OPINIÓN
Instrucciones para reemplazar a Uribe
El poder enloquece. Calígula nombró cónsul a su caballo. Uribe fue más lejos: nombró a Andrés Uriel Gallego de ministro.
Hice un ejercicio sencillo: acomodé en el comedor 11 gelatinas y un queso gruyère, me puse de pie en la cabecera de la mesa y comencé a vociferar órdenes con vehemencia.
— ¿Qué diablos haces? -me preguntó mi mujer cuando llegó a la casa.
— Estoy preparándome para reemplazar a Uribe -le respondí-: en este momento practico lo que viene siendo un consejo de ministros.
Al final de la frase solté un manotazo firme, y todas esas gelatinas tiritaban como ministros, cada una muerta del susto en su respectivo plato, mientras yo les daba instrucciones concretas sobre qué hacer: a qué congresista darle puestos; a qué hijo de político nombrar en el exterior.
— ¿Y qué hace ese queso gruyère ahí? -se quejó ella.
— Es para saber cuál sería el ministro del Interior -le expliqué.
La idea de prepararme para reemplazar a Uribe surgió hace poco, cuando pensé que yo sería su fórmula ideal en las elecciones del año entrante. Sea este momento de hacerle la solicitud públicamente para que comience a considerarlo. Somos un buen complemento: él es rural y yo urbano; él es paisa y yo rolo; y mis hijas no se han enriquecido con lote alguno.
— ¿Ser fórmula de Uribe? -me increpó-. ¿No te parece que es muy prematuro pensar en eso? Ni siquiera ha pasado el referendo…
— Pero ya pasará -le respondí.
— No ensilles antes de que traigan las bestias -me aconsejó.
— Es que ya las trajeron y ya comenzaron a votar.
La verdad es que si el referendo no pasa, el asunto tampoco me preocupa: llegado el extremo, podemos acudir a lo que José Obdulio llama el Estado de opinión.
Para quien no lo sepa, el Estado de opinión es una forma suprema de escuchar a las mayorías; un conducto similar al que le permitió obtener la victoria a Jáider Villa en Protagonistas de novela. En un Estado de opinión el gobierno se debe rodear de personas populares: nombrar de ministra de Cultura a Ángela Becerra; de ministro del Interior a Diomedes Díaz; de Fiscal a Jota Mario Valencia.
A mí me gusta el Estado de opinión, aunque no tengo muy claro cómo funciona en la práctica: ¿a qué numeral envía uno un mensaje de texto si quiere que Uribe siga? ¿Puede ser desde un Comcel, después de todo lo que les pasó esta semana?
El hecho es que con esa fórmula o cualquier otra, el Presidente seguirá en el poder y necesitará un vicepresidente. Y como ahora uno puede reformar la Constitución cada vez que no están dando nada bueno en televisión, promoveré un artículo que prohíba expresamente que los menores de edad ocupen ese cargo, con lo cual me quito de encima a Pacho Santos y al 'Pincher' Arias.
Siempre he sido bueno para ese tipo de trabajos de protocolo, en los que no hay mucho que hacer: si acaso viajar, hacer actos de presencia, proponer bobadas. ¿Qué ha hecho Pacho Santos en los últimos ocho años, aparte, claro, de ser ejemplo e inspiración para todos los niños de su edad? ¿Pedir que seamos la sede del Mundial de Fútbol y de Miss Universo? ¿Eso es todo?
Sin embargo, creo que por primera vez la figura del vicepresidente va a ser importante. Porque si Uribe sale elegido, es posible que no termine su período: la estructura que ha montado para sostenerse está tan corroída, que en un par de años se desplomará encima de él.
Y en ese momento aparezco yo, ya preparado para reemplazarlo.
Para heredar la aceptación que las mayorías sienten por él no cambiaré el estilo de su gobierno; tampoco a los funcionarios. Todos se quedarán, pero cumpliendo la ley, eso sí. Pongo un ejemplo: al garaje del Palacio de Nariño bien puede entrar el jefe paramilitar que quiera a reunirse a escondidas con Edmundo del Castillo o César Mauricio Velásquez, siempre y cuando pague la fracción del parqueadero como lo dispone un decreto expedido hace poco.
En el terreno económico pienso hacer leves modificaciones: darle una pastilla de Tums al Ministro de Hacienda para ver si deja de hacer cara de dolor y se tranquilizan los mercados; y nombrar a Tomás y Jerónimo asesores: negocio en el que se meten prospera a ritmos impresionantes, y nos deberían explicar su fórmula para acelerar la reactivación.
Ahora bien: no sólo mantendré la política de seguridad, sino que seré más agresivo. Hay que buscar a la guerrilla dónde esté, ir por ella así se encuentre en lugares tan tupidos como la selva del Orinoco, la sierra del Darién o las cejas de Fidel Cano, donde, según información de inteligencia, se ocultan tres frentes: dos de las Farc y la suya propia.
Sagaz, como soy, no pienso cometer los mismos errores de Uribe. No me convertiré en un adicto del poder. El poder enloquece. Casos se han visto. Calígula nombró cónsul a su caballo. Uribe fue más lejos: nombró a Andrés Uriel Gallego de ministro.
Y aunque aún no decido quién será mi vicepresidente, creo que me inclinaré por Jáider Villa. En caso de que yo falte, ahí tiene Colombia uno de los héroes en los que cree.