OPINIÓN

La economía de la pimpina

Doña María José se madruga todos los días a buscar en el monte el timbo de gasolina que le da de comer a ella y sus seis hijos. El case diario para el negocio son 470 mil pesos, casi nunca los tiene completos y los mayoristas de las “350´s” que le venden en las trochas de Maicao no le fían.

Daniel Mauricio Rico, Daniel Mauricio Rico
15 de julio de 2019

Completando con los préstamos del gota a gota o haciendo minisociedades de un día con los vecinos, consigue lo del timbo y lo del transporte que se lo lleva a su casa. 

No son todavía las ocho de la mañana y en el patio de la casa de doña María José, ya se sienten los 32 grados centígrados con que arranca el día en La Guajira, ahí viene una de las decisiones más importantes de la jornada, la de cómo reenvasar los 55 galones de gasolina de contrabando para la venta. Consulta con su hijo menor sobre la venta de la tarde anterior, “mucha moto y un solo bus”, doña María José alista los envases plásticos de gaseosa.  

La tanqueada pirata se mide con una métrica diferente a los galones de las estaciones legales. En las calles de Maicao el precio se escribe sobre un cartón y se pone el envase al lado. La Big-Cola de tres litros es la unidad más pequeña, le siguen la Brisa de cinco litros, envasada en las bolsas que alguna vez llevaron agua, y las tradicionales pimpinas con que se tanquean la mayoría de los carros, una pimpina son ocho bigcolas. Para camiones y buses se vende la gasolina venezolana en ‘Pachas‘ de siete galones o en los ‘Guachacos‘ de 15. 

Dos de los hijos de doña María José, le ayudan a mover las seis pimpinas y la decena de bigcolas recién envasadas, caminan dos cuadras, encaletan la mayoría de la gasolina a la sombra tras un murito de una droguería y se ubican con un par de pimpinas y bigcolas sobre la vía principal, en el mismo punto donde doña María José ha estado los últimos 25 años. En la venta le ayuda un solo hijo, hace seis meses a los otros dos que le ayudaban les prohibieron vender por no pagar la extorsión, “si pagamos la extorsión no queda nada pa´comer”. 

Doña María José señala con el dedo el sitio en donde dos policías fueron prendidos vivos en diciembre pasado, mientras hacían una incautación de varios timbos a un camión distribuidor. Ni los pimpineros ni los policías olvidan el grito del subintendente Palomino cuando estalló el camión mientras lo descargaban, una turba de pimpineros y espontáneos los habían rodeado y algún desalmado les prendió candela. La ambulancia que llevaba aún con vida al policía fue atacada a piedras y palos, este lamentable y fatídico caso no ha sido el único, a la muerte de Giovanny Palomino se suman las de otros cinco miembros de la Policía Fiscal y Aduanera en enfrentamientos contra las redes de contrabandistas en La Guajira. Paz en las tumbas de Raúl Sanabria, Luis Garavito, Calixto Niño, Ferney Quintero y Jaider Ricardo. 

Ese día marcó un punto de quiebre en los operativos contra el contrabando de gasolina en Maicao, hoy los planes de choque en plena vía pública le han dado paso a una nueva estrategia que busca por un lado atacar los eslabones superiores de las redes de contrabando y por el otro trabajar en la reconversión productiva de pimpineros como doña María José. 

Con 65 años y enferma de los pulmones por la prolongada exposición a los gases de la gasolina, doña María José espera lograr uno de los cupos en el Sena que le está ayudando a gestionar la Polfa como parte del programa de reconversión productiva, desde hace poco es beneficiaria del programa de adulto mayor con lo que recibe una mesada de 90.000 pesos mensuales, y espera que se cumpla la promesa de una empresaria que prometió donar un lote para realizar allí proyectos productivos a base de la siembra del maíz. 

Al final del día la ganancia de doña María José y su familia ronda entre los 28.000 y 40.000 pesos, por eso la lucha anticontrabando en el nivel minorista es también la lucha contra la miseria. Tomará tiempo hasta que se materialice la reconversión productiva (mucho más si el apoyo viene exclusivamente de la Policía), tal vez la mayoría de los convocados no continúe y vuelvan a pimpinear, o que a la salida de estos lleguen otros. Lo cierto es que este camino de ofrecer oportunidades productivas y sociales por más improbable y complejo que sea, es el camino correcto. 

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Desde hace 15 años he visitado regularmente cárceles en todo el país como parte de mi trabajo. En ninguna cárcel (ni siquiera en las de Centroamérica) había visto condiciones de reclusión tan inhumanas como las de Maicao. Hombres y mujeres mezclados y confinados, ausencia total de baños y servicio de agua, hacinamiento de 56 personas en un espacio de ocho metros cuadrados las 24 horas del día, los detenidos deben dormir sobre el hombro, porque el espacio no les da para poner la espalda, esto ha sido lo más parecido a Auschwitz que he visto en mi vida.    

   

     

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