Opinión
Francia Márquez
Francia es una líder social, pero eso no significa que esté capacitada para gobernar. Tampoco se trata de tener maestrías y doctorados.
El fenómeno político de la candidata a la vicepresidencia por la extrema izquierda es innegable. En las elecciones del pasado 13 de marzo, Francia Márquez ocupó el segundo lugar en la consulta del Pacto Histórico, y su votación fue superior a la de muchos políticos curtidos y de vieja data. Francia se hizo contar a nivel nacional y obtuvo más votos que el profesor Sergio Fajardo, que completa, con esta, su tercera y última aspiración a la presidencia.
El resultado de esas votaciones le garantizaron su tiquete como fórmula de Petro, quien estuvo reacio en un principio a honrar el compromiso que había adquirido con la líder caucana. Lo que pasa es que a Petro le pasa con Francia lo que a Colombia le pasa con Petro, y es que no sabe a qué atenerse con su fórmula a la vicepresidencia de la república. Francia es una incógnita que poco a poco hemos ido conociendo.
Lo que esta mujer tiene de sobra es lo que se conoce en el argot popular como “perrenque”, que es una cualidad que dista mucho de ser una garantía de conocimiento y comprensión sobre el funcionamiento del Estado.
Esta semana, la candidata demostró de nuevo que no tenía idea de que el 100 por ciento del consumo de los huevos en el país proviene de la producción nacional. Con su discurso populista, pretendió señalar que el alto costo en los productos básicos de la canasta familiar, como los huevos, la papa y la yuca, se debía a que eran importados desde Alemania. La embarrada fue monumental y dejó ver con claridad que desconoce los principios básicos del comercio exterior. Fue desmentida por Fenavi y, en lugar de aceptar su ignorancia sobre el tema, pidió que investigaran al ministro de Agricultura por haberla corregido, porque, según ella, eso era una intervención en política por parte del alto funcionario.
Lo más leído
Si Petro gana la presidencia y algo le ocurre, Colombia quedaría en manos de Francia. Bajo esa realidad, es fundamental que quien aspire a semejante responsabilidad tenga el conocimiento del funcionamiento estatal. Hace unas semanas, cuando se supo que la candidata estaba aún inscrita en el Sisbén III y que había recibido 25 aportes del programa Ingreso Solidario durante la pandemia, fue incapaz de reconocer los beneficios que había recibido.
De hecho, se le cuestionó que hubiera sido beneficiada de ese programa, ya que ocultó que era propietaria de un apartamento que pudo comprar gracias al Premio Goldman que se ganó, condición que la eximía de ser parte del Sisbén. En un video publicado hace unos días en sus redes sociales, afirmó: “Hasta que gané un premio, nunca el Estado me ofreció una vivienda para mi familia”. Según lo anterior, Francia considera que el Estado debe ser el proveedor de todos los servicios y bienes que necesitan los individuos. Por eso es la candidata a la vicepresidencia por la extrema izquierda.
Francia también ha criticado el sistema de pensiones privadas, con tan mala suerte que trascendió que estaba afiliada a Porvenir, y, para justificarse una vez más, aseveró en una entrevista para Blu Radio que “cuando uno hace un contrato laboral, quien termina afiliando es el empleador”. Otra mentira como la de los huevos y la del Sisbén, porque el empleador debe preguntar y el empleado elegir en dónde se quiere afiliar. Y si eso le ocurrió siendo abogada, ¿por qué no lo denunció? En la misma entrevista aseguró que desde el año 2018 paga su seguridad social, lo que conduce a las siguientes preguntas: ¿por qué estaba inscrita en el Sisbén en 2020?, y ¿por qué no alertó al sistema en plena pandemia para que esos recursos le llegaran a una familia que no tuviera ni siquiera un apartamento propio para vivir?
Francia es una líder social, pero eso no significa que esté capacitada para gobernar. Tampoco se trata de tener maestrías y doctorados. Para la muestra está Claudia López, con varios diplomas y una nefasta alcaldía, a la que llegó sin tener idea de administrar y que como resultado tiene a la capital del país vuelta un muladar.
Gustavo Petro también fue un pésimo alcalde, que llegó al segundo cargo más importante de la democracia colombiana sin tener ninguna experiencia en gerencia pública. No pudo dejar constituida la licitación del metro subterráneo, su proyecto más importante. Acabó con el sistema de aseo que existía y que le terminó costando a la ciudad una multa de más de 75.000 millones de pesos. Fue incapaz de renovar la flota de TransMilenio, no hizo nada con la infraestructura vial, no construyó los 1.000 jardines infantiles que prometió, ni colegios, ni mucho menos universidades. Dejó el sistema de salud de la ciudad quebrado, y, aun así, a punta de redes sociales logró hacerle creer a la gente que su alcaldía había sido la mejor.
A punta de populismo, mentiras y engaños, los líderes de izquierda dicen ser el cambio, porque, según ellos, nunca han gobernado. Pero al menos en Bogotá llevan haciéndolo desde el año 2000 (con una breve interrupción de 2016 a 2019 de Peñalosa). Luego ¿cuál es “el cambio”?
Ser un líder de izquierda, exguerrillero, hablar de la “Pachamama”, del cuidado del agua, de los ancestros, la vida y la paz no es garantía de saber gobernar, porque, para hacerlo, hay que conocer el manejo de lo que significa la gerencia pública. Esa que, con tantas evidencias, Francia ha demostrado que desconoce en absoluto.