OPINIÓN

Guacho y Cadete, las dos caras del narcotráfico

Con solo 42 días de diferencia fueron dados de baja dos de los más importantes disidentes de las FARC.

Daniel Mauricio Rico, Daniel Mauricio Rico
5 de febrero de 2019

Terminando diciembre alias Guacho fue impactado en un cocal de Tumaco y comenzando febrero alias Cadete cayó en un bombardeo en las riberas del Yarí. Aunque su origen fariano y su evolución en el narcotráfico los hicieron confluir en sus carreras criminales, cada uno representaba a diferentes generaciones del narcotráfico, con capacidades, aliados y enemigos muy diferentes.

Guacho o Walter Patricio Arizala era a pesar de ser una celebridad del crimen un narco de tercer nivel, con un poder localizado, sin conexiones internacionales estables y que en sus últimos días quedó aislado e ilíquido por la presión militar. Fue la ejecución cobarde de civiles (periodistas, indígenas, afros, funcionarios públicos desarmados, mujeres y líderes sociales) lo que convirtió a Guacho con 27 años en el enemigo público número uno de dos países.

Desde antes que Guacho naciera ya Rodrigo Cadete se había trenzado el fusil en las Farc. Tras una breve pausa durante el proceso de paz, este veterano se decantó por mantenerse subordinado a Gentil Duarte y John 40 en el ala más traqueta de las Farc. A Cadete lo sorprendió el Comando de las Fuerzas Especiales cuando estaba en la brega por reunificar los remanentes de los frentes y unidades en el histórico corredor del otrora Bloque Sur (Putumayo y Caquetá) con el antiguo Bloque Oriental (Guaviare y Meta).

La vida y muerte (incluyendo el entierro) del joven Guacho tuvieron una gran cobertura mediática, en cambio la operación contra Cadete a pesar de ser un narcotraficante de grandes ligas no llegó a las portadas. Guacho operaba como un “cusumbo solo” con socios pero sin jefe, cortoplacista es sus acciones y en permanente huida para esconderse de dos ejércitos y muchas bandas enemigas; su poder real solo estaba en unas veredas cundidas de coca en la frontera de dos municipios de Nariño. Por otro lado Cadete era el segundo de una estructura histórica y jerárquica, que aunque diezmada tras el acuerdo se ha mantenido como la principal banda de narcotráfico, minería ilegal y extorsiones en media docena de departamentos.

Cadete (Edgar Mesías Salgado) aunque más viejo era un narco más moderno, conservaba un bajo perfil, sabía que la guerra es costosa y perjudicial para el negocio, desde que regresó al monte en  2017 se dedicó a fortalecer sus mandos medios y mantener la identidad ideológica de sus bases, procurando no hacerle frente a las unidades militares ni desplazar la población. En contraste la disidencia de Guacho era una más de las trece estructuras que delinquen en la zona rural de Tumaco, el espiral de violencia en que se metió término “calentándolo” hasta el punto que los demás narcos de la zona se le fueron alejando primero y volteando después.

Guacho y Cadete son ejemplos de las diferentes generaciones de mandos que tuvieron las Farc hasta la firma del acuerdo, un reflejo de las divergencias entre quienes llegaron antes y después del Plan Colombia a la insurgencia, y un ejemplo casi que de libro de la teoría del ciclo de vida criminal (Laub y Sampson, 1993). Dos carreras criminales muy diferentes pero que terminaron de la misma manera y que sintetizan los disímiles desafíos de seguridad que hoy enfrenta el Estado, porque ni al uno ni al otro le van a faltar sucesores.

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