Opinión
Hundimiento de la reforma política: renace la esperanza
Todos los colombianos deberíamos tomarnos el tiempo de leer y entender lo que se nos propone.
Esta semana recibimos la buena noticia del hundimiento, a manos del Congreso, de la reforma política que propuso el Gobierno Petro. En un hecho inédito en el actual Parlamento, un proyecto que contaba con toda la maquinaria del nuevo clientelismo gubernamental sorprendentemente sucumbió ante la presión –desordenada, valga la pena reconocerlo– de la oposición y el escrutinio, cada vez más creciente, de la ciudadanía.
Los congresistas, incluso muchos adeptos y de primera línea del Gobierno, comprendieron que los caprichos filosóficos y la improvisación podían terminar pasándoles una factura muy costosa. Que la democracia, la ética política y el futuro del país no podían sucumbir a la tentación cada vez más evidente de tratar de perpetuarse en el poder, no por la voluntad popular, sino por las argucias normativas que tanto combatieron para hacerse elegir.
Hoy salen a decir que ese proyecto no era del Gobierno y que no reconocen su autoría en un intento inocuo de hacer un control de daños. Sin embargo, esa excusa, antes que ayudar, corrobora que se trató de un revés muy serio. Los lleva a cuestionarse si la “aplanadora legislativa” que aprobó la reforma tributaria más regresiva y recesiva de la historia del país, en realidad tiene la capacidad de cumplir los sueños refundacionales de Petro.
Pues bien, en medio de una reforma laboral que solo favorece a una privilegiada élite sindical, una reforma a la salud que destruye los logros sociales de tres décadas y un intento evidente de apropiar el ahorro pensional, para repartir subsidios a diestra y siniestra, la caída de la reforma política abre una luz de esperanza.
Ahora es claro que el trámite legislativo de las reformas “sociales” no será fácil y que muchos de los proyectos del Gobierno no lograrán darse en este primer año de mandato; no obstante, no podemos confiarnos en los buenos vientos que empiezan a soplar. Es necesario, hoy más que nunca, prender las alarmas y permanecer vigilantes a la avalancha de proyectos que el Gobierno ha presentado, muchos de ellos con la esperanza de que pasen desapercibidos ante la inacción de una sociedad que está desbordada por el embate reformista.
La responsabilidad es de todos, de la sociedad civil, de los gremios, pero, en especial, del ciudadano de a pie, de ese ser humano del “común” que sufrirá las consecuencias de permanecer en la informalidad o en el tenebroso desempleo, que tendrá que someterse al capricho del alcalde de turno para que lo vea un médico o que verá expoliado su ahorro pensional, para que esos recursos se usen para comprar conciencias, a punta de subsidios, en las elecciones futuras.
Todos los colombianos deberíamos tomarnos el tiempo de leer y entender lo que se nos propone. Algunos pocos puntos de las reformas son rescatables, pero la mayoría significarán retrocesos y esfuerzos desmedidos que nadie está reclamando. No podemos dejarnos llevar por el estado de opinión, todos tenemos la responsabilidad ética de revisar y cuestionar, punto a punto, lo que se nos propone.
Si no actuamos hoy para presionar al Congreso, nuestra inacción, apatía e indiferencia nos puede resultar muy costosa. Presionar y cuestionar con argumentos rinde frutos y esta semana, con la caída de la nefasta reforma política, fuimos testigos de ello.