The Searchlight
La coyuntura es un témpano
Me he preguntado en las últimas semanas para qué escribir aquí. Soy de un lugar que siente su insularidad como el peor de sus ahogos, y que podría asumir en mí la responsabilidad de mandar un mensaje. En mis meditaciones, el miedo que aflora es el de cargar el peso muerto de la coyuntura y cometer el error de favorecer la ilusión de lo inmediato y lo personal.
Escribir siendo de frontera significa, para muchos, ser una cuota legitimadora, a veces de una línea discursiva completamente ajena a la propia. Ser isleña debe serlo todavía más. Suposiciones aparte, el Caribe es un llamado que no cede, con todo y el dolor que siento por la forma en que esta revista fue reestructurada. Aunque escribo a nombre mío, soy yo misma esa isla a la deriva, que necesita el eco de otros descaminados.
Son tiempos de muertes. En San Andrés, Old Providence & Ketleena, tenemos el doble duelo de procesar el estado pandémico y la catarsis de nuestro ser colonial. En la crisis, es fácil olvidar que la coyuntura es falible, que es como un témpano, que confiarse es naufragar en el engaño de lo superficial. Mi llamado es a enfocar el mar en sí mismo, porque pienso en el mundo como pienso en el Caribe.
En la isla ha fallado un modelo cuyo ensayo empezó en 1912 con la intendencia nacional y se concretó con el puerto libre, en 1953. Entonces comenzó un protocolo de apertura neoliberal, aplicado durante casi cuarenta años, hasta la Constitución de 1991. La migración continental agresiva, el desplazamiento de saberes y formas del pueblo étnico raizal, el castigo al kriol; la brecha social, la escasez de agua; los intentos sistemáticos de expropiación; la pérdida territorial de 2012; la enajenación del territorio a favor de capitales foráneos y de modelos extractivistas; todo eso, y más, es herencia de la intervención homogeneizadora y colonial del Estado.
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Valga recordar que entonces Latinoamérica aplicaba el modelo cepalino de sustitución de importaciones —por supuesto, otro experimento—, y que San Andrés era un centro comercial. Hay miles de anécdotas, pero no importa, porque en 1991 Colombia hizo un nuevo pacto social, en el que la delegación indígena logró incluir el contenido del artículo trescientos diez en la Constitución, que reconoce el carácter especial del departamento insular.
Sin embargo, el archipiélago no fue pensado. En la isla pocos imaginaron la profundidad de esas disrupciones sucesivas, no hubo un plan de articulación o una conversión del modelo comercial al turístico, ni un desarrollo real del marco constitucional. El turismo fue una improvisación, por eso el centro del North End es un montón de edificios dispares pensados solo para ser almacenes misceláneos, y no en función del paisaje natural, que es, a fin de cuentas, el único lenguaje que ha salvado al archipiélago de todos sus quiebres espirituales.
Hemos arrastrado la adaptación a patadas, mientras los ajenos se asoman a feriarse la isla con sus capitales, algunos más legales que otros. Esta nueva crisis asistirá, sin las correcciones necesarias y al estilo de nuestra corrupción endémica, la concentración del territorio, de la propiedad, en manos ajenas. Fue una pandemia, pero el colapso por la dependencia del turismo hubiera podido ser por el huracán para el que no estamos preparados, o por las tensiones sociales, que hoy, además de las usuales, reflejan la polarización global.
Posicionarse en las reflexiones de la coyuntura, necesarias pero inmediatistas, divide a los dolientes de este archipiélago en el peor momento. Quizás, para mi consuelo, no parecemos intolerantes al revisionismo, lo cual es bastante para una isla racializada que ha sido privada, desde el poder, del dominio de su propia narrativa, y cuya moral depende del discurso religioso institucionalizado, con dejos de fundamentalismo.
Hay que buscar otras luces. Mientras los gremios presionan la reapertura, en la desesperación del endeudamiento, caen sin saberlo en la negación de la historia. Quienes piden otro experimento, ser el plan piloto de los protocolos del nuevo turismo, se aferran a la coyuntura como a un salvavidas, cuando por debajo fluyen corrientes afirmando la condición de rebaño que nos derivó hasta aquí.
Pensemos en el mar, en trazar otra carta para navegarlo. Hemos andado lo suficiente como para naufragar siempre entre los témpanos. Estos son los vientos de la autonomía, hay mejores rumbos, al fin, para no sabotear la oportunidad más grande que hemos tenido de emerger. Ese es el llamado que yo atiendo, y es lo único que me importa. Peace out.