OPINIÓN

Irme de vacaciones con… ¿Petro o el fiscal?

Nos comeríamos una uva por cada incompatibilidad que tuvo el fiscal para ejercer el cargo.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
6 de enero de 2019

Este año era mi responsabilidad organizar las vacaciones familiares: ser imaginativo, ofrecer ideas, siquiera llamar a Marco Antonio, el señor de la agencia de viajes, para cotizar destinos. Y, por mediocre o mala que fuera mi gestión, al menos separar una finca en la cual pudiéramos tramitar unos días tranquilos para pasar la guachafita, como diría el presidente Duque.

Pero, al igual que el gobierno con la agenda legislativa, me dejé coger la noche. Y cuando reaccioné, ya era tarde: solo me restaba confesar culpas ante mi mujer, ojalá sin perder la compostura ni entregar la dignidad.

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–¿De verdad no has averiguado nada? –me reclamó, incrédula.

–Dejé contratados los estudios y adelanté un 2 por ciento de la obra –pasé al ataque como Petro durante la inauguración del TransMiCable.

–Te pedí desde octubre que organizaras algo… –me reclamó.

–Pero no pierdo la esperanza de que salvemos la legislatura para el año entrante –me defendí, convertido en la Nancy Patricia Gutiérrez de la relación. Es decir, de que consiga algo para enero.

Gané tiempo entonces para improvisar algún destino, el que fuera, pero todo me atemorizaba. Tuve ganas de pedirle la casa de Peñalisa al arquitecto Simón Vélez, aprovechando que suele prestársela a quien sea, incluso a los Petro, como él mismo lo comentaba por los días en que publicaron el petrovideo. El mismo Vélez declaró entonces que el sexto mejor candidato del mundo, muy descortés, a veces separaba la casa y dejaba de ir sin siquiera avisar.

–Petro, es decir yo, baja este puente: favor tener tendidas las camas e ir comprando un bidón de agua, así sea Postobón.

Pero no aparecía, y no se molestaba en grabar un video de 40 minutos explicando por qué.

Como suele ser mi suerte, pensaba que si Simón Vélez nos prestaba su casa de Peñalisa, ese mismo día nos caerían sorpresivamente los Petro.

–¿Cómo así? –le diría al candidato humano. ¿A ustedes también se las prestó?

–Es que él es excéntrico.

Convivir –qué paradoja de término– con los Petro en Peñalisa este fin de año: así imaginaba mis vacaciones. Para evitar problemas, vigilar que mis hijas no abrieran los tarros de galletas de la cocina y vigilar, también, a Petro, para que no las fuera a adoctrinar.

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–Por favor, lávate los dientes –rogaría a mi hija menor. Los tienes amarillos.

–¿Y qué quieres, que me queden blancos como tu voto, con el que cohonestaste con el paramilitarismo? –me respondería la niña con rabia.

¡Dios mío, mis hijas petristas!, imaginaba con terror; ¡Dios mío, nosotros y los Petro en Peñalisa! Imaginaba a las dos familias jugando manotón en honor a Vargas Lleras, o Monopolio en honor al Grupo Aval, mientras sacábamos los billetes del juego por temor a una victoria de nuestro López Obrador. E imaginaba a las dos familias en la piscina.

–¿Está rica el agua, Gustavo?

–Está tibia, como usted con tu voto en blanco.

Eso me esperaba en vacaciones: conocer las sandalias marca Ferragamo del excandidato; verlo bailar el 31 un porro con la estudiante de ojos azules; leer sus trinos en contra de las mafias de jugadores de golf que no le prestan sus carritos. Convertirme, en fin, en su amigo de confianza y, en consecuencia, grabarlo a escondidas.

Nos comeríamos una uva por cada incompatibilidad que tuvo el fiscal para ejercer el cargo.

Y, pese a todo, prefería por mucho veranear con los Petro, antes que pasar vacaciones con el fiscal general, por ejemplo. La sola idea me atemorizaba. Imaginaba el lenguaje con que terminarían jugando mis hijas:

–Jijiji esa es una Barbie, marica.

–Jueputa es la Barbie coima.

La tensión durante la cena del 31 sería insoportable.

–Niñas –les advertiría. Si les da sed, me dicen directamente a mí: no le pidan un vaso de agua a nadie.

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Nos comeríamos una uva por cada incompatibilidad que tuvo el fiscal para ejercer el cargo: esta, por haber trabajado para el gobierno de Santos; esta, por haber sido parte del gobierno de Uribe; esta, por haber sido abogado de Sarmiento.

Y el propio fiscal haría un nostálgico repaso del año: momentos inolvidables como el allanamiento que ordenó a la casa de Juan Carlos Montes para recoger evidencias de un video que grabaron hace 20 años. ¿Qué podían decomisar? ¿Un casete de Betamax? Recordaría a esos compañeros entrañables que ya no están cerca, como Gustavo Moreno. Y en el momento de prenderle candela al muñeco, trataría de quemar a Luis Fernando Andrade, nuevamente, pero, ante la intervención de los gringos nombraría un año viejo ad hoc, ojalá de su bolsillo.

¿Qué hacemos de vacaciones? –me preguntaba con angustia. ¿Ir al Vaticano con el tocayo de Su Santidad, doctor Jorge Mario Eastman? ¿Quedarnos en Bogotá mientras miramos el Twitter de Uribe para saber cuáles serán los próximos decretos del presidente Duque?

La fecha llegó y, una vez más, la presión me había paralizado. Fue entonces cuando mi mujer salvó la patria, como siempre, y se apareció con unos pasajes a Leticia, destino hermoso y fascinante, repleto de animales salvajes. Aunque no tan salvajes como los protagonistas de la vida política que nos espera en este año. 

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