Opinión
¿Hay esperanza?
Las marchas fueron un recordatorio de que Colombia está cansada de este “cambio”, que hasta hoy no deja más que muertos, hambre, desempleo, inflación e inseguridad para los colombianos. Colombia aguanta y espera. Petro planea y destruye. Pero hay esperanza.
Las movilizaciones masivas de esta semana ya no son solo de la oposición al Gobierno de Petro, sino de un segmento importante del pueblo colombiano que se ha visto afectado en su trabajo, sus ingresos, su seguridad y hasta la forma como se alimenta.
Colombia está cansada de la polarización, la incertidumbre y el caos que este Gobierno imprime a diario con su improvisación, discursos altisonantes y pasivo-agresivos.
Las calles de 30 ciudades del país se vistieron de blanco y con la bandera nacional. La plaza de Bolívar, en la que caben 40.000 personas en la capital del país, estaba a reventar. Fue una marcha pacífica, organizada, sin ningún acto vandálico en contra de los bienes públicos, de la policía, sin dañar establecimientos comerciales ni estaciones de TransMilenio. No se afectó la movilización de las personas que no participaron en las marchas, y lo más importante, era gente común y corriente que se organizó de manera autónoma y voluntaria para manifestarse en contra del Gobierno.
Pero la ya tradicional comunicación violenta pasivo-agresiva de la extrema izquierda no se hizo esperar. El propio presidente Petro, sus hijas y congresistas comenzaron a compartir imágenes de la plaza de Bolívar afirmando sin sonrojarse que los medios de comunicación habían mentido, que el lugar estaba desocupado y que la marcha había fracasado.
Tantos años duró la izquierda exigiendo no ser invisibilizada y ahora que gobiernan no solo minimizan la protesta legítima de la oposición, sino que la estigmatizan. A las pocas horas, el presidente, en medio de la posesión del nuevo, inexperto y al que “no le fue muy bien en matemáticas” director de Planeación Nacional, afirmó que había un sector de la sociedad que no quería soltar los privilegios y que por eso se oponían al “cambio”.
El presidente desconoce que uno de los principales rechazos que sufre su Gobierno es el deterioro de la calidad de vida de la gente. Solo por citar un par de ejemplos, el precio de la gasolina se ha duplicado en estos primeros 19 meses de tortuoso “cambio”, al pasar de 8.000 pesos a 16.000 pesos por galón, a lo que se suma el alza exagerada en los precios de muchos de los productos básicos de la canasta familiar.
Este Gobierno “potencia mundial de la vida”, que se autocalifica de “progresista”, se ha encargado de hacer hasta lo imposible por elevar los precios de la comida con impuestos y medidas que afectan, sobre todo, a los más pobres. Al final, lo que es claro y evidente es que al “cambio” le importa solamente la plata y los votos, y muy pero muy poco el aparato productivo, el sector de los comerciantes y los millones de personas que, por culpa de la ineficiencia de este Gobierno, están viendo menoscabado tanto su futuro como sus oportunidades.
Se entiende que el alza de los combustibles no sea visto como un problema por el presidente. Hace muchos años que el pueblo colombiano les paga un costoso esquema de seguridad a él y a su familia, que incluye enormes y contaminantes camionetas. Tampoco es que al presidente le preocupe mucho el costo de los alimentos, porque ya es sabido que el mercado de los dirigentes de la “potencia mundial” cuesta unos 120 millones de pesos para tres meses, incluyendo un importante porcentaje que se gasta en la comida chatarra que el presidente tanto quiere perseguir.
Las amas de casa han recortado el presupuesto del mercado y eso tiene un efecto inmediato en la nutrición de los más pequeños. Por eso, muchas de ellas salieron a marchar. Como también lo hicieron los emprendedores, los empresarios, los empleados, médicos, enfermeras y, por supuesto, adultos mayores preocupados porque les expropien su pensión después de años de ahorrarla.
La gente marchó en contra del derroche del presidente y sus viajes internacionales, la gastadera de su esposa en maquillaje y fotografías, de los viajes de Francia Márquez y el despilfarro de recursos en un Ministerio de la Igualdad que no se sabe para qué sirve.
A Petro no le gustan los colombianos que salieron a marchar en contra de la corrupción de su Gobierno con los carrotanques de La Guajira. Hace caso omiso del mandato de la Constitución de representar la unidad nacional, promueve el odio, el rencor y la división, mientras gobierna solo para un sector que le cae bien, y arrastra con ofensas, humillaciones y cargas tributarias a todo lo que genere riqueza.
En este espacio discutí la semana pasada cuál sería el mecanismo que estaría pensando usar el presidente para reelegirse. Pues esta semana el mandatario dio luces acerca del proceso electoral de 2026 al afirmar sorprendentemente que la democracia en Venezuela funciona mejor que acá y que hay un inminente riesgo de que se configure un fraude electoral. Y, desde el departamento de Nariño, después de las marchas en su contra, afirmó que el Gobierno del “cambio” tiene que volver a ganar las elecciones en 2026, recordándole al país de nuevo que no le gusta la Casa de Nariño y que “ni más faltaba que me voy a ir de ahí”.
El dinero que buscan en las reformas a la salud y pensional es para convertirlo en subsidios y crear una clase social que subsista con las migajas del Gobierno. Ya está probado en Cuba y en Venezuela, en donde la clase media se extinguió por cuenta de las políticas deliberadas para empobrecer a la clase media, destruir el aparato productivo y estatizar toda la industria para repartirla entre amigos y familiares. Dijeron que Colombia no se convertiría en uno de esos países, pero la realidad demuestra todo lo contrario. Sin embargo, los tiempos son muy distintos, la ciudadanía está atenta, advertida y entiende que la propuesta de este Gobierno no es nada distinto que la de llevarnos hacia el comunismo de la narcodictadura de Nicolás Maduro, esa “democracia” que, al parecer, tanto admira Gustavo Petro.
Las marchas fueron un recordatorio de que Colombia está cansada de este “cambio”, que hasta hoy no deja más que muertos, hambre, desempleo, inflación e inseguridad para los colombianos. Colombia aguanta y espera. Petro planea y destruye. Pero hay esperanza.