OPINIÓN
La Claudia de los pobres
Nadie duda de que varios de sus planteamientos son acertados. Pero chirría ese lenguaje pendenciero en tiempos de incertidumbre.
No, Claudia, no caiga en la fácil tentación populista de Gustavo Petro. No haga de este virus un episodio de lucha de clases. Eso de alegar que el coronavirus lo trajeron los pudientes del norte de Bogotá con sus paseos al exterior y lo padecen los pobres del sur que nunca viajan es sembrar un germen de resentimiento y división que luego pagaremos todos.
No sé a qué viene clamar indignada que el Gobierno obliga a los obreros a trabajar por decreto y a contagiarse, mientras los jefes disfrutan la cuarentena sin riesgos, con teletrabajo en sus amplios apartamentos.
Tampoco entiendo el tono beligerante hacia la ciudadanía. ¿Hay necesidad de poco menos que amenazarnos con no disfrutar un solo puente en todo el año? Desconocía que fuese delito soñar con salir un día con la familia y los amigos de la ciudad. Sabemos que toda esta vaina irá más allá del 11 de mayo, pero cada día trae su afán y es mejor mantener la esperanza de que mañana será mejor en lugar de advertirnos que nos queda por recorrer un trecho mucho más largo y amargo.
¿Y cuál es el objetivo de emplear un aire retador para dirigirse a Duque? Si fuese Uribe, entendería que subiera al ring con los guantes enfundados y cara rabiosa ante un rival del mismo corte. Pero este presidente ha dado muestras de ser conciliador y tranquilo, y no es retorcido ni juega sucio, como el anterior.
Nadie duda de que varios de sus planteamientos son acertados. Pero chirría ese lenguaje pendenciero en tiempos de incertidumbre.
Entonces, ¿qué sentido tiene advertir que pasarían por encima de su cadáver antes de abrir El Dorado? O que no permitirá, mientras sea alcaldesa, “que jueguen con la vida de la gente humilde”, indicando que nada de manufacturas. Eso, además, despide un tufo a populismo barato que no le pega a una dirigente responsable, con formación sólida, que aspira a ser presidenta.
Nadie duda de que varios de sus planteamientos son acertados, la misma Dilian Francisca Toro dijo que, de ser alcaldesa de Cali, no abriría el aeropuerto Bonilla Aragón. Pero, insisto, chirría ese lenguaje pendenciero en momentos de enorme incertidumbre.
Debería acordarse del día que aseveró como cosa suya, en la única intervención que compartió con Duque, que todos tendrían “comida y techo”. Luego su alcaldía sacó el cuerpo cuando echaban a los venezolanos de los pagadiarios y pasaban hambre, como si ya no fuesen hermanos; hizo lo mismo al principio con los emberas y después debió admitir que alimentar a la Bogotá más pobre no es sencillo. Pero en lugar de reconocerlo con humildad, lo hace con una sobradez insufrible.
Por mucho que saque la pizarra y nos explique de manera excelente sus posiciones, no es la guardiana de la verdad revelada, y ante una situación desconocida para el mundo moderno, existen demasiadas variables en juego. Deben tomar medidas drásticas para apagar la casa en llamas, pero sin perder de vista el horizonte. Porque es terriblemente sombrío.
La Cepal prevé que América Latina ruede hacia un abismo parecido al de la Gran Depresión de 1930. Anticipan que 29 millones pasarán de clase media a la pobreza y 16 millones caerán en la miseria. Cifras que significan millones de vidas desgarradas.
Colombia planeó unos presupuestos generales con el barril de petróleo a 60 dólares y ahora ronda los 20. En la anterior crisis petrolera, el país compensó la falta de ingresos del crudo con la subida de las remesas. Pero con España en caída libre y Norteamérica acosada por la ola de despidos, no llegarán esos fondos, además del quebranto económico que supone para las familias receptoras.
No se trata, por tanto, de esclavizar obreros en beneficio de empresarios desalmados. Lo lógico, como están haciendo los países que supieron gestionar bien el coronavirus, sería abrir poco a poco la economía y evitar el colapso. Con frecuencia la gente olvida que el 95 por ciento de las empresas son pymes, y si la mayoría se hunde, no habrá capitanes para rescatar náufragos. Además, ¿de dónde saldrá la plata de tanto subsidio?
Es inevitable que el dirigente político intente sacar provecho de todas las situaciones. Hace un par de meses nadie apostaba por la recuperación de la popularidad de Duque, y solo con una gestión calmada y razonable de la covid-19, sin estridencias, logró subir en las encuestas, aunque no gana tantos puntos como Claudia.
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Pero que no sueñe Duque con mantener la tónica alcista. Si el año pasado, con la economía en buen estado, la gente protestó con dureza y la oposición quiso aplastarlo en la calle, no espere trato distinto al que ya recibe de la alcaldesa. En cuanto la pandemia pase a un segundo plano, todo serán recriminaciones y reclamos. Claudia López comprobará en ese momento que la siembra de odio y rencor social son fieras indomables en tiempos de miseria. El campo que desea Petro, rey del populismo más desvergonzado.