OPINIÓN

¿Existen los niños superdotados?

El pedagogo Julián De Zubiría reflexiona sobre las enseñanzas que le dejó haber creado una institución para niños de capacidades intelectuales muy superiores. Concluyó que no hay que dedicarse a buscar los niños con talento, sino a desarrollar el talento que cada uno de los niños tiene.

Julián De, Julián De
15 de julio de 2019

En sus orígenes, la historia del Instituto Alberto Merani estuvo asociada a la educación de niños que suponíamos tenían unas capacidades intelectuales muy superiores. Evaluamos cerca de cuatro mil niños y seleccionamos, orientamos y seguimos con detenimiento durante una década a mil de ellos. Estudiamos sus familias, sus procesos de interacción social, sus actitudes y su desarrollo cognitivo. Dicha experiencia nos permitió realizar un trabajo por completo diferente al orientado por el Ministerio de Educación Nacional (MEN) a nivel del currículo, del modelo pedagógico y de los sistemas de selección, evaluación, mediación y promoción de estudiantes. Por esta razón, creamos un Proyecto Educativo (PEI) diferente, nuevos textos, sistemas de formación y ascenso de docentes. Sin embargo, el seguimiento y la investigación que llevamos a cabo, nos condujeron a conclusiones muy diferentes a las que preveíamos.  

Primero. Al reaplicar pruebas de IQ, sin ninguna explicación, en algunos casos subían los resultados y en otros disminuían. Los resultados eran muy diferentes si la prueba era WISC o Terman. Dependía en buena medida del contexto emocional del menor y de la empatía entre el niño y el evaluador. En términos más generales: las pruebas no tenían consistencia. Peor aún, no tenían ningún nivel de predictibilidad. Esta última conclusión ha sido ampliamente validada cuando desde el año 2000 decidimos permitir el ingreso a niños de todas las capacidades intelectuales y encontramos que las correlaciones entre IQ y rendimiento académico son nulas. Dicho de otra manera: es equivocado aplicar una prueba de IQ porque sus resultados son completamente inconsistentes y porque carecen de predictibilidad académica. Más diciente aún: su capacidad para predecir éxito en cualquier campo de la vida, también es nula.

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La conclusión anterior es evidente. Nadie podría describir la inteligencia de un niño o un joven, si no ha producido ideas, ensayos, teorías o soluciones a ningún problema conceptual, afectivo o práctico. Nadie. Por eso resulta fácil de comprender que quienes han alcanzado altos puntajes en pruebas de IQ en el mundo, no hayan tenido mayor éxito en la vida que quienes han puntuado bajo en las mismas pruebas.

Desde los primeros años de creada la institución, habíamos encontrado un resultado que contradecía las tesis iniciales: la gran mayoría de los niños que supuestamente tenía capacidades intelectuales muy superiores, alcanzaba resultados muy bajos en el desarrollo del pensamiento. Algo tenía que estar mal para que niños supuestamente muy inteligentes, tuvieran serias 

dificultades para pensar lógicamente. Con el paso del tiempo encontramos la respuesta: las pruebas de IQ tan solo evalúan una parte ínfima de la inteligencia analítica y dejan por fuera la diversidad de inteligencias. Esto sucede porque las pruebas de “inteligencia” fueron diseñadas teniendo en cuenta lo que hace un siglo se concebía por inteligencia. Por ello, no nos dicen absolutamente nada de la inteligencia intra e interpersonal, ni de inteligencia práctica, ni de creatividad. Además, en lo que tiene que ver con la inteligencia analítica, dejan de lado los instrumentos de conocimiento, la metacognición y los procesos de pensamiento más complejos. Dado lo anterior, no vale la pena aplicarlas en el siglo XXI.

Segundo. Todos hemos conocido en la vida personas muy inteligentes para analizar un problema, pero torpes en el amor o en la vida práctica. Todos conocemos individuos que hablan bien, pero con dificultades al escribir o al escuchar. La explicación es sencilla: el ser humano es muy complejo y diverso, y así mismo son sus inteligencias. Somos seres impredecibles. Como decía Eurípides: “Lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta”.

En este contexto, hablar de una capacidad intelectual general y estable, resulta bastante equivocado. Se requieren instrumentos y procesos diferentes para interactuar, hablar, pensar, interpretar, amar o actuar, entre otros. No existen unas “capacidades intelectuales generales”. Hay diversas inteligencias y múltiples talentos de muy variada naturaleza. Ninguna de ellas se puede evaluar mediante una prueba de IQ. Se puede concluir que es más el daño que se genera al conocer el resultado de una prueba de IQ sobre el autoconcepto de niños y padres, que los ínfimos beneficios derivados.

