OPINIÓN

Fuga a destiempo

El problema que surge con la huida de Santrich es que ha dejado con el culo al aire a gente que gastó parte de su capital político para conseguir su libertad.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
10 de julio de 2019

La vida en Colombia transcurre como en las telenovelas. El capítulo final hace la diferencia. En las telenovelas triunfa el amor y la justicia. En la vida real colombiana vence el odio y la injusticia. La telenovela “Santrich” acabará mal. No me cabe la menor duda. Una telenovela interpretada por malos actores. Un guión hecho con jirones. Una historia golosa que ha pasado, sin un buche de agua, por el galillo del país. Al Viejo Topo, que entra y sale de escena como una sombra, lo veo desconcertado. Recapitulemos. 

La mayoría de políticos en Colombia son aburridos. Gritones. No saben hacer otra cosa. No saben ganarse el pan y la sal de otra manera. Son inútiles. Pocos se salvan. Esto vale tanto para la derecha como para la izquierda. Parecen vendedores ambulantes. Santrich, que aspiraba a volverse un político, parecía distinto. Toca el saxo. Dibuja caricaturas. Lleva siempre la kufiyya palestina alrededor del cuello. Calza abarcas de jornalero costeño. Recita poemas de memoria. Tiene buena memoria. Medio ciego. Graduado en una universidad pública. Sabe hablar. Sin complejos. Hincha del Junior. Un idealista en un país de arribistas. Estrafalario y epiléptico como el poeta Lord Byron, dijo mi amigo Diego, mientras observa desde la ventana de su oficina la tromba de agua que ametralla a Oslo. 

A leguas, Santrich era el mejor cuadro de la exguerrilla de las Farc. Demasiado atrevido para las hipócritas maneras políticas que prevalecen en Bogotá. Lo distinto y provinciano les parece de mal gusto. Demasiado contestatario para el periodismo que se relame tratando con ex guerrilleros domesticados o izquierdistas fotocopiados en las factorías del establecimiento. Santrich era un outsider que había que sacar de circulación. Era mejor apartarlo de la vida pública. Lo hicieron. Lo consiguieron. Un fiscal medio fugitivo, un agente encubierto y un mal consejero como Iván Márquez se tiraron a Santrich. Lo volvieron un fugitivo. El enemigo público Nº1 de Colombia. Acabará mal. 

El problema que surge con la huída de Santrich es que ha dejado con el culo al aire a gente que gastó parte de su capital político para conseguir su libertad. Santrich no es tonto. Sabe que su fuga afecta a los defensores del proceso de paz. Sabe que el gobierno piloteado por Uribe sacará renta de este episodio. Sabe que su cadáver sería un formidable trofeo para un gobierno hundido en las encuestas. Sabe que el cuento de las disidencias es un Frankenstein, sin vida propia, condenado al fracaso. 

Santrich vive un drama humano que no se ve a simple vista, escribe Fernando en un email que he visto a medianoche. Fernando está harto de la ciudad. Se ha ido al campo. Cuando despierte por la mañana para echarle maíz a las gallinas que cría en una parcela del Cauca, leerá mi respuesta. Le cuento a Fernando que he revisado uno de los dos cuadernillos de topografía que aún conservo como recuerdos de la prisión. Observo unas notas en miniatura que hice en el calabozo Nº 29 del centro penitenciario de alta seguridad de La Dorada. Leía entonces El crepúsculo de los ídolos o Cómo se filosofa a martillazos de Federico Nietzsche. Transcribo en el email de respuesta a Fernando un extracto del libro escrito por Nietzsche en Turín antes de que enloqueciera : “Cuando se llega a cierto estado, no es conveniente vivir más tiempo…morir altivamente cuando no es posible vivir altivamente”. 

¿Es posible en estos tiempos coquetos, hiperindividualistas y demagógicos pedirle a alguien que se sacrifique por los demás? ¿Qué opinas, Viejo Topo?

“Quien no muere a su debido tiempo perece a destiempo”, me respondió el filosofo Byung-Chu Han, desde su despacho de la Universidad de las Artes de Berlín.

* Escritor y analista político 

En Twitter: @Yezid_Ar_D 

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