OPINIÓN
Agenda 2017
El debate electoral en Colombia dura un año y desde ya las baterías de los partidos se recargan para encarar elecciones, pero al mismo tiempo asumir con responsabilidad la agenda de paz.
Primero, señor lector, en clave electoral le aseguro que no habrá sorpresas. Líneas ideológicas que definan un proyecto de país distinto que agite el debate político de cara al 2018, no habrá. Más de lo mismo, los partidos políticos no pasarán de las generalidades para alimentar el paisaje democrático: propugnar por el “fortalecimiento institucional”, la “defensa de la democracia” y un “diáfano y transparente compromiso con las clases menos favorecidas” etc. Amén de las promesas de cambio con crecimiento económico incluido y otras divagaciones peores que las políticas, que es mucho decir.
La lucha por el poder no pasará por la controversia sobre cuál es el modelo político o económico que se debe discutir, si lo contractual hay que revisarlo y si reformar para progresar es la salida. Por ahí no es la cosa, erradicar la corrupción, el mal de todos los males que carcome el país y sus instituciones, como principalísima preocupación es tímidamente localizado en el radar de las propuestas y solo inquieta a unos pocos. Nada de eso veremos y escucharemos. No habrá debates de fondo, las disputas internas serán por quiénes encabezarán equis o ye lista y garantizar una u otra curul familiar etc. Y esto no solo ocurre en la derecha y en el centro, también en la izquierda atomizada en minúsculas organizaciones, muchas de ellas moribundas sin ningún ‘norte o sur‘ ideológico que la deslinde de la política tradicional. Así de elemental es la política en Colombia. Para conseguir votos hay plata, y listo.
En síntesis, serán las estructuras tradicionales de poder –el mundo empresarial y sus aliados (los políticos)- quienes definirán, como siempre, el futuro de la democracia.
Dicho esto, hay otra agenda que incitará a compartir un 2017 intenso, sin duda. Ahora mismo el Congreso, en sesiones extraordinarias, comenzará a aprobar las reformas constitucionales y leyes que le den viabilidad jurídica a los acuerdos de paz. En ese debate legislativo, si se da con altura y objetividad política, los colombianos podríamos tener atisbos del proyecto de país que los partidos quieren para las futuras generaciones y si, despojados de intereses personalistas, están dispuestos a consolidar una Colombia moderna, inclusiva y en paz.
Y como decíamos anteriormente, el reto que debe convocar al país entero es el de asumir el compromiso de abolir, sin concesión alguna, la madre de todos los males de Colombia: ¡La corrupción! Que los implicados en hechos deleznables contra los sagrados recursos públicos paguen por sus delitos. Los ejemplos cunden pero la justicia camina a paso lento, no hay celeridad.
Es un mal precedente para la justicia y un mal mensaje para los ciudadanos decentes de este país que malandros que saquearon las arcas públicas y que hoy gozan de protección en otros países no sean pedidos en extradición.
Dicen en el mundillo político y social que lo de Odebrecht y Reficar es la punta del iceberg de una profunda cadena de corrupción, y que Estados Unidos posee valiosa información; desenmascarar a los responsables sería el comienzo para romperle el espinazo a ese flagelo, repito, que carcome nuestra institucionalidad pública y privada.
La agenda del 2017 es previsible, pero interesante. Es la oportunidad para que los colombianos nos comprometamos a construir, de hecho, un modelo de participación y veeduría ciudadana más eficaz. Hoy hay una buena herramienta: las redes sociales.
*Twitter: @jairotevi