OPINIÓN

Otra vez glifosato

De nuevo por orden de la embajada de los Estados Unidos en Bogotá, el Gobierno colombiano se dispone a utilizar el dañino glifosato en su intento por sofocar la oferta en el mercado de las drogas prohibidas.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
4 de enero de 2020

¿Glifosato otra vez? Este gobierno es terco: ni aprende ni olvida. Así se ha empecinado en las objeciones a la JEP, en el fortalecimiento del Esmad, en la reforma tributaria o ley de crecimiento por detrás de la bobada de sus cambios de nombre que no engañan a nadie, o en lo de “profundizar” su programa social a pesar de la protesta generalizada —tanto electoral como callejera— contra ese programa.

Y en la insistencia, contra la evidencia, en asegurar que la oleada de asesinatos de líderes sociales, los defensores de derechos humanos y los excombatientes guerrilleros no corresponde a ningún plan. En 2019 murieron 250, 35 más escaparon ilesos a sendos atentados y otros 600 recibieron amenazas. Pero el Gobierno se obceca en sostener que esa matanza gota a gota es el resultado de luchas locales entre grupos de narcotraficantes, que a su vez viven de los cultivos ilícitos, y en que en consecuencia es necesario envenenar los cocales por aspersión aérea de pesticidas para cortar de raíz su fuente de ingresos y así detener el desangre.

Se ha hecho una y otra vez. Se empezó en tiempos de Turbay en la Sierra Nevada, hoy destruida. Se siguió con Betancur y con Barco, por presiones de los Estados Unidos, y después con Gaviria, por la misma razón, y sin más resultado que el aumento de la deforestación. Samper intentó suspender el ya para entonces fallido intento, presionado por las marchas cocaleras del sur, pero tuvo que inclinarse ante la coacción norteamericana, que él prefirió llamar “convicción” propia. Pastrana reanudó el método con entusiasmo con los dineros del Plan Colombia. Bajo Uribe, y en vista del fracaso, se cambió la receta original por una de “glifosato fortalecido”, del cual la entonces ministra de Defensa —Marta Lucía Ramírez— aseguraba que era perfectamente saludable para los humanos y para el medioambiente. Hoy, la misma experta, ahora convertida en vicepresidenta, se reafirma alegando que 500 vasos de agua “también enferman”, como el glifosato, pero ya no dice que este no enferme a nadie. Y la ministra de Justicia, Margarita Cabello, sostiene que el narcotráfico le hace al medioambiente un daño “mucho mayor que el que puede producir el glifosato”: de donde deduce ella que no es malo sumar los dos daños, como si, al revés, se anularan mutuamente, o sumados produjeran un beneficio, como en las sumas algebraicas del bachillerato: menos más menos igual más.

De nuevo por orden de la embajada de los Estados Unidos en Bogotá, el Gobierno colombiano se dispone a utilizar el dañino glifosato en su intento por sofocar la oferta en el mercado de las drogas prohibidas.

Porque lo que no hace el glifosato es eliminar los plantíos de drogas ilegales. En los gobiernos de Uribe y de Santos, y hasta que este suspendió las fumigaciones aéreas en 2015, se rociaron con glifosato más de 2.000 hectáreas. Pero de las 100 mil que había quedaron 200 mil. Porque la aritmética de la coca es misteriosa. Lo cual explica también que con un par de fragatas y unas pocas lanchas patrulleras, la Armada colombiana capture diez veces más cargamentos de cocaína en el mar que la U. S. Navy, que tiene más buques que las siguientes 17 armadas del mundo juntas. Y es que la guerra antidrogas de los Estados Unidos no la descertifica nadie, y por eso no existe. Salvo por interpuesto país: el nuestro.

De manera que una vez más, y de nuevo por orden de la embajada de los Estados Unidos en Bogotá, el Gobierno colombiano se dispone a utilizar el dañino glifosato en su intento por sofocar en la oferta el mercado de las drogas prohibidas, que es un mercado de demanda. Vendrá otro costoso fracaso.

Nota sobre otro tema

Dos cartas de los lectores publicadas por esta revista en su pasada edición: una del personero de Dabeiba, indignado porque se hable del “horror” del cementerio de su pueblo, ya que no todos los muertos enterrados allí fueron víctimas del horror de los falsos positivos. Otra de la directora de la Fundación Saldarriaga Concha, en la que rechaza, por irrespeto para con los ciegos y los sordos, el uso de las palabras “ciegas” y “sordas” para referirse a las autoridades que ni ven ni oyen lo que está pasando. Con sus argumentos de demagógica corrección política, los dos corresponsales borran de un golpe toda la literatura universal, que no ha sido otra cosa que la floración de la metáfora.

Les ayuda a los dos en su tarea la más arriba mencionada ministra de Justicia, que dice que el narcotráfico “causa un gran daño a los recursos hídricos”. Tiene ella esa certera puntería de los políticos colombianos para reemplazar por las más feas perífrasis —recursos hídricos— una de las más bellas palabras de la lengua: agua.

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