OPINIÓN
Hechos y hachas
Hay indignación por la forma desatinada en que los medios tratan las noticia sobre violencia contra mujeres y niñas. ¿Cuánto nos cuestan los titulares morbosos o la justificación del delito?
A veces a los periodistas nos pasa algo similar a lo que les sucede a los médicos: en una reunión social, informal, siempre hay alguien que se entera de que uno es periodista, se acerca y arranca a preguntar, pero no por la receta para curarse de algún mal, sino por qué el periodismo no se da cuenta de que es prácticamente la causa de todo mal.
“Es que ustedes los periodistas…” y ¡juassss! se despechan, se quejan, cuestionan los titulares, ustedes todo lo tergiversan, no entienden, no saben, no escuchan. Al médico le piden el remedio para la salvación. A nosotros nos condenan. Y muchas veces les sobra razón.
Eso me pasó esta semana. Una amiga me llamó indignada a quejarse por la forma como la prensa ha tratado el caso del intento de asesinato de Ángela del Pilar Gaitán por parte de Miguel Parra. Y lo que más la indignaba era la manera como los medios, especialmente la prensa, presentaban las justificaciones del agresor, como si fueran justificables siete hachazos a una mujer o a cualquier persona.
La mujer que me llamó ha sido víctima de la violencia de género. Ha pasado por el horror y vive con el temor. Tiene siempre las alarmas puestas, que es lo que no sucede en los medios si revisamos lo que leemos, oímos y vemos, porque al repetir y repetir la manera como sucedieron los hechos, al regodearse en el amarillismo y llamar audiencias con el titular, contribuimos a que siete hachazos sean vistos como un caso más; lo desnaturalizamos en su barbarie.
En su desespero me preguntaba cómo es posible que las personas en la redacción de un diario no se den cuenta de lo que escriben y que, más allá del debido derecho a la defensa y entrega de información puntual, un periódico le abra espacio al abogado defensor para manipular con argumentos de crisis existencial y sorpresa lo que sucedió, como si el hacha tuviera vida propia. Así, qué responsabilidad va a tener Parra. O, bueno, tal vez sí, pero poquita porque el tipo no es así, fue una excepción. Fácil, un trago de más y una vida menos.
¿Dónde estamos trazando la raya roja -los periodistas y medios de comunicación- ante la reproducción de falsos argumentos que terminan por diluir la gravedad de los hechos y las responsabilidades en temas de feminicidio? ¿Hay una línea clara entre información y revictimización? ¿Vale así, sin más, acoger los argumentos del abogado defensor y dejar por ahí planteado que la cosa fue por celos, pobrecito se salió de madre, e insinuar que la víctima tiene algo de culpa? ¿Cuánto le cuesta a la sociedad el titular sensacionalista?
Hace años tengo un alegato con los noticieros de televisión y programas especiales cuando tratan el tema de violencia contra las niñas y mujeres y dan cifras del oscuro y violento panorama en Colombia. Normalmente, para no poner el rostro de mujeres como fondo o para no repetir la muñeca vuelta pedazos como alegoría de infancia y violencia (otro lugar común, junto con la del zapatico suelto y sucio), el noticiero acude al plano de espaldas y las muestra caminando acompasadamente, con la cámara clavada en las caderas, enfocando las nalgas, mientras circulan porcentajes de violencia sexual o de género.
¿A nadie se le ocurre otra cosa, a ningún editor o director –la mayoría, hombres afanados por el tiempo en TV, pero claramente fuera de estos tiempos- se les ilumina la entendedera para captar el simbolismo de esas imágenes? ¿De qué sirve hablar y entrevistar a mujeres exitosas si se sigue reproduciendo el mismo patrón del mal al informar?
El remedio, aun en tiempos de crisis y en medio de alegatos de falta de recursos, lo han encontrado muchos medios, varios de ellos en la machista América Latina: han instaurado el cargo de editor o editora de género, especialmente la prensa, que además se mueve entre el papel y lo digital con grandes descuidos.
Se trata de una persona profesional y conocedora del tema, cuya tarea es precisamente atrapar narrativas o enfoques noticiosos que de alguna forma reproduzcan el discurso que justifica la violencia de género o la discriminación en todas sus formas y colores. No es corrección de estilo, es un cambio de forma de abordar la información, algo más profundo que implica leer la realidad de otra manera y responderles así a unas audiencias que sí han cambiado; para dejar de ser periódicos de ayer.
Esa figura no es para escribir todo en “LoLas” (eso tan jarto de los y las), ni se trata de escribir con “a” cada párrafa de la artícula que va a publicar la periódica. No. Es mirar con perspectiva de género e inclusión, con mirada crítica y alerta, la manera como se presentan las noticias o historias que tienen el potencial de perpetuar la violencia y no aceptar falsas disculpas que alzan el hacha otra vez y siete veces más.