OPINIÓN

Un cristiano

Francisco de Roux no tiene en esta paz ni en esta guerra intereses personales, ni políticos ni económicos: no vive de eso.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
28 de julio de 2018

El padre jesuita Pacho de Roux ha escrito un largo poema, tan crudo como esperanzado, sobre la paz posible en Colombia. Se titula La audacia de la paz imperfecta (Ariel, Planeta, enero 2018, 201 páginas). Es un poema en prosa, a veces nada poética: con estrofas de tosca prosa sociológica como la que habla de “resignificaciones de los acontecimientos” o de “narrativas envolventes que buscan posicionarse como explicación”. Pero que me ha impresionado –a mí, que he sido un escéptico partidario de la paz prosaica y necesaria– por su tono profético de apasionada lucidez: por esa pasión lúcida que ha sido lo mejor del espíritu jesuítico. Y me parece la reflexión más adecuada a su momento: este momento de inestable equilibrio en que estamos oscilando entre la consolidación de la paz firmada con las Farc o el regreso a la guerra, la querida guerra que heredamos y hemos venido prolongando y degradando desde hace medio siglo.

La guerra más verdadera que hemos tenido, como dice De Roux: “La guerra con las Farc fue realmente la gran guerra de nuestra historia –por lo largo del conflicto, por la capacidad de esta insurgencia para golpear las instituciones y resurgir después de recibir los más duros golpes del Ejército, por la contundencia durísima de la misma guerrilla que dio lugar a la ira del paramilitarismo y por la expansión perversa de la coca, la cual financió a unos y otros– y porque la confrontación militarizó a Colombia e hizo del país el receptor de la más grande ayuda bélica de los Estados Unidos en el continente”.

Francisco de Roux no tiene en esta paz ni en esta guerra intereses personales, ni políticos ni económicos: no vive de eso

De acuerdo. Junto a esta, nuestras demás guerras civiles son casi de juguete, incluida la espantosa que se llamó “no declarada”, la Violencia entre conservadores y liberales a mediados del siglo XX. Esta otra que durante más de medio siglo ha librado el Estado contra la insurgencia de las Farc (y que todavía sigue contra el ELN) ha causado 200.000 muertos y 8 millones de desplazados, y sigue dividiendo a los colombianos por mitades casi exactas entre los partidarios de continuarla indefinidamente y los que la queremos dar por terminada sin que –como escribe De Roux– “haya solucionado nada”.

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En su libro enumera “las atrocidades del conflicto armado interno durante medio siglo entre guerrilla, Ejército y paramilitares, en masacres, secuestros, desapariciones, asesinatos extrajudiciales, minas antipersona, falsos positivos, desplazamientos de tierras”. Y describe el trasfondo del modelo económico sobre el cual se construye la guerra: “En el Magdalena Medio conocí la coca campesina: los montes derrumbados para sembrar, los avances de dinero para comprar semilla, fertilizantes y para pagar a los raspachines que recogen la cosecha de hojas raspando las matas. Pude ver en los domingos el frenesí de la cerveza, la prostitución y el comercio de contrabando en los caseríos de los pueblos del narcotráfico. Observé cómo actuaban el transporte de gente y mercancías, las tiendas de insumos de gasolina, cemento y ácidos para producir el alcaloide y la manera como se conformaba la economía de la región cocalera y cómo se articulaba con las instituciones y con la economía del sector formal. Conocí también las retroexcavadoras, que cargaron de lodo y mercurio las aguas cristalinas y cargadas de peces hoy envenenados en los ríos Yanacué, el Bogue, el Támara y el Ité, y que ofrecieron al lado de la coca el oro que se paga mejor y pasa fácil los retenes. Hoy en día, como habitante de los barrios populares de Medellín, he convivido con los relatos de la extorsión cotidiana, la ‘seguridad’ a la fuerza, el microtráfico y los créditos gota a gota…”.

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Francisco de Roux no tiene en esta paz ni en esta guerra intereses personales, ni políticos ni económicos: no vive de eso. Su opción por la paz es una “opción de conciencia”, como entiende que han sido las opciones por la guerra de muchos insurgentes y de muchos defensores del statu quo dentro de las Fuerzas Armadas e inclusive en las filas del paramilitarismo. Hay en su tesis sobre la necesidad del mutuo perdón para alcanzar la paz mucha predicación profesional de sacerdote católico, como es inevitable: mucha alusión a los obispos y mucha cita de los sermones del papa Francisco (jesuita como él) durante su visita del año pasado a Colombia. Pero es la mejor respuesta a quienes han criticado la conformación y los objetivos de la Comisión de la Verdad, de la cual él es presidente. Pacho de Roux es un cristiano que cree no solo en la necesidad del perdón, sino, como escribe, en la eficacia de “los actos de pedir y dar perdón”. Es decir, es uno de los muy pocos cristianos que ha habido en la historia de la Cristiandad. Francisco de Roux se parece a su tocayo Francisco de Asís, “el mínimo y dulce” que quiso amansar por la palabra al feroz lobo de Gubbio para que no siguiera devorando ganados y pastores, como había sido su natural costumbre.

En las fauces del lobo pondría siglos más tarde el poeta Rubén Darío estas palabras de advertencia, cuando el santo varón va a reprocharle al animal su vuelta a las andadas:

“Hermano Francisco, no te acerques mucho…”.

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