtuales, sin pausas activas ni tiempo de reflexión.
Casi un año después, en una buena manifestación de nuestra capacidad de adaptación, hemos dejado de quejarnos. Aprendimos a apreciar que el escritorio esté al lado de la bicicleta estática. Ya sabemos a qué hora es el pico de conexión familiar, en el que debemos evitar reuniones en que sea necesario encender la cámara. Ya poco importa que la jornada laboral sea más extensa e irregular, mientras sea posible mayor interacción con los hijos.
Mientras esto sucede en diferentes lugares, se acumula evidencia de que el teletrabajo no ha afectado la productividad de las empresas. Al menos no en el corto plazo. También se multiplican las voces que consideran obsoletos a aquellos directivos que abogan por el regreso a la oficina presencial. Otros enfatizan el enorme potencial de las nuevas tecnologías de comunicación como herramientas de colaboración y acceso al conocimiento.
Pasado un año de encierros y restricciones, el teletrabajo llegó para quedarse. Los empleados desean mantener su rutina de reuniones en pijama, mientras que los empleadores hacen cuentas para reducir gastos de infraestructura y operación. Bill Gates pronostica una reducción del 30 % en el número de horas de trabajo de oficina.
No obstante esta avasalladora tendencia, es prudente hacer un balance de los costos y beneficios de trabajar desde casa. Esto no viene gratis. Y no solo por la necesidad de contar con un espacio correctamente adaptado para labores de escritorio o el complejo retroceso en dimensiones de igualdad de género, sino también por la necesidad de diversidad en las interacciones humanas.
Como lo mencioné en una columna previa (ver aquí), los seres humanos aprendemos a vivir en sociedad mediante las interacciones con otros y es a través del diálogo y la gestión del conflicto que logramos nuestras creaciones más importantes. Adicionalmente, las organizaciones más productivas suelen pretender la generación de ecosistemas que alimenten sueños y desafíen habilidades. Y en esa búsqueda no hay remplazo para la vivencia entre pares.
Google y Microsoft, empresas reconocidas por su capacidad de innovación, han diseñado planes piloto para jornadas flexibles e híbridas, en las que los empleados deben ir a sus sedes al menos dos o tres veces por semana. Esto, por supuesto, una vez lo permitan las condiciones epidemiológicas y se garantice el cumplimiento de los protocolos de bioseguridad.
Se me ocurre que esa es la aproximación correcta: primero hagamos unos pilotos basados en modelos de alternancia que busquen combinar lo bueno de ambos mundos. Y vemos qué pasa y qué aprendemos. La pandemia demostró que es posible trabajar desde casa, pero aún no se ha demostrado que eso sea lo mejor para nosotros, ni como individuos ni como sociedad.