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MARIA ANDREA NIETO Columna Semana

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Estado de zozobra

Las instituciones, las empresas y la clase media sobreviven al estado de zozobra que ha diseñado la Casa de Nariño como cortina de humo para acabar con el modelo de democracia que costó tantos años consolidar. Así se construye el fin de una era.

María Andrea Nieto
18 de febrero de 2023

Hay que reconocerle al presidente Gustavo Petro que lo que prometió en campaña lo está ejecutando. La reforma a la salud presentada esta semana confirma lo que muchos temíamos y es que los más de 70 billones de pesos anuales de la salud de los colombianos serán administrados por los alcaldes y gobernadores. Demuestra de nuevo que este proceso no tiene nada que ver con la salud, aseguramiento y prevención, sino con la creación del imperio petrista a través de votos y plata.

Con el documento radicado por la ministra Carolina Corcho, se confirmaron los temores que el sector de la salud y el social tenían al respecto: el Gobierno no lo va a cambiar ni a mejorar, sino a destruir.

En la campaña, Petro también prometió que reformaría el sistema de las pensiones, argumentando, según él, que el ahorro de 18 millones de ciudadanos en los fondos privados de pensiones no era dinero privado, sino público y que, por tal motivo, el Gobierno puede echarle mano para convertir esos recursos en plata de bolsillo traducida en subsidios.

Y así un tema tras otro, que incluye por supuesto la “paz total”, que no es otra cosa que otorgar impunidad a los peores delincuentes del país, incluidos los narcotraficantes.

En el proceso de refundar el Estado según la lógica petrista, el presidente que se supone es el símbolo de la unidad nacional, según el artículo 188 de la Constitución Política de 1991, se ha encargado de sembrar miedo en los colombianos que no apoyan su proyecto e ideología política. Y lo ha logrado. No hay una sola conversación familiar, de amigos, desconocidos y de compañeros de trabajo cuyo eje no gire alrededor de lo que está haciendo el gobierno del “cambio”. Con un agravante y es que en seis meses, además de usar el miedo como estrategia de dominio, le dio un golpe fulminante al aparato productivo, la clase media, los emprendedores y a las clases sociales vulnerables.

Los empresarios, asustados, no hablan para que el aparato estatal no se les venga encima, pero están atentos de lo que ocurre, porque nadie quiere perder dinero. Y tristemente pareciera que el objetivo del gobierno del “cambio” es cobrar venganza contra todos aquellos que hayan logrado obtener algún privilegio. Y por privilegio clasifica desde tener una pequeña empresa que produce utilidades, salir de vacaciones, montar en avión, hospedarse en un hotel, hasta tener un plan de salud prepagada.

Las universidades privadas, las clínicas y sus médicos, los tenderos, estudiantes, madres y padres cabeza de familia, incluso los adolescentes sienten temor de que en lugar de construir sobre lo construido se terminen demoliendo los valores democráticos que tanta sangre han costado en la historia del país.

Con el discurso que dio el presidente Petro un día después de la radicación de la reforma de la salud, desde una ventana de la Casa de Nariño, el miedo se profundizó. Era muy difícil no recordar al dictador Hugo Chávez o Nicolás Maduro, de Venezuela, invitando al pueblo a levantarse en contra del mismo pueblo. ¿Por qué tanta necesidad de polarizar y profundizar las diferencias? ¿Por qué no gobernar y ejecutar desde la ideología de izquierda los cambios sociales que se necesitan y acortar la distancia entre pobres y ricos? ¿Por qué empobrecer a los ricos, en lugar de hacer ricos a los pobres? ¿Por qué tanto repudio a la abundancia y tanta apología de la escasez?

La gran equivocación de las dictaduras de Cuba (60 años) y de Venezuela (20 años) es que destruyeron su aparato productivo, estatizaron los derechos fundamentales de los ciudadanos y volvieron dependientes a las personas de las decisiones del dictador de turno. Y crearon la narrativa de que el bloqueo económico de Estados Unidos en contra de los regímenes arruinó a estos dos países. Pero, la verdad, la locura de los tiranos de esas dos queridas naciones fue lo que condujo a la miseria de sus pueblos. Porque los gobernantes, como los Castro, Chávez y Maduro, con sus respectivas familias, esposas, hijos y amigos, se volvieron millonarios.

El miedo en Colombia es a que se acabe la democracia y se quede en el poder una izquierda radical que destruya la economía y la libertad. Pero esta semana una luz venció al miedo y miles de colombianos demócratas salieron a las calles a decirle al presidente Petro que no están de acuerdo con que se destruya la salud, las pensiones y la economía.

En las conversaciones hay zozobra: ¿van a expropiar las pensiones? ¿Seguirán subiendo los impuestos? ¿Cuánto habrá que pagar de predial? ¿Van a expropiar empresas, tierras, fincas? ¿Meterán a la cárcel a los opositores políticos?

En lugar de que el gobierno del “cambio” asuma la responsabilidad de que en seis meses se redujo la capacidad adquisitiva de las familias, y que esto motivó a que muchos marcharan en contra del alza de la gasolina y del precio de los alimentos, el discurso del presidente se agudizó y embistió en contra de la oposición acusándola de violentar los símbolos de la paz y hasta de defender el nazismo. No es la primera vez que lo hace. Ya ha sugerido que este es un Estado nazi como el de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Lástima que no se dio cuenta de que una especie de guardia indígena que custodiaba el Capitolio Nacional tenía en sus atuendos estampada la cara de uno de los peores genocidas de América Latina: el Che Guevara.

Entretanto, las instituciones, las empresas y la clase media sobreviven al estado de zozobra que ha diseñado la Casa de Nariño como cortina de humo para acabar con el modelo de democracia que costó tantos años consolidar. Así se construye el fin de una era.

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