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Tercero. La inteligencia y el talento no se tienen, sino que se desarrollan. Por tanto, no se es inteligente o talentoso, sino que se van alcanzando mayores o menores niveles de inteligencia y talento, según el contexto, la mediación, la cultura y el esfuerzo. Deberíamos hablar de niños que están siendo inteligentes y no que lo son de antemano; pero también tendríamos que decir en qué están siendo más inteligentes. Es así como quien lee libros más pertinentes y profundos, desarrolla su inteligencia analítica; lo mismo, quien interactúa con profesores mejor formados. Pero en otro sentido, podríamos decir que quien recibe de sus padres seguridad, amor y estabilidad emocional, desarrolla de mejor manera sus competencias éticas y socioafectivas. En consecuencia, podemos desarrollar o frenar nuestros procesos cognitivos, éticos, comunicativos, emocionales y de pensamiento, según la calidad de la mediación que recibamos de la cultura, el contexto en el que nos movamos y el esfuerzo que realicemos.

Si los niños tuvieran muy buenos maestros, se volverían más inteligentes a nivel analítico. Si tuvieran padres democráticos, afectivos, que propiciaran la comunicación, sus hijos serían más inteligentes emocionalmente. Si los niños tuvieran muy buena orientación y acompañamiento por parte de los adultos, seguramente aprehenderían a resolver de mejor manera los problemas que les plantea la vida. Después de dedicar más de tres décadas a investigar el tema, es fácil concluir que la genética explica un porcentaje bastante bajo de los procesos cognitivos, comunicativos o práxicos, de las nuevas generaciones. No nacemos con conceptos, ni con competencias cognitivas, sino que las adquirimos del medio. Por lo tanto, la inteligencia analítica depende esencialmente de la cultura, la lectura, los diálogos y los docentes.

Cuarto. Somos seres histórica y socialmente determinados. Hablamos y pensamos, gracias a que fuimos formados por personas que también lo hacen. También amamos gracias a que hemos convivido con seres que nos han amado. Por ello, los hijos de padres democráticos y amorosos, son más amorosos y los niños que se sienten poco queridos por sus padres, suelen ser individuos más tristes y solitarios.

Nos hacemos casi las mismas preguntas que se hace la cultura en una época y un momento determinado; usamos casi sus mismos instrumentos culturales y tecnológicos; accedemos a similares libros, vehículos y medios de comunicación. Vemos las mismas películas y noticieros, usamos las mismas redes, vemos las mismas propagandas y oímos casi las mismas canciones. En este sentido, hablar de capacidades individuales es un eufemismo, ya que nuestras inteligencias están profundamente determinadas por los contextos históricos, sociales y culturales en los que hemos vivido. Si lo expresara en términos coloquiales diría que los niños que terminan teniendo inteligencias más altas, es porque han tenido familias y escuelas más enriquecidas culturalmente y porque han asistido a mejores colegios, con currículos más pertinentes y maestros mejor formados.

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Durante una buena parte del siglo XX, se creyó que existía una capacidad intelectual general, que se heredaba de los padres y que se mantenía a lo largo de la vida. También que se podía evaluar y que explicaba el rendimiento en la escuela y el éxito en la vida de una persona, porque se creía que era individual y estaba alojada en la cabeza de las personas.

Hoy sabemos que las inteligencias son diversas y múltiples los talentos. Sabemos que se desarrollan o se estancan a lo largo de la vida, dependiendo de la mediación de la cultura que recibamos y que no existe ninguna prueba de papel, computador o lápiz para evaluarlas. Hoy sabemos que las pruebas de IQ no evalúan ninguna de las inteligencias, y por ello, no pueden explicar el rendimiento en la escuela y muchísimo menos el éxito en la vida de una persona. Hoy sabemos que nuestras ideas son enriquecidas por cada texto que leamos, por cada palabra que discutamos y por cada nueva interpretación que escuchemos de los demás hombres. Por ello, inciden los padres y abuelos, pero no tanto con sus genes, sino esencialmente, con sus diálogos, afectos y reflexiones compartidas. Por ello, tanto le debemos a los gigantes que nos han antecedido y a nuestros amigos y compañeros con quienes a diario nos formamos.  Inevitablemente, es un mito el yo –como decía Rodolfo Llinás–, porque somos mucho menos yo y mucho más nosotros.

Nadie se casará con una mujer o con un hombre seleccionados mediante una prueba de papel y lápiz. Todos sabemos que hay que convivir para conocer en realidad a una persona. Lo mismo sucede con las inteligencias. Solo se pueden llamar inteligentes a nivel intra e interpersonal quienes al interactuar son empáticos, demuestran sensibilidad, comprensión de sí mismos y de los otros. Eso solo lo aprendemos conviviendo con ellos, y para saber si seguirán siendo así, tendremos que esperar al día de mañana. 

Hace treinta años nos dedicamos a buscar niños con talento, pero desde hace dos décadas estamos dedicamos a buscar el talento que cada uno de los niños tiene y todos tienen alguno por desarrollar. La escuela tiene que ser un espacio para encontrar el proyecto de vida y el sentido que cada uno va a desarrollar en ella. Y como los proyectos de vida son tan distintos, las escuelas también tendrían que serlo, aunque en todas tendríamos que aprehender a pensar, amar y a comunicarnos asertivamente.

*Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación

(@juliandezubiria)

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