Alberto Donadio  Columna

Opinión

La corrupción engulló a Petro

Ahora como jefe de Estado está asediado por una podredumbre revelada por los mismos que él llevó al Gobierno, no por la oposición, y no sabemos todavía qué otras cuevas de Rolando existen en el Gobierno.

Alberto Donadio
18 de mayo de 2024

Después de terminar su mandato como alcalde de Bogotá, Gustavo Petro se ufanó: “Yo no salí de la alcaldía con mis hijos ricos, salí pobre y embargado, y no salí de la alcaldía con funcionarios presos”. Por cuenta de su hijo mayor y de la defraudación de los carrotanques ya no podrá decir lo mismo como expresidente. ¿Por qué un político que en el segundo cargo del país se cuidó de que no hubiera desfalcos no puso el mismo celo al asumir el primer cargo? ¿Por qué se deslindó de la campaña de Samuel Moreno Rojas, de la cual fue socio, pero posesionado como presidente bajó la guardia ante las malversaciones? Es inexplicable.

Por no haber encarado la corrupción tan pronto se posesionó, el presidente está hoy paralizado por los escándalos. Petro desconoció el sentir popular y pretendió imponer una agenda desconectada de la realidad. Recordemos el desconcierto de los dos primeros meses y los anuncios que nadie reclamaba ni esperaba. “Que quede claro, no se va a explorar ni explotar más hidrocarburos en el país. No sé qué no se puede entender de eso”. Así habló la petulante Belizza Ruiz, viceministra de Minas y Energía. La altanera ministra del ramo, Irene Vélez, predicó el decrecimiento económico, con el apoyo del presidente: “Cuando entré a estudiar mi especialización de Desarrollo y Medio Ambiente en la Universidad de Lovaina, lo primero que me enseñaron fue la ‘Teoría del decrecimiento’, de Serge Latouche”. Ese es el lenguaje de esos intelectualoides que creen que las ideas se pueden imponer sobre la realidad simplemente con enunciarlas.

La administración pública está en avanzado estado de descomposición. Lo sabe todo el mundo. Pero Petro no se dio por notificado de que desde el 7 de agosto de hace dos años él es el jefe de la administración pública y que se requerían esfuerzos descomunales para intentar sanearla.

Petro no mostró interés ni siquiera en destapar la corrupción que venía de atrás. Lo que sí le interesaba era hablarle al mundo de sus ideas personales. En Naciones Unidas en septiembre de 2022 señaló como drogadictos a todos los ciudadanos de los Estados Unidos, con argumentos dignos de un adolescente: “Las soledades de su propia sociedad que la llevan a vivir en medio de las burbujas de las drogas. Las cuentas bancarias se han vuelto ilimitadas. Piensen en menos ganancias y en más amores”. Por andar en ese elemental ajuste de cuentas con el imperialismo norteamericano, Petro no quiso ver que en nuestras dependencias gubernamentales abundan los colombianos –no gringos– que sí anhelan más ganancias y cuentas bancarias ilimitadas, como Olmedo López y Sneyder Pinilla.

Es deprimente que en la presidencia de quien se dedicó a denunciar la corrupción en Gobiernos anteriores estemos observando escándalos similares a los que él revelaba desde su curul parlamentaria. Llevamos 60 años de estéril, criminal y extenuante lucha armada. Paralelamente, en las instituciones legítimamente constituidas hemos visto, más o menos en el mismo periodo, un criminal incremento en todas las formas de corrupción, del peculado al enriquecimiento ilícito, de la concusión al cohecho. Los personeros de esas instituciones fueron siempre complacientes y tolerantes con el saqueo al presupuesto nacional, llevando a los ciudadanos a una sensación permanente de impotencia ante la delincuencia oficial. Gustavo Petro se crio en la lucha armada y luego hizo la transición a las instituciones legítimamente constituidas, renunciando a las armas.

Desde el Congreso despotricó contra la compra de votos, destapó escándalos financieros, husmeó en diversas ollas podridas, y ahora como jefe de Estado está asediado por una podredumbre revelada por los mismos que él llevó al Gobierno, no por la oposición, y no sabemos todavía qué otras cuevas de Rolando existen en el Gobierno. Escuchamos hablar y vemos actuar a alguien que parece un orate, no un presidente de Colombia, y hemos tenido varios antecesores de limitadas capacidades. Es entendible el lánguido espectáculo que ofrece quien hoy detenta el solio y la espada de Bolívar. El presidente está trastornado. Debajo de esa gorra azul oscuro, es consciente de haberse traicionado a sí mismo y de haber traicionado a Colombia.

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