Erick Behar

OPINIÓN

Impuesto a los superricos ¿sí o no?

Curiosamente, se piden más impuestos, pero el tema de cómo se los gastarán queda relegado al otro día que nunca llega. Vaya ejemplo que es Colombia en esto.

Erick Behar Villegas
19 de julio de 2024

Va y viene una propuesta que parece a veces tan fácil como imposible: impuesto a los más ricos del mundo. Recientemente, varias figuras políticas lo pidieron en medio de la cumbre del G-20, abogando por más redistribución, pero el diablo está en los detalles. Parte del fracaso del tema tiene que ver con falta de voluntad, los legalismos e ignorar la pregunta del malgasto público.

El tema de la desigualdad es bastante espinoso. Está claro que la desigualdad de oportunidades es desastrosa, pero forzar la igualdad en múltiples dimensiones también es problemático. En el caso de la riqueza, que no es lo mismo que el ingreso, hay una realidad difícil de digerir. Para el 2023, el 1 % más rico tenía cerca de la mitad de la riqueza mundial (en Colombia se acerca al 35 %), y es cierto que la clase media en algunos países es la que más sufre el aumento de los impuestos. Algunos países, como Colombia, España y Alemania, no entienden (o no les importa) que asfixiar a su clase media genera más problemas y fisuras sociales que bondades (estas últimas parecen ser pura ideología o ignorancia decorada).

Como dice R. Reich, la cancha está desnivelada entre quienes no tienen capital y se esfuerzan y aquellos que nacen ricos. Pero forzar la igualdad redistribuyendo agresivamente puede desembocar en una cadena de incentivos que empeoran la situación de un país. Es más pragmático preguntarse cómo podría hacer una reforma así sin causar más problemas.

Curiosamente, se piden más impuestos, pero el tema de cómo se los gastarán queda relegado al otro día que nunca llega. Vaya ejemplo que es Colombia en esto.

La petición concreta al G-20 implica apoyar un impuesto sobre las 3000 personas más ricas del mundo, con la idea de recaudar algo así como 250 mil millones de dólares. La idea se inspira en el trabajo de G. Zucman, pupilo de T. Piketty y hoy profesor en Berkely, que propone que estas personas paguen el 2 % del equivalente de su patrimonio.

Lo interesante es que en esta discusión ha habido estudios con conclusiones mezcladas. Por un lado, Saez y el mismo Zucman, dicen que si desde 1982 se hubiese introducido este impuesto, los 400 más ricos de EE. UU. no tendrían el 3.5% de toda la riqueza, sino el 2%, es decir, que habría habido un efecto redistributivo. Por otro lado, C. Fuest y otros autores dicen que en otros casos sería contraproducente, golpeando la inversión e incluso el empleo. Como ellos, hay otros críticos, pero algo que no me convence es que, en ocasiones, la base de la argumentación es de carácter legal o de puro proceso (por ejemplo, no al impuesto porque es difícil implementarlo).

Por ejemplo, en Alemania la Corte Constitucional tumbó el impuesto a la riqueza (Vermögensteuer) en los años 90 por la forma en que se propuso, no por la esencia misma del gravamen. Otro punto de los críticos es decir que el impuesto destruiría la innovación y con ello miles de empleos. Pero justamente lo que argumentan Saez y Zucman es que la innovación se suele dar con capital prestado; es decir, que no viene de personas que ya cuentan con una riqueza considerable.

Lo innegable y triste es que el juego sí parece estar arreglado: la clase media, en países desarrollados o no, tiene una situación compleja que suele terminar en desilusión. Recuerdo la historia de una pequeña empresa alemana que se quebró durante la gran recesión, justo cuando yo era estudiante de economía. Me preguntó un familiar de una persona que perdió el trabajo, ¿cómo puede ser que una empresa copada con pedidos simplemente desaparezca así?

¿Cómo puede ser que a pesar de las quiebras sigan pagando tanto a los directores que luego se van? Sin entrar en estos detalles, todos sabemos que en estas situaciones hay algo terriblemente disfuncional, y que el tema del pago a los CEOs no tiene nada que ver con sus capacidades. Sobre esto hay suficiente evidencia empírica.

Si se creara este impuesto, habría bondades y maldiciones. Por un lado, podría nivelar —al menos un poco— la cancha, pero tendría que hacerse de forma correcta, alineando incentivos y no llegando a extremos confiscatorios. Pues ello mismo podría incentivar a los más ricos a llevarse sus fortunas a otro lugar. Este problema ya lo conoce EE. UU., porque algunos estados han introducido el wealth tax y con ello han motivado a sus superricos a irse a estados como Florida. Zucman dice que se puede corregir esto al cobrar el impuesto si se saca el capital, pero la pregunta es: ¿qué pasará después?, ¿volverán, como escribía Ludwig von Mises, a justificar más y más impuestos, porque nunca será suficiente? El caso de España sugiere que sí.

Ahora, si el impuesto sirve para dar un mínimo vital a la población, para reducir los impuestos de la clase media y de las empresas, para un Estado más eficiente, etc. Bienvenido. Inclusive Hayek, representante de la escuela austriaca de la economía, no tenía nada en contra de garantizar un mínimo vital, siempre y cuando se respetara la libertad de mercado, entre otras cosas. Como lo dije en un programa reciente en el que me preguntaban por este tema, lo esencial es:

a) nivelar la cancha sin destruir los incentivos para quien sí quiere crear riqueza y

b) atacar la ineficiencia del gasto.

P.D. Cuán lejos se encuentra Colombia de estas discusiones serias, cuando su irresponsable gobierno habla de eliminar el riesgo país y sobre la mesa está el tema de más y más impuestos, pero no la reducción del malgasto.

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