OPINIÓN

Fraude anunciado

El fraude electoral siempre lo anuncia, o lo denuncia, el que cree que va a perder, o el que sabe que ha perdido

Antonio Caballero, Antonio Caballero
27 de mayo de 2018

Desde hace días viene anunciando Gustavo Petro que en las elecciones del domingo (esto lo escribo el jueves previo) habrá fraude contra él: lo advierte de modo precautelativo, antes de conocer los resultados. Por si pierde. Así anunciaba Álvaro Uribe el fraude contra lo suyo, es decir, contra el No, en vísperas del referendo sobre los pactos con las Farc y hasta bien mediada la mañana de las votaciones. Hasta que ganó él.

El fraude electoral siempre lo anuncia, o lo denuncia, el que cree que va a perder, o el que sabe que ha perdido.

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Lo cual no quiere decir que no lo haya. Siempre lo ha habido, y casi en todos los sitios en donde se celebran elecciones. Hace apenas ocho días lo hubo –o fue denunciado– en las elecciones presidenciales de Venezuela, y hace un mes en las de Cuba, y hace algo más de un año en las de los Estados Unidos. Con cuatro años de retraso, el Consejo de Estado acaba de reconocer el fraude que se le hizo aquí en Colombia al partido cristiano Mira en las elecciones parlamentarias de marzo de 2014. ¿Y lo hubo en las de Rusia que reeligieron a Putin? ¿En las de la inmensa China y en las de la pequeña Cataluña? ¿En las de Egipto, que el mariscal Al Sisi, golpista en el poder desde hace cinco años, ganó hace dos meses con nada menos que un 97 por ciento de los votos?

En Colombia los fraudes electorales fueron rutinarios durante todo el siglo XIX, en contra de uno y otro partido; se sustituyeron en el XX por las elecciones con candidato único, conservadores y luego liberales y luego conservadores otra vez, y finalmente reconciliadamente bipartidistas; y vinieron a reanudarse en 1970 con las últimas del Frente Nacional, cuyo candidato oficial Misael Pastrana perdió ante el oposicionista –aunque conservador, como correspondía al turno según los acuerdos– general Gustavo Rojas Pinilla. Pero el gobierno de Carlos Lleras le otorgó la victoria al perdedor.

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En respuesta a este último fraude, un sector de la Anapo, Alianza Nacional Popular, el partido de Rojas, la Anapo Socialista, o más exactamente un sector activista de ese sector, organizó un grupo guerrillero bajo el lema “¡Con el pueblo, con las armas, con María Eugenia al poder!”. Se llamó M-19, Movimiento 19 de abril, por la fecha del fraude del presidente Carlos Lleras a favor de su candidato Misael Pastrana. María Eugenia, la hija de Rojas Pinilla, fue luego defenestrada de esa divisa insurgente, y por último lo serían también las armas. Gustavo Petro militaba entonces en el M-19, y le leí en alguna entrevista, tal vez en la revista Rolling Stone, que había sido él en persona quien en 1990 había persuadido a la dirección guerrillera y a su comandante Carlos Pizarro de que había que abandonar la lucha armada. (La misma pretensión le leí en alguna otra entrevista al hoy predicador uribista Carlos Lucio, marido de la excandidata presidencial exliberal Viviane Morales. La política es dinámica).

Ahora del trío anapista del M-19 queda solo el pueblo, sin las armas y sin María Eugenia y sus hijos los hoy presos hermanos Moreno Rojas; el pueblo al cual llama Gustavo Petro a la conquista del poder. Y, si como pronostica, hay fraude para impedirlo, anuncia que “queda convocado todo el pueblo de la Colombia Humana a cuidar el resultado electoral como testigos y como manifestaciones en todas las plazas públicas de todos los municipios de Colombia”.

No sé qué resultados tuvo su llamado, ni la respuesta del gobierno sobre la prohibición legal de hacer manifestaciones en los días de elecciones. En el último debate de las candidaturas, el jueves por la noche, anunció que lo que habría sería “una gran fiesta popular, porque vamos a ganar”. Pero ya digo que esto lo escribo antes de las elecciones.

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Una aclaración: Me reprochan muchos lectores que me oponga a la candidatura de Petro no por sus ideas, sino por su persona: usando argumentos ad hominem. Pero, si como explico pertinentemente al principio y al final de mi artículo preelectoral de la semana pasada, lo que me separa de él no son las ideas que expone, y que en general yo comparto, sino su propia persona, a quien no le creo lo que dice ¿cómo voy a usar argumentos que no sean ad hominem? También los mismos lectores que me critican a mí por criticar a Petro lo hacen con argumentos ad hominem: que soy calvo, que fumo marihuana, que me gustan las corridas de toros…

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