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Esto está que arde

La gobernabilidad adolorida, la seguridad resentida y la economía por el suelo.

David René Moreno Moreno
25 de junio de 2024

Se puede afirmar que muchos colombianos tienen una memoria muy frágil y es por ello que se han olvidado los orígenes y carrera delictiva de los principales cabecillas de la organización subversiva M-19, grupo delincuencial que se desmovilizó y entregó las armas en 1990, pero que actualmente está siendo reivindicado desde el Palacio de Nariño por uno de sus exintegrantes, mostrando una ‘nostalgia tardía’ por su antigua organización, como afirma Everth Bustamante en reciente entrevista.

Los integrantes del M-19 no fueron la ‘pera en dulce’ que quieren hacerles creer a las nuevas generaciones, quienes están haciendo un maquiavélico esfuerzo por cambiar la historia del país. Los actos delictivos cometidos por esta organización fueron gravísimos, como el asesinato del líder sindical José Raquel Mercado, la toma de la Embajada de República Dominicana, donde secuestraron a varias decenas de diplomáticos, entre ellos al embajador de Estados Unidos, pero también se robaron más de 5.000 armas en el Cantón Norte y generaron la masacre de más de 100 personas en el Palacio de Justicia en 1985, solo por citar algunas de sus fechorías.

Los crímenes seguirán siendo crímenes, así el gobierno de turno haya concedido amnistías e indultos, perdones que favorecen la impunidad; la trayectoria de los principales dirigentes del M-19 tiene un patrón común y, de acuerdo con la información disponible en diferentes sitios de internet, estos se inician en las juventudes comunistas, pasan a las Farc y de allí se proyectan para conformar el M-19. Una vez firmados los Acuerdos de Paz con el Gobierno se lanzan libremente a una carrera política que les permite ser elegidos y designados en diversos cargos públicos, llegando inclusive a conformar más del 30 % de los integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991.

Jaime Bateman Cayón (1940-1983), primer dirigente de la organización M-19, en su paso por las Farc se desempeñó como secretario de alias Tiro Fijo; murió en un accidente aéreo. Iván Marino Ospina (1940-1985) sucedió a Bateman en el M-19 y afirman que combatió con la guerrilla venezolana hasta 1970 cuando regresó a Colombia. Álvaro Fayad (1946-1986) reemplazó a Iván Marino como cabeza de la organización, reconocido por su cercanía con el cura Camilo Torres, aunque militaron en diferentes organizaciones subversivas; fue condenado a 26 años de cárcel que no cumplió y posteriormente estuvo al frente de la masacre del Palacio de Justicia.

En el caso de Carlos Pizarro Leóngomez (1951-1990), quien reemplazó a Fayad al frente del M-19 entre 1986 y 1990, fue detenido en 1979, saliendo libre como consecuencia de la amnistía que aprobó Belisario Betancur; se acogió al proceso de paz con el gobierno de Virgilio Barco y se desmovilizó con su organización. Posteriormente, fundaron el partido Alianza Democrática M-19, y en desarrollo de su campaña por la Presidencia de la República fue asesinado. Dentro de los delitos que le han sido atribuidos a Pizarro está el ordenar el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado (1988) y participar en muchas de las acciones violentas del M-19 contra el pueblo colombiano.

El país hoy está que arde. La gobernabilidad adolorida, la seguridad resentida y la economía por el suelo, como se afirma literalmente, por varios factores que afectan a los colombianos, como la posible corrupción en el poder legislativo, la corrupción de algunos miembros del Gobierno, los escándalos que rodean al jefe de gobierno, a algunos de sus allegados y a varios de sus seguidores políticos, pero también por la polarización que promueve con odio y rencor el residente de Palacio, hiriendo el amor patrio de los colombianos, pero afectando especialmente a las víctimas causadas por diferentes grupos delincuenciales, pues reivindicar a una organización terrorista como el M-19, izando y ondeando su bandera y colocando como símbolo nacional el sombrero de uno de sus dirigentes, desgarra profundamente a quienes han sido afectados por la violencia de los últimos 50 años.

No se puede seguir ni instigando ni atropellando a los colombianos; el país está saturado de la guerra que promueven quienes quieren subvertir el orden, acabar con las libertades e imponer el socialismo.

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