OPINIÓN
O estadistas o hinchas
El jaleo diplomático que se formó por el desconocimiento de los protocolos no resolverá nada. Cuba no va a entregar a los negociadores del ELN, sin importar cuántas notas verbales envíe la Cancillería. Al final, el balance será una comunidad internacional desconfiada y unos responsables de delitos atroces que no volverán al país y gozarán de impunidad por los días que les quedan.
Cualquier oportunidad es buena para hacer un llamado a la sensatez, un llamado a no hacer lo popular sino lo correcto. Todos los colombianos sentimos un profundo dolor por el atentado de la semana pasada en la escuela de cadetes. El asesinato de 20 jóvenes es un hecho inaceptable que demuestra que el ELN no tiene voluntad de paz. Esa guerrilla no se ha movido un centímetro desde que sentó a negociar con el gobierno de Juan Manuel Santos; a una mano tendida, los "elenos" han respondido con asesinatos, secuestros y voladuras de oleoductos, por eso es entendible que el gobierno del presidente Duque haya decidido romper las negociaciones con esa guerrilla; sin embargo, hay que ser claros: el Gobierno no puede insistir en desconocer el protocolo de rompimiento de la mesa.
No podemos caer en la trampa. El protocolo firmado no es solo un compromiso con el ELN, eso es lo de menos, es una hoja de ruta que se fijó con los países garantes y con Cuba, el país anfitrión que prestó su territorio para llevar a cabo la negociación, creyendo en la palabra del Estado colombiano (sí, el Estado) y no del gobierno de turno. ¿Con qué cara vamos a acudir en el futuro a la comunidad internacional para pedir su mediación si los compromisos que adquirimos no son a prueba de todo?
No nos equivoquemos, el jaleo diplomático que se formó por el desconocimiento de los protocolos no resolverá nada. Cuba no va a entregar a los negociadores del ELN, sin importar cuántas notas verbales envíe la Cancillería o cuántos llamados públicos haga el presidente Duque. No podemos olvidar que estamos hablando del país que no ha cedido frente a un embargo económico de la primera potencia mundial, que ha durado casi 60 años. Al final, el balance será una comunidad internacional desconfiada y unos responsables de delitos atroces que no volverán al país y gozarán de impunidad por los días que les quedan.
El primer campanazo lo dio el Ministerio de Relaciones Exteriores de Noruega, que ha sido un aliado incondicional en la búsqueda de soluciones negociadas al conflicto. Colombia y los países garantes firmaron un documento y ese documento se tiene que respetar. El segundo llamado lo hicieron La U, Cambio Radical y el Partido Liberal: hay que honrar la tradición de cumplimiento de las obligaciones internacionales.
Claro, la imagen de los responsables de una masacre regresando en un avión a una zona desmilitarizada es difícil, inconcebible, especialmente para un gobierno que ha prometido mano dura. Sin embargo, el dolor y la indignación no son buenos consejeros y a veces llevan a tomar decisiones miopes con graves consecuencias a largo plazo que van más allá de lo efímero de las encuestas. La mejor respuesta al terrorismo no es el populismo, es la reafirmación del Estado de Derecho que aunque no es la vía más “taquillera”, es la correcta.
Los ciudadanos de a pie tenemos la ventaja de poder comportarnos como hinchas, dejar que a veces nuestras decisiones las dicte la indignación, sin importar las consecuencias. Para nuestros dirigentes, el nivel de exigencia es mayor. Como Estado, tenemos que respetar los protocolos negociados con el ELN y los países garantes, tenemos que tragarnos otro sapo más y permitir que los responsables del atentado a la escuela de cadetes regresen al país para luego hacerlos responder con todas las herramientas que el Estado de Derecho permite.