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JORGE HUMBERTO BOTERO

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Fuego amigo

No puede haber peor momento que este para un antagonismo entre los gremios empresariales.

25 de abril de 2023

La democracia política, en su versión moderna, y la economía capitalista surgieron al mismo tiempo y juntas se han transformado. No es esta evolución paralela mera coincidencia. Ambas provienen de la reivindicación de la libertad de elegir en el ámbito de las acciones colectivas y en el plano personal. Los ciudadanos somos, igualmente, actores de la economía como productores, trabajadores y consumidores.

La revolución industrial desató una capacidad nueva de generación de energía en todas sus modalidades, de la naturaleza y la sociedad. La población, que creció poco durante muchos siglos a pesar de elevadas tasas de natalidad, comenzó a hacerlo en los albores del siglo xix como consecuencia de avances en la salud y del auge económico ocasionado por el capitalismo. El resultado fue ambiguo: mucha gente ha salido de la pobreza pero la desigualdad aumentó. Entonces surgió el gran desafío marxista: la sociedad capitalista es inexorablemente injusta; debería ser sustituida por otra en la que cada quien aportaría a la sociedad en función de sus capacidades y recibiría de ella lo necesario para realizar, sin restricciones materiales, los fines de su vida. Sería el Estado, no el mercado, quien tomara la responsabilidad de distribuir la riqueza. El derrumbe del modelo soviético en 1989 hizo evidente que ese sueño era una pesadilla.

La respuesta del capitalismo liberal al desafío de Marx y sus epígonos ha sido la “economía social de mercado”, más exitosa en los países avanzados, menos en otros. Nuestra constitución la denomina “Estado social de derecho”. En años recientes, ha surgido un nuevo factor de cuestionamiento. Se ha dejado de valorar la reducción de la pobreza, que en casi todas partes del mundo ha venido disminuyendo, y surgido la desigualdad como un gran campo de batalla que menoscaba la legitimidad del sistema. El enorme deterioro de las condiciones de vida derivadas de la pandemia y la guerra en Ucrania han agravado el descontento.

Desde la óptica política han ocurrido dos eventos significativos. El primero, el auge de China después de la muerte de Mao, que generó una extraña simbiosis: autoritarismo político y dirigismo estatal de la economía. Al convertirse en potencia mundial, ha demostrado que puede haber progreso social por fuera de la democracia representativa. Y el segundo: la impugnación de ésta por las políticas identitarias que profesan dirigentes políticos de ambos extremos: importan, más que los ciudadanos, las colectividades parciales de quienes pertenecen a ciertas etnias y comunidades.

Este es, además, el momento de los caudillos que desprecian las instituciones liberales, Trump, Bolsonaro, Putin, Ortega, AMLO, entre otros. Sus instrumentos preferidos son la arenga, el trino y la movilización popular. No el parlamento. Les importa poco el Estado de derecho y hacen cuanto pueden para debilitarlo. Defienden la democracia directa, una mera máscara del autoritarismo.

En este contexto hay que situar a la Colombia de hoy. Petro cree que el cambio climático es causado por el capitalismo. Lo cierto es que los problemas de contaminación y calentamiento global provienen de la revolución industrial, que desató la posibilidad de producir enormes alteraciones en la naturaleza, y del crecimiento exponencial de la población que el desarrollo tecnológico hizo posible. Sin embargo, si admitiéramos que tiene razón sería necesario sustituir el capitalismo por un modelo socialista. Peor el remedio que la enfermedad.

No valora bien nuestro presidente el sistema económico que plasma la Constitución; las leyes que de él dimanan las considera manifestaciones de un neoliberalismo que debe superarse. Mejorar la productividad y la competitividad del aparato económico, las cuales requieren el fortalecimiento del tejido empresarial, no son asuntos que le preocupen; lo suyo es la “economía popular”, un objetivo meritorio, que tal vez no sirva para superar la pobreza sino, apenas, para mitigarla. Con relación al clima de inversión es evidente el deterioro que ha causado en sectores tales como infraestructura, hidrocarburos y energía. Para el desarrollo rural el foco son las comunidades étnicas y campesinas; los empresarios son convidados de piedra. Imagina un renacer de las empresas estatales que tan proclives son a la ineficiencia, cuando no a la corrupción.

Se han filtrado rumores de crisis en el Consejo Gremial Nacional, un gremio de gremios. En realidad, los problemas son antiguos. La institución surgió, hace dos o tres décadas, como un club de amigos integrado por los representantes de los cinco gremios más grandes del país que se reunían cada tanto para coordinar posiciones; en algún momento decidieron formalizar ese mecanismo. Con muchas dificultades se ha entreabierto la puerta para que otros gremios sean admitidos. Sin embargo, esa opción puede ser bloqueada mediante el veto del que algunos gremios son titulares. Para impedir que el presidente del Consejo pueda ejercer una posición de liderazgo, los estatutos no le conceden margen alguno de acción. El resultado obvio ha sido que un conjunto de gremios han decidido formar rancho aparte y una aguda fragmentación de la voz de los empresarios

La situación, que es grave en cualquier época, lo es más ahora. Tanto por la postura anti empresarial del gobierno; y porque no vacila en moverle la silla a los dirigentes gremiales que le disgustan.

La Constitución reconoce el estatus de gremios y sindicatos como elementos centrales de la sociedad, pero exige que se gobiernen por principios democráticos. El veto es incompatible con la Carta, pero ello no necesariamente implica que todos los miembros deban tener el mismo poder de voto; es posible establecer varias categorías en función de algún criterio objetivo: por ejemplo, la suma de los ingresos operacionales de los afiliados a cada gremio particular, cifra que se revisaría cada cierto tiempo. Como vocero que debe ser de la comunidad empresarial en los temas de interés común, es preciso que el presidente del Consejo tenga amplia capacidad para actuar. ¡Hagan algo. El agua viene pierna arriba!

Briznas poéticas. Escolio de Nicolás Gómez Dávila: “No pensar nunca las partes sino partiendo de su totalidad es pésima receta para actuar, pero la única que nos salva de vivir en un mundo sin sentido”.

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