OPINIÓN
La Iglesia no puede lavarse las manos
Qué triste a es ver a quienes deberían ser los mayores referentes éticos y morales de una sociedad echando mano de las más rebuscadas artimañas leguleyas para salvarse de culpa y responsabilidad.
La Iglesia no puede pretender lavarse las manos en los casos de pederastia. Esa conducta reiterada refleja una total incapacidad de asumir responsabilidades y un miedo profundo a la autocrítica.
En este país siempre hemos visto a los ricos y a la clase política hacer lo que les da la gana. Sin embargo, las salidas que a veces tiene la Iglesia cuando se ve envuelta en el centro de un escándalo dejan la impresión de que sus dirigentes no son capaces de autorregularse y de verse a sí mismos como miembros activos de una sociedad en la que rigen un conjunto de normas para todos.
Resulta difícil entender los argumentos con los que la Arquidiócesis de Cali ha pretendido disminuir su responsabilidad en el caso de los cuatro menores abusados por el cura William de Jesús Mazo en la iglesia del distrito de Aguablanca. No tiene presentación alguna que para evadir la reparación económica a las víctimas, la Iglesia diga que la responsabilidad del abuso sexual contra los niños también recae sobre sus padres, por no haberlos cuidado bien.
Uno pensaría que una institución sensata y que sigue al pie de la letra los preceptos de la religión debe ser la primera en salir a condenar los actos de barbarie contra la niñez, así estos vengan de lo más profundo de su núcleo. No obstante, parece que los curas quisieran tapar el sol con un dedo e ignorar que hoy tienen un problema muy grande y que nos afecta a todos. Aunque la pederastia es una realidad tan dura, que a veces parece más fácil mirar para el otro lado y pretender que no pasa nada, esa conducta enferma se ha presentado con frecuencia en miembros de la Iglesia católica. En esa medida, ella debe demostrar cero tolerancia y absoluto rechazo a todo acto de violencia sexual cometido por alguno de sus miembros.
Lo que se esperaría es que al comprobarse la culpabilidad de un cura en un caso de violación, la Iglesia entera salga a repudiarlo, a rechazarlo tajantemente, a buscar todas las formas posibles para reparar a la víctima y a su familia, y a tomar las medidas que sean necesarias para que casos así no se repitan. Sin embargo, esta vez la Iglesia ha hecho todo lo contrario. Se ha pegado de argumentos que rayan en la locura y que vulneran la dignidad de las víctimas, con el único propósito de burlar una cuantiosa indemnización. No puede ser que por no dañar su imagen ni su bolsillo, sean capaces de afirmar que cuando un niño es violado y abusado vilmente por un cura, la responsabilidad recae no sólo en él, sino en la familia que no estuvo pendiente de su hijo.
En su defensa, la Arquidiócesis de Cali dice, en este caso, no tener responsabilidad alguna pues, a su manera de ver, el cura no cometió esos hechos en nombre de la Iglesia ni estaba en ejercicio de sus funciones en ese momento. Además, alegan que los familiares no pueden ser vistos como víctimas porque el daño fue hecho a los menores. No estaría de más que algunos miembros de la Iglesia se pusieran a pensar un rato en las implicaciones que puede tener a futuro que la institución trate de tapar, minimizar, esconder y proteger a sus miembros que se vean envueltos en actos de demencia como es la violación de un niño.
Según su comunicado, “los actos de los sacerdotes no comprometen la responsabilidad de la Diócesis al no tener una relación directa de subordinación o dependencia de la institución”. A mi manera de ver, eso no es más que una forma de lavarse las manos y de no reconocer lo grave y profundo de los problemas al interior de la Iglesia católica.
Qué triste a es ver a quienes deberían ser los mayores referentes éticos y morales de una sociedad echando mano de las más rebuscadas artimañas leguleyas para salvarse de culpa y responsabilidad. Parece que los tantos niños violados los tuvieran sin cuidado con tal de mantener en alto el nombre y la fe de su Iglesia.