OPINIÓN
Invitación a soñar
Como sector empresarial estamos fallando en formular, de manera contundente y creíble, esta invitación a soñar con un futuro mejor,construido de la mano de las singulares capacidades de las empresas.
En diciembre del año pasado, en medio de la turbulencia generada por las movilizaciones y paros, el porcentaje de colombianos con una opinión desfavorable del sector empresarial (49 por ciento) superó, por primera vez desde que Gallup comenzó a tomar esta medida en 1994, al de aquellos con una opinión favorable (44 por ciento). Si bien las siguientes mediciones bimensuales han arrojado resultados positivos -la última, de junio, ubicó la favorabilidad de los empresarios en 53 por ciento y su ‘desfavorabilidad’ en 41 por ciento-, las cifras de los últimos años son las menos alentadoras en cuanto a la percepción ciudadana del sector privado en lo que va del siglo.
Un estudio reciente de Reconciliación Colombia y el Centro Nacional de Consultoría ofrece mayor detalle sobre los sentimientos de los ciudadanos frente a la empresa privada. Entre 1.101 encuestados a nivel nacional, un 71 por ciento considera que los empresarios son el motor del país, un 55 por ciento piensa que les toca un trabajo muy duro y un 64 por ciento manifiesta, incluso, que quisiera ser empresario. Al mismo tiempo, un 78 por ciento dice que hay mucha corrupción en el mundo empresarial, un 48 por ciento que los empresarios suelen incumplir las normas y un 63 por ciento que éstos y los políticos están aliados en la defensa de sus intereses. En suma, no obstante haber un 41 por ciento de encuestados que tienen una opinión buena o muy buena de los empresarios, frente a solo un 8 por ciento que la tienen mala o muy mala, un 49 por ciento califica su opinión como“regular”.
Esta ambigüedad, reflejo de nuestros tiempos y de un mundo más variopinto y complejo, es especialmente comprensible en un país como Colombia donde el abnegado y productivo esfuerzo de miles de empresarios y millones de sus colaboradores, convive con altos niveles de desigualdad y de corrupción. Y donde, como en otras geografías, un modelo de producción y consumo que ha construido mayores niveles de prosperidad y bienestar genera también fuertes impactos ambientales y aún deja a muchos por fuera.
Aunque los encuestados reconocen el aporte de los empresarios en generación de empleo (54 por ciento) y pago de impuestos (33 por ciento), entre otras cosas, hay una vertiente clave del quehacer empresarial, que no está siendo parte sustantiva de la discusión y que permitiría mostrar la mejor cara de las compañías. Esta tiene que ver con su gran capacidad de aplicar el conocimiento para resolver problemas de toda índole. Es triste constatar cómo, en un estudio del Instituto de Liderazgo Público de la Universidad Nacional y el CNC, publicado el mes pasado,al evaluar el liderazgo de 8 instituciones en cuanto al crecimiento basado en la innovación y tecnología, los ciudadanos ubican a las empresas en el sexto lugar, por debajo de las universidades, el gobierno, los colegios, los gobiernos locales y los medios. El resultado es el mismo cuando se las evalúa en cuanto a liderazgo en la visión de país y futuro.
Sin menospreciar el importante rol de las universidades y del Estado, las empresas, con sus capacidades, conocimientos, procesos y redes, constituyen una excepcional herramienta de la sociedad para apalancar su ingenio e inventiva y resolver, a escala, pero también atendiendo condiciones y preferencias locales e individuales, problemas como el de la baja inclusión financiera, el despliegue masivo de tecnologías limpias, el reciclaje y la reutilización de materiales, entre tantos otros.
Como sector empresarial estamos fallando en formular, de manera contundente y creíble, esta invitación a soñar con un futuro mejor, construido de la mano de las singulares capacidades de las empresas.