Isabel Cristina Jaramillo

OPINIÓN

¿Estar en el “centro” en temas de género?

Si el llamado a fortalecer el centro en los debates sobre género tiene que ver con la propuesta de abrazar el feminismo como posición de las mayorías y mantener viva la discusión al interior del feminismo, creo que es razonable pensar que se trata de un proyecto urgente

15 de enero de 2021

Hace unas semanas hubo un debate interesante en el que Gustavo Petro señaló que el “centro no existe” y el presidente Iván Duque respondió que el centro es tan real que él lo ocupa por completo. Algunos columnistas, en particular de El Espectador, respondieron explicando qué es el centro en política y por qué es peligroso negar su existencia.

Mi colega Mauricio García Villegas, por ejemplo, identificó las posiciones “radicales” con las “extremas” y las acusó de privilegiar la violencia como mecanismo para lograr cambios sociales. En su concepto, el centro implica una preferencia por el Estado de Derecho y la defensa de los derechos humanos que no comparten las posturas que no son de centro.

En este contexto, mi colega y amiga Sandra Borda, trinó que le parecía fundamental reivindicar la existencia del centro, particularmente en temas de género. No volvió a decir más y realmente no explicó del todo a qué se refería. Desde entonces estoy tratando de descifrar qué pudo querer decir: ¿por qué sería más urgente una posición de centro en estos temas que en otros como la pobreza, la discriminación racial o la destrucción de las comunidades étnicas? Más aún ¿qué es lo peligroso o extremo en el debate de género como para reclamar la construcción del centro?

Tengo que admitir que, si ya la discusión sobre el centro me tenía perpleja, este reclamo me puso nerviosa. De una parte, porque al contrario de lo que sugiere el término “feminazis” que muchos usan, las feministas no han acudido a los medios violentos para sus reivindicaciones. He trabajado mucho con activistas feministas y conozco el trabajo de la mayoría y no he encontrado en ellas más que afirmaciones fuertes sobre lo difícil que es cambiar la cultura patriarcal y lo frustrante que puede ser insistir en este proyecto.

La cultura patriarcal, como muchas lo han mostrado, sí se cobra la vida de las mujeres: tanto porque basados en creencias de género hay hombres que matan mujeres, como porque estructuralmente a las mujeres se les arrebata las ganas de hacer cosas, las oportunidades de desplegar sus habilidades y conocimientos, hasta su misma salud física y mental.

De otra parte, porque a pesar de que las feministas no están en los extremos en el sentido en el que se han definido en el debate mismo, porque no acuden a la violencia o los medios violentos, tienden a catalogarlas como si lo estuvieran. Es decir, se equipara la denuncia de la discriminación con quienes realizan los actos mismos de discriminación.

Más de una vez me ha tocado estar en un panel con personas que abogan por ideologías machistas como si representáramos dos extremos en una conversación y no como si la postura que reivindica el machismo fuera simplemente inaceptable.

Una interpretación, entonces, de este llamado a fortalecer el centro en materia de género podría ser que se trata de una invitación a que más de nosotros nos identifiquemos como feministas. Esta es la posición que está a favor de los derechos y del estado de derecho, al fin y al cabo. Mi colega Helena Alviar y yo hemos estado por muchos años involucradas en este proyecto: explicando en qué consiste el feminismo, hablando de su diversidad, abogando por abrazar esta expresión en su complejidad en lugar de simplificarla como un extremo. Me gusta en ciertos contextos provocar conversaciones señalando que personas como Alejandro Ordóñez o Viviane Morales son feministas: están a favor de los derechos de las mujeres y creen que en las sociedades contemporáneas no se les garantizan.

Otra interpretación sobre el llamado a fortalecer el centro en los debates de género es que busquemos visibilizar más precisamente la diversidad al interior del feminismo y de esta manera abrir espacios fecundos para la crítica de los diagnósticos y las soluciones. En mi opinión, el centro también está ocupado por quienes creen en la posibilidad de dudar de las respuestas que ofrecen sistemas de pensamiento completos y presuntamente coherentes. Muchos feminismos y feministas se presentan así y rehúsan involucrarse en discusiones con quienes tienen cuestionamientos de alguna de las partes del “sistema”.

Ahora bien, si el llamado a fortalecer el centro en los debates sobre género tiene que ver con estos dos proyectos –abrazar el feminismo como posición de las mayorías y mantener viva la discusión al interior del feminismo en torno a la manera en la que podría mejorarse la vida de las mujeres- creo que es razonable pensar que se trata de un proyecto urgente.

No es que sea más importante que otros temas, pero en la medida en la que las mujeres somos la mitad de la población, no hay ningún tema que no nos ataña directamente: las mujeres son las más pobres entre las pobres y padecen con mayor intensidad la discriminación racial y la persecución étnica.

Como mencioné antes, si bien no es sensato decir que el feminismo es una posición extrema porque tenga dentro de sus herramientas el uso de la violencia, el patriarcado sí afecta gravemente la vida de las mujeres y lo ha hecho ya por mucho tiempo. En este sentido, sí, es grave y es urgente contar con una posición de centro dentro del debate de género.