OPINIÓN
Sembrar limones para recoger manzanas
Para un ciudadano sensato resulta difícil entender que alguien que llegó al poder dividiendo a un país, pretenda gobernarlo apelando a la unidad nacional.
El asunto con el presidente Duque no es solo que sea el segundo en la línea de mando del gobierno. No es solo el escándalo divulgado por la prensa internacional sobre el regreso de “los mal llamados falsos positivos” y las nuevas directrices del Ejército que comanda para llevar a cabo semejantes atrocidades. El asunto es que él, al igual que Álvaro Uribe en su momento, aseguró desconocer que sus jefes militares estaban asesinando civiles para hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate. Todo un desprestigio si se tiene en cuenta que es un gobierno que aún no lleva un año en el ejercicio administrativo y que parece estar estancado en todo: en lo económico, en lo social, en la paz y en la búsqueda de la reconciliación entre los colombianos.
Para un ciudadano sensato resulta difícil entender que alguien que llegó al poder dividiendo a un país, pues, según su partido había que hacer trizas los acuerdos de paz conquistados por Santos porque estos beneficiaban al “terrorismo” y nos llevaban a recorrer el mismo camino que transita Venezuela, pretenda gobernarlo apelando a la unidad nacional. La ecuación es sencilla: no se puede sembrar limones y esperar recoger manzanas. Si se llega al poder sembrando cizaña, dividiendo a los colombianos, estigmatizando a los contradictores, utilizando la propaganda negra y el engaño, resulta imposible esperar alcanzar luego el equilibrio utilizando la metáfora de la reconciliación. Mucho más si, a pesar de los resultados, se sigue empleando un discurso de odio y mecanismos que caracterizaron a los dos gobiernos de Álvaro Uribe.
Esa obcecación como política, esa obsesión con Venezuela, ese deseo de acabar con la Jurisdicción Especial para la Paz sin medir las consecuencias, hacen parte de esa agenda que busca mantener viva la discordia porque para el partido de gobierno ni la paz ni la reconciliación ni las buenas intenciones de un grupo armado desmovilizado son suficientes ni verdaderos gestos para que el país mejore y sea un espacio donde todos, sin excepción, quepamos. Para el partido de gobierno, lo ha demostrado su creador en las dos últimas décadas, la única política válida es la confrontación sangrienta, “los litros de sangre” (según declaraciones del coronel retirado Jesús Rincón Amado ante la JEP), la persecución a los opositores y la rendición incondicional del enemigo. Su única política, hasta ahora, ha sido la guerra, la misma que dio origen a los asesinatos selectivos de jóvenes pobres en toda la geografía nacional, la misma que ha servido de caballito de batalla para el aumento de impuestos, disminuir la inversión social y acabar con los subsidios de vivienda y otros.
Esa misma obcecación de este gobierno ha sido el motor que ha dado origen a normas tan absurdas como la de decomisar la dosis mínima a consumidores de droga, desafiando así los fallos de la Corte Constitucional. La misma que ha llevado a la Policía a perder enormes recursos económicos en perseguir a jóvenes que fuman un porro en un parque y no a los fleteros y atracadores que esperan a sus víctimas a las afueras de las oficinas bancarias. Nada más absurdo, por supuesto, pero no hay que olvidar que estamos de regreso al pasado: a “los mal llamados falsos positivos”, a la presión sobre los periodistas que no comparten las políticas del gobierno de turno, a las declaraciones incendiarias de los ministros para justificar las malas decisiones del jefe, al aumento en el pago de los servicios públicos, las cuotas moderadoras de la salud y pensión.
Por todo lo anterior, el colombiano promedio tiene esa rara sensación de que el país está retrocediendo no solo en lo económico, sino también en lo social, hecho que se hace evidente en la contracción del empleo que, según las cifras optimistas del DANE, en lo que va del año 2.9 millones colombianos permanecen cesante. Una cifra, por supuesto, mentirosa, ya que no incluye a los señores de venden Bonice, ni a los que recorren las calles en bicicleta llevando sobre sus espaldas la canasta de Rappi, ni a los que llevan domicilios en motos, ni a las señoras y señores que venden tinto en las esquinas de las ciudades capitales.
Pero, aun así, este gobierno que no arranca a pesar de llevar casi un año en ejercicio, insiste en acabar con la JEP. Insiste en crear normas para perseguir a los marihuaneritos de esquina, en salvar a una pésima empresa prestadora del servicio de energía como lo es Electricaribe y hablar mal de Venezuela en cualquiera de los escenarios internacionales que se le invite. Mientras tanto, treinta millones de colombianos pobres se levantan cada mañana a ver cómo salvan el día.
En Twitter: @joaquinroblesza
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(*) Magíster en comunicación y docente universitario.