OPINIÓN

La dictadura de la opinión

A los periodistas no se nos puede llenar la boca para exigirles respeto por la libertad de prensa a la sociedad, a los Estados y a los Gobiernos si no empezamos por respetarnos entre nosotros mismos el derecho a pensar diferente.

Vicky Dávila, Vicky Dávila
29 de agosto de 2020

La polarización y el odio llegaron a niveles alarmantes al periodismo en Colombia. A mi juicio, esto poco a poco se está convirtiendo en una amenaza para el ejercicio profesional. Mientras periodistas y medios de comunicación enfrentamos problemas de credibilidad históricos entre los ciudadanos, el gremio está más dividido que nunca. El mismo que vio cómo las balas asesinas se llevaron a don Guillermo Cano, a Jorge Enrique Pulido y a Jaime Garzón, entre muchos otros colegas valerosos y anónimos. Hoy, la vida de cientos de periodistas sigue estando en juego por su trabajo. Además, el periodismo se enfrenta a una nueva arma de destrucción: el desprestigio como una estrategia de eliminación. En medio de este preocupante panorama, algunos colegas decidieron promover irresponsablemente una peligrosa clasificación de periodistas: buenos y malos, éticos y antiéticos, objetivos y vendidos, serios y charlatanes. Muy grave. Mientras tanto, pareciera que el gremio se ha politizado a una velocidad alarmante. Cuidado con el hostigamiento entre colegas. Suficiente tenemos con el que llega a través de las redes sociales, especialmente por razones políticas. Las consecuencias pueden comprometer la seguridad y hasta la vida. Críticas constructivas sí. Persecusión entre periodistas no.

Evidentemente, en toda labor hay profesionales mejores y peores que otros. También ocurre en el periodismo. El público es el mejor juez: premia y castiga. Pero es necesario no llamarnos a engaños. Lo que vivimos hoy en el periodismo colombiano es una guerra ideológico-política que no tiene justificación alguna, es dañina y perturbadora. Para mí, es más que vergonzosa. El periodismo no puede ser sinónimo de unanimismo. Menos de autoritarismos impuestos por quienes se creen vacas sagradas. No a la dictadura de opinión. Pensar distinto, o incluso equivocado, no puede ser motivo de estigmatizaciones y agresiones permanentes. Las opiniones diversas enriquecen las discusiones, y más en una democracia. Pero eso no es precisamente lo que se está promoviendo en el gremio.

La tolerancia a la opinión distinta se acabó. Aquí entre los periodistas solo se “tolera” al colega que piensa igual, y en ese circulito se aplauden como focas. Al tiempo, se descalifica y matonea al que se sale del molde. ¿Dónde quedó esa misión heroica del periodismo de luchar por la libertad de expresión como un derecho fundamental de todo ser humano? Bien decía el escritor y periodista británico George Orwell que “la libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”. Y diría que también es escuchar lo que no se quiere escuchar.

A los periodistas no se nos puede llenar la boca para exigirles respeto por la libertad de prensa a la sociedad, a los Estados y a los Gobiernos si no empezamos por respetarnos entre nosotros mismos el derecho a pensar diferente. Alejados de la gavilla, la malaleche y el resentimiento. Alejados del chisme de baranda que solo se alimenta de fisgonear al periodista vecino. En el gremio se ha impuesto una práctica perversa de aplastar al colega como si fuera una mosca. Porque eso sí, malos para la autocrítica y muy buenos para señalar al otro. No hay respeto. Solo alianzas por conveniencia o similitud ideológica.

Tenemos que abrir los ojos porque en el gremio hay quienes, apoyados en una falsa superioridad moral, se quieren adueñar del concepto de “periodismo independiente”. Estoy convencida de que para ser un periodista independiente lo único que se necesita fácticamente es no depender de nada ni de nadie a la hora de publicar. Aunque suene redundante. No importa si se es de izquierda, centro o derecha. No importa la ideología. Importan los intereses. Cuan menos intereses se tengan, más independiente se puede llegar a ser.La independencia, además, es una decisión personal.

Tampoco es cierto que para ser un buen profesional del periodismo se requiera ser de izquierda, como nos quieren hacer creer. Eso es una falacia mandada a recoger. Menos ese requisito absurdo que se ha instalado en las redacciones en las que solo es respetable aquel periodista antiuribista. Conozco colegas que no tienen antipatías por Uribe y hacen una tarea impecable, sin sesgos. Ya basta de querer echar a la hoguera a quienes no son antiuribistas consumados. Automáticamente los vuelven uribistas y militantes.

Más grave aún es la furia de los adalides de la moral periodística si se hace alguna crítica al proceso de paz con las Farc. Eso no está permitido en ese código de buen comportamiento periodístico que nos quieren imponer como regla. El rigor está en peligro por el sesgo. Los periodistas debemos entender que ninguno tiene la verdad revelada. No somos dioses, solo somos seres humanos. Tratemos de domar el ego y las envidias.

Como periodistas no podemos aceptar las presiones. Ni siquiera las que llegan desde el mismo gremio. Sería bueno que quienes andan con una varita censuradora señalando como dictadores quién es buen periodista y quién no se miraran en el espejo. Se darán cuenta de que no son perfectos.

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