OPINIÓN

La escultura de Botero con que trancaban la puerta

La escultura era de unos 45 centímetros de alta, tenía la nariz apuntando hacia la madera, estaba llena de polvo y tirada en el piso. La tenían con todos sus kilos luchando contra el viento, ya no era arte.

Daniel Mauricio Rico, Daniel Mauricio Rico
19 de mayo de 2020

Debió pasar hace 13 o 14 años, al entrar a la oficina no lo noté, pero apenas me acomodé en la mesita de reuniones de la secretaria general de la Dirección Nacional de Estupefacientes, fue cuando vi a la gorda en posición indigna. La escultura era de unos 45 centímetros de alta, tenía la nariz apuntando hacia la madera, estaba llena de polvo y tirada en el piso. La tenían con todos sus kilos luchando contra el viento, ya no era arte, solo era un objeto voluminoso que mantenía abierta la puerta de un despacho.

La imagen me aturdió, ya no podía concentrarme en los comentarios a la resolución del control de insumos y precursores químicos para combatir la producción de cocaína, que era la única razón por la que me había encorbatado y estaba sentado en esa oficina. Solo pensaba, ¿están usando una obra de arte del maestro Fernando Botero como tranca de la puerta?

Cuando la anfitriona de la reunión salió a atender una llamada al pasillo, yo aterricé en cuatro patas entre el vano de la puerta, me agaché cuanto pude para ver de cerca los quilates de la trancapuertas. Sin duda era en bronce a la cera perdida, tenía los mismos sellos en la base que tienen las obras originales de Botero, detallé el serial y me sorprendió la marca más grande de “P/A”. Cuando escuché que la voz ronca de la funcionaria se calló, volví a mi lugar, mientras me sacudía el polvo del vestido de paño en las rodillas.

Como todas las reuniones entre funcionarios públicos, esta se alargó más de lo necesario, no se avanzó en nada o casi nada en los términos de la resolución y se concluyó que era necesario otra reunión para profundizar el tema. Sin embargo, el asunto de la autenticidad y dignidad de esa obra de Botero, era algo difícil de digerir y dejar pendiente para la próxima reunión.

Puse mi mejor cara de perito experto y en medio de la despedida protocolaria