OpiNión
Implosión presidencial
Muy probablemente vuelen fusibles, gente termine en la cárcel y todo haya sido a las espaldas del jefe de Estado. Petro corre el riesgo de ser un Samper recargado.
El gobierno de Gustavo Petro está haciendo aguas y no hay nadie más que tenga la culpa que sus propios miembros. Sencillo. Cada uno de los escándalos que tiene contra las cuerdas a esta administración ha sido provocado por alguien que forma parte del Gobierno o es muy cercano.
El primer gran escándalo lo protagonizó el hijo de Gustavo Petro. Nicolás fue señalado por su propia exesposa de recibir dineros de narcos para financiar la campaña de su padre. La respuesta del jefe de Estado: “No lo crie”.
El segundo tiene a la cabeza a su propio hermano, relacionado con haber logrado acuerdos con narcos y delincuentes en la cárcel para recibir apoyos en campaña a cambio de beneficios jurídicos y penales, algo que se conoce como el Pacto de La Picota. El tercero, el proceso 15.000, lo estalló su propio círculo de primer nivel, y lo lideró su ex mano derecha, Laura Sarabia, y su exescudero y exembajador en Venezuela, Armando Benedetti, quien dio a entender que hubo entrada de dineros calientes a la campaña para financiar los resultados en la costa. Gravísimo.
En todo esto hay un hilo conductor: dineros presuntamente del narcotráfico que habrían entrado a la campaña para asegurar la victoria del entonces candidato. Nada más.
Hago la pregunta: ¿qué culpa tienen los medios de comunicación en todo esto? O, mejor, para ponerlo en términos mucho más coloquiales: ¿qué culpa tiene la estaca si salta la rana y se estaca? Ninguna. El descontrol de todo lo que ocurre en la administración es responsabilidad de ella misma.
Gustavo Petro llegó al Gobierno bajo un discurso de cambio, amparado en la narrativa del progresismo y la izquierda, pero su ejecución ha sido lejana a sus preceptos. Prometió cambio, honestidad, justicia, igualdad y renovación, y hasta ahora ha dejado caos, descontrol, amiguismo, deterioro, desilusión y, más recientemente, miedo. Sí, miedo.
Los recientes episodios relacionados con la muerte del coronel Dávila, aunque aún están por ser esclarecidos por las autoridades, generan una sensación adicional de descontrol y turbiedad. ¿Cómo se puede explicar que aparezca muerto uno de los testigos más importantes del caso que involucra el escándalo más grande dentro de la administración y algunos lo quieran pintar como una casualidad, hecho fortuito o invento de los medios de comunicación? Qué barbaridad.
Lo que dice el sentido común es que los casos criminales o de misterio se resuelven siguiendo el dinero. ¿De dónde sale el dinero?, ¿quién mueve el dinero?, ¿quién se queda con el dinero?
Entonces, en este caso: ¿de quién era la plata que se robaron en la casa de Laura Sarabia?, ¿cuánta plata se robaron?, ¿quién se la robó?, ¿cuál es el origen del dinero?, ¿de dónde sacó el coronel Dávila fondos para pagar 50 millones de pesos como anticipo de su defensa? Dinero, maldito dinero. El hilo conductor es el dinero.
¿Qué se viene ahora? Si la única manera de predecir el futuro es tener en cuenta lo que ha sido el pasado, entonces, es fácil concluir que muy probablemente vuelen fusibles, gente termine en la cárcel y todo haya sido a las espaldas del jefe de Estado. Petro corre el riesgo de ser un Samper recargado.
¿Y entre tanto? La implosión presidencial. El Ejecutivo es criticado y se defiende rabiosamente, mientras que el Legislativo hace fiesta con las prebendas que emanan de Palacio para sacar adelante sus reformas.
Me temo que esta crisis, en lugar de frenar las malogradas reformas que propone el Gobierno, le suba el precio al respaldo que buscan los congresistas. Es lógico que la administración esté dispuesta a desembolsar más para no perder respaldos y lamentablemente es evidente que muchos de los congresistas no están ahí por hacer lo que más les conviene a sus constituyentes, sino para llenarse los bolsillos. Dinero, maldito dinero.
Este Gobierno está implosionando por el dinero.
P. D. Este es un Gobierno que les habla a sus áulicos y fanáticos. Solo esta semana, la administración anunció que el país iba a tener un parque automotor eléctrico en 2040. Es algo completamente delirante. Para tal objetivo tendríamos que tener por lo menos dos Hidroituangos para cargar el parque automotor nacional. Es decir, para llegar a esa meta que el mismo Gobierno se está poniendo, ya tendríamos que tener los planes para construir esas hidroeléctricas, algo que, por supuesto, no existe. Este Gobierno se llena la boca de anuncios para sus seguidores, pero se atraganta con la realidad.
P. D. El presidente Petro es inocente hasta que se pruebe lo contrario. Como todo colombiano tiene derecho legítimo al buen nombre, pero como jefe de Estado debe ser completamente transparente frente a lo que dice, hace y, sobre todo, de cómo se defiende. La magnanimidad de su cargo se lo exige.