Enrique Gómez Martínez Columna Semana

Opinión

Gordo asqueroso y humillante

Esta rebelión fiscal es muy extraordinaria en el Congreso.

Enrique Gómez
16 de diciembre de 2024

En medio del desconcierto nacional por la súbita rebelión del Congreso contra el Gobierno al archivarle la reforma tributaria, se ha centrado el debate en la falta de ejecución presupuestal y en la inconveniencia de la tributaria de cara a las próximas elecciones como principales motivos que explican el archivo aprobado por las comisiones económicas de Senado y Cámara.

Esta rebelión fiscal es muy extraordinaria en el Congreso. Tiene este año un precedente importante en la negativa a tramitar el presupuesto 2025 por estar ampliamente desfinanciado, pero en realidad va en contravía de las más de doce reformas tributarias aprobadas mansa y golosamente por el Congreso en los últimos veinte años.

Tanto más extraordinaria es la rebelión parlamentaria a la iniciativa alcabalera, que en realidad no refleja una coherencia, ni siquiera mínima, de este Congreso en los temas fiscales. Recordemos que aprobaron entusiastas la reforma fiscal más grande de la historia del país, esa desastrosa rapiña de Ocampo, que puso de rodillas a la economía y nos dejó con los presupuestos más grandes de la historia.

El Congreso de hoy es el mismo de hace setenta años. Uno que desea y alimenta un Estado obeso. No un gordo cualquiera, un obeso mórbido y ansioso. Un Estado que nunca se sacia ni se llena. Un Estado que, a más impuestos impone y recibe, más impuestos quiere. Y como clamaban los ministros de este gobierno en la semana que pasó, tan parecidos e identificados a los gabinetes de los últimos setenta años, sienten, casi que físicamente, que sin esos impuestos adicionales morirán entre lamentos y estertores.

Nuestro Estado yace igual que esos gordos mórbidos que vemos en las decadentes series de televisión por suscripción. Reclamando descarado su continua alimentación. Puerco e inmóvil. Victimizándose frente al sector productivo, chantajeándolo a través de sus áulicos que reclaman más recursos para que se pueda atragantar. Prometiendo siempre, como buen adicto, que cambiará, que en la siguiente vigencia sí se pondrá en forma, que gastará menos, que gastará bien, que ahorrará, que dará menos lora al sector productivo, que cumplirá con sus promesas fundamentales de justicia y seguridad, que no seguirá acumulando la grasa de nóminas, contratos y corrupción.

Pero todo es mentira. Y por ello, en lo único en que nuestro Estado es puntual, casi que por reloj, cada dos años pedirá una nueva tributaria. Y cada año, sin falta, su presupuesto crecerá aplastando, de manera desvergonzada y humillante, la sociedad que dice querer ayudar.

Pero en realidad, no le interesa ya ayudarla. Los principios para el crecimiento económico los adopta el obeso espantoso solo de labios para afuera.

Ninguno de los líderes que han creado al monstruo, a lo largo de décadas, ha considerado jamás la reducción del tamaño del Estado. No se atreven, siquiera a soñar, que el presupuesto se reduzca. Como gran concesión postulan —algunos, no todos— que el Estado seguirá devorando hasta atragantarse, sin necesidad y sin garantía de éxito, pero que se limitará, óigase bien, a tener presupuestos con déficits que pueda financiar sin importar el costo.

Esa es la gran concesión, después de largas décadas de lucha, que nuestro Estado y quienes lo manejan nos hicieron a los ciudadanos. Es la llamada regla fiscal, esa que el engendro petrista pretendía pasarse por la faja con la tributaria, excluyendo gastos en la contabilización de la regla. Igual que cuando el gordo asqueroso nos afirma que la pizza o el ponqué que engulle es dietético.

Y el gordo Estado, patético, ahogado por su obesidad, incapaz de moverse por sí mismo, inepto para sus misiones, no se limita a reclamar más impuestos. Ha logrado abrir camino a la despensa de deuda pública interna y externa. Tiene un ‘Rappi’ que le asegura golosinas y banquetes, endeudando al país de manera desaforada y costosa. Lo grave no es solo lo que el gordo asqueroso reclama de impuestos. Lo grave es la deuda que contrata, que representa, para este año (según interesante estimado de Niño Tarazona en SEMANA) la estrambótica suma de 220.000 millones de pesos cada día de nueva deuda contratada.

Y este degenerado mira a toda hora a los ciudadanos con desprecio. Si reclamamos calidad y oportunidad en los servicios básicos, nos tira la puerta en las narices con altivez. Si nos desesperamos por la impunidad judicial y la inseguridad, nos humilla con palmaditas en la espalda y promesas de cambio judicial e investigaciones exhaustivas. Cuando nos persigue y sanciona con sus inútiles y maquiavélicas regulaciones, nos señala con dedo acusador como causantes de las desgracias de la sociedad, tan inflexible con el vigilado, así como es de negligente y tolerante con sus defectos, omisiones y retrasos. Enemigo del empresariado, solo nutre un discurso de odio hacia el que produce y se sostiene, a la vez que fracasa en proveerle un entorno que asegure su productividad. Para el que produce solo se le ocurren más impuestos, trámites y regulaciones.

No podemos vivir sin este gordo asqueroso y humillante, pero sí podemos adelgazarlo a la brava poniéndole un by-pass a su enorme estómago, y sobre todo, imponiéndole una nueva ética y actitud en que sea decente cumpliendo con sus obligaciones, tratando con respeto y cuidado al ciudadano que lo nutre y que es su prioridad y no su esclavo; en que su fin principal sea habilitar el crecimiento económico y la iniciativa, delegando al máximo en el sector privado la realización de sus fines, manteniéndose delgado, ágil y fuerte para proteger a quienes debe servir.

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