OPINIÓN ON-LINE
¿Carrera diplomática o diplomacia a la carrera?
El nombramiento del presentador Carlos Calero en un consulado, debería servir para revivir un debate de fondo sobre la diplomacia colombiana.
Ni es nuevo ni está por fuera de la ley. Los presidentes han usado las embajadas y los consulados como moneda de pago para empresarios, políticos –y politiqueros–, amigos personales o familiares y, sí, también periodistas de entretenimiento como Carlos Calero o actrices como Adriana Ricardo en el gobierno de Uribe.
Juan Manuel Santos, como todos los demás, también ha tenido la ocurrencia de nombrar personajes polémicos en cargos diplomáticos y, ahora, ha revolcado las redes sociales con su generoso ofrecimiento de un consulado para el protagonista de los comerciales de ‘Ricostilla’. Claro está, que si uno tuviera que escoger entre Calero y Efraín Torrado, un personaje vinculado con el carrusel de la contratación que hubiera terminado de cónsul en Chicago de no ser por el escándalo mediático, yo sí prefiero mil veces al ‘señor de la tele’ disfrutando las mieles del servicio exterior que al político de marras.
Pero vayamos a lo de fondo: ¿no les parece que si fuéramos un país serio deberíamos preguntarnos, por qué existiendo una carrera diplomática sólo 9 embajadores de 59 tienen ese título mientras la inmensa mayoría, si acaso, han hecho un cursillo antes de aterrizar en cada país en el que nos representan? ¿Es deseable que los agentes del Estado en el exterior sólo tengan, en algunos casos, el ‘mérito’ de ser cercanos al mandatario de turno?
¡No lo creo! Y sin fundamentalismos ni excesos, porque es obvio que los presidentes deberían tener incólume la potestad de trabajar al lado de sus amigos y aliados, sí me parece que el margen de discrecionalidad presidencial en este tema debería estar más limitado para que ser embajador o cónsul o primer secretario en una de esas oficinas sea una actividad de profesionales en el oficio de verdad, como ocurre en países como Chile o en Estados Unidos.
Hoy en día, por ejemplo, sólo dos encargados de negocios en el exterior hacen parte de la carrera diplomática, en lugares como Finlandia o Singapur, siendo ésta una de la áreas que más especialización requiere.
Ni hablar de lo que está pasando con la figura de la provisionalidad bajo la cual los gobiernos nombran a personas que no hacen parte de la carrera diplomática y así logran hacerle un cómodo esguince a la ley. Como para nombrar en propiedad se necesitan requisitos mucho más exigentes, en la Cancillería han optado porque sus funcionarios en algunas posiciones clave sean meramente ‘provisionales’. Ojo al dato: según la Asociación Diplomática y Consular de Colombia, hoy el 53 % de los cargos, diferentes a embajador o cónsul en el exterior, están asignados en provisionalidad y sólo el 47 % los ocupan miembros de la carrera diplomática.
Aunque es cierto que en los últimos años la carrera se ha fortalecido en la base y nuevos cupos se han abierto, sigue siendo una injusticia que quienes llevan 15 años preparándose y superando todas las pruebas vean cómo nombran a recién aparecidos en posiciones oficiales para las que no están enteramente preparados.
En Colombia debemos pasar de la diplomacia a la carrera a una verdadera carrera diplomática y darle chance a quienes se han esforzado por años para que puedan ocupar con profesionalismo los máximos puestos en el exterior.
Que lo de Calero sirva, no para seguir mofándose de él en las redes sociales, sino para revivir un debate de fondo que estamos en mora de dar sobre la calidad de nuestros diplomáticos y la forma en que acceden a esos cargos.
* En Twitter: @JoseMAcevedo