Opinión
Gracias, Colombia
La lucha contra la dictadura chavista es uno de los ejes del Gobierno Duque y, por esta causa, ha sufrido críticas y mofas. Como si defender a valientes como Juan Guaidó fuese una aventura frívola.
No los llamen “extranjeros”. No los desprecien de esa manera. Cada vez que leo o escucho una noticia que menciona a un “extranjero”, enseguida pienso que se trata de un europeo o un gringo. Porque para mí los venezolanos son casi que compatriotas o primos o medio hermanos. O un pariente lejano que de pronto arrimó a la casa para pedir cobijo y uno le recibe; a la familia no se le da un portazo.
Comprendo que pensábamos que la visita duraría meses y ya vamos para varios años, y lo que falta. Pero en Colombia también hubo tiempos en que el hambre, la pobreza y el miedo empujaron a millones a arrancar para Venezuela. En el estado fronterizo del Táchira, 70 por ciento de la población tiene origen colombiano. Y no vengan con la cantaleta de que llega mucho delincuente. En Colombia no tenemos autoridad moral alguna para reprochar a los cientos de miles de gente buena los puñados de ladrones y asesinos que siguen su estela.
Vayan al Zulia, a Apure, y pregunten los lustros que llevan soportando la barbarie de las guerrillas y los herederos de los paramilitares. Y cómo miles de mineros colombianos cruzan por Guainía y devastan los montes venezolanos para explotar enormes minas de oro ilegales.
Formalizar a un millón de venezolanos es una medida impopular, máxime en tiempos de crisis económica y de escasez de vacunas. Pero era un paso valiente y necesario. El planeta está rebosante de hipócritas que clamaban que Trump no construyera el muro, que dejara pasar a las caravanas de desesperados hondureños y guatemaltecos, hasta que tocan a su puerta, no a la del Imperio. Ahí ya no les parecen víctimas en busca de oportunidades, sino seres molestos, incómodos, pedigüeños.
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Colombia, además, cometió el pecado de mirar hacia otro lado cuando le interesaba pactar con la dictadura, en lugar de ayudar a derribarla. Cuántos no afirmaban que lo inteligente consistía en voltear la cabeza y aprovechar el momento. No mostraban el menor pudor en ignorar a las víctimas de un régimen despótico, criminal, cleptómano, en aras de pactar lo que fuera con las guerrillas que vivían en el santuario chavista.
El segundo argumento que esgrimían (y aún esgrimen), con su inconfundible presuntuoso tono de superioridad moral, es que no debemos entrometernos en los asuntos de los demás. Como si el atropello a los derechos humanos, la ruina y el éxodo masivo de nuestros hermanos no nos importara ni afectara en lo más mínimo.
Lo bueno de este Gobierno, al que tildan con la falacia de “hacer trizas la paz”, ha sido tender la mano a los hermanos del otro lado de la línea fronteriza. Además, no ha cometido vilezas, como las de su antecesor, de entregar a la banda de mafiosos de Miraflores al joven indefenso Lorent Saleh para que lo torturaran. Desde el primer día de su mandato, Duque ha convertido la lucha contra la dictadura chavista en uno de los ejes de su Gobierno. Por esa causa ha soportado críticas y mofas, como si defender a valientes como Juan Guaidó fuese una aventura frívola. Será que prefieren al cínico que declaraba a un tirano como su “nuevo mejor amigo”.
Todos sabemos que las relaciones internacionales son hipócritas y desalmadas. Pero hay ocasiones en que los países deben hacer sacrificios, y Colombia va a realizar un esfuerzo admirable, ejemplar. Y es un gesto aún más encomiable al ofrecer su mano fraternal en momentos en que el mundo se vuelve más egoísta, en que muchos Gobiernos libran una pelea descarnada por acopiar vacunas y cerrar fronteras para inmunizar solo a los suyos.
Cada vez que viajo por las carreteras que son ruta de los venezolanos, unos de vuelta a su terruño y otros atravesando a pie Colombia en su camino hacia Ecuador, pienso que esos caminantes y sus progenitores dejaron pasar varias ocasiones propicias para derribar a la fuerza a Hugo Chávez y a sus herederos, únicos responsables de arrasar una nación rica y condenarlos al éxodo.
Porque no nos digamos más mentiras, tras probar el famoso “cerco diplomático” se ha hecho más evidente que solo un golpe de coroneles u otros oficiales de menor rango, no tocados por la insaciable corrupción, puede sacarlos del poder y rescatar la democracia.
Hay que reconocer que la mafia de Maduro ganó la partida. La sola presión internacional de las naciones democráticas no los sacará del poder. Rusia y Cuba los sostienen, igual que la cobardía del gremio de “los políticamente correctos”. Es irónico que apoyaran y celebraran el derrocamiento sangriento del egipcio Mubarak y del libio Gadafi (y que convirtió a Libia en un Estado fallido), pero se rasgan las vestiduras cuando alguien sugiere que solo con un golpe militar Venezuela recuperará la libertad.
Lástima, insisto, que fracasara el que le dieron al sátrapa Hugo Chávez, y que muchos aplaudimos entonces. Cuánto sufrimiento no se habría evitado. Mientras aparece el valiente capaz de encabezar la revuelta, solo queda el consuelo de saber que, al menos, Iván Duque cumplió con su deber. Gracias, Colombia.