OPINIÓN

Juego de tronos

Según Uribe, al Estado de opinión no hay que temerle porque significa más democracia, ya que permite la participación de la opinión. Miente.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
15 de junio de 2019

Uribe, el presidente eterno, quiere volver por sus fueros, así sea incendiando a Colombia. Y lo está haciendo con el mismo delirio de Daenerys Targaryen, la reina de los dragones de Juego de tronos, quien le prendió fuego a su propio pueblo convencida de que así salvaba al mundo de la opresión.    

Un Uribe así de delirante apareció en una explosiva entrevista en La W el viernes pasado para darle el espaldarazo al referendo que promueve Herbin Hoyos, un soldado del uribismo que planteó precisamente eso, quemar todo, sin clemencia –el acuerdo de paz, las Cortes, el Congreso–, por una gran causa: la de refundar una nueva nación que resurgiría de entre las cenizas; una en la que primaría el “Estado de opinión”, que en el dogma uribista es “la expresión superior del Estado de derecho”.  

De frente, Uribe dijo, finalmente, que quiere acabar con la JEP, que no se aguanta más a esas Cortes que lo investigan y que no fallan como él pretende, y que las quiere reemplazar por un tribunal único; también desea reducir el tamaño del Congreso y, sobre todo, desconocer lo acordado con las Farc en La Habana en materia de reincorporación política y de justicia. Sin hígados, sostuvo lo insostenible: que semejante esperpento –me refiero a su referendo– era la única oportunidad de salvar al país de una serie de “cambios producto del acuerdo, que habían sido hechos para satisfacer unos intereses personales”.  

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Qué ironía escuchar semejante afirmación de Uribe, el hacendado, el dueño de tierras, que ha hecho todo por impedir que se abra paso la reforma rural; que se opone al catastro multipropósito porque le tocaría pagar demasiados impuestos y que, además, quiere reformar la Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras por considerar que afecta el buen nombre de los despojadores.

Según Uribe, al Estado de opinión no hay que temerle porque significa más democracia, ya que permite la participación de la opinión. Miente. Lo que él denomina Estado de opinión no es una expresión superior del Estado de derecho, sino de lo que él piensa. Esa, la opinión que refleja su pensamiento, la que es manipulable, que odia cuando se le ordena odiar y que está entrenada para responder como un perro de caza, es la única que él reconoce. La otra opinión, la que ellos no manipulan, es peligrosa porque está infectada de un “sesgo ideológico”. 

El Estado de opinión, sin embargo, también puede ser una droga letal que perturba a los que son adictos al poder. La reina de Tronos perdió su norte al no poder enfrentar sus derrotas ni su temor de no sentirse querida por sus súbditos.

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 A Uribe las derrotas también le están sentando fatal y lo tienen delirando. Quiso acabar con la JEP a través de las objeciones, pero fue derrotado olímpicamente en el Congreso; nos quiso convencer de que si esas objeciones no se aprobaban, Colombia se iría al carajo, sin embargo, su amenaza no solo no caló, sino que Uribe mismo resultó castigado por la opinión en las encuestas. El hombre del teflón, quién lo creyera, tiene hoy los índices de popularidad más bajos de su carrera política.

La semana pasada tuvo otro revés: intentó alebrestar a la gente para que saliera a protestar en contra de las Cortes, aunque como solo le salieron cuatro gatos, le tocó recular y salir a decir que él no había sido su promotor.

Pretendió convertir el caso Santrich en la demostración de que el acuerdo de paz le había entregado al país al narcotráfico, pero en lugar de esperar a que la justicia en Colombia surtiera los trámites internos institucionales, la Fiscalía de NHM, alentada por el presidente eterno, incurrió en tantas opacidades que hasta el excomisionado de paz Sergio Jaramillo ha salido a decir algo que presienten gran parte de los colombianos que incluso tienen serias reservas sobre Santrich: que alrededor de ese caso muchas cosas huelen mal, y que se trató de una operación de entrampamiento “muy hostil contra el proceso de paz”.

Como nada de esto le ha servido, ahora quiere incendiar el país a ver si quemándolo todo, como Daenerys, los colombianos reaccionamos y volvemos a quererlo y a necesitarlo. 

Un referendo como el que anda por ahí rodando sirve para eso: para crear la sensación de que se viene el desmadre y de que se necesita de nuevo al Mesías. Una atmósfera así es perfecta para que los colombianos salgan a votar con rabia en las próximas elecciones de octubre y gane el uribismo. 

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Sin embargo, me atrevo a vaticinar que en esas elecciones se avecina otra derrota para el uribismo. Su enajenación es ya tan evidente que asusta hasta los uribistas más recalcitrantes que lo ven desencajado y sin norte. Andan esquivando sus fogonazos y temen terminar convertidos en cenizas.

A ver si Duque se despierta antes de que el dragón acabe con su palacio.

P. D.: Daenerys, la reina, murió acuchillada por Jon Snow, que era de sus propias tropas. Sin comentarios. 

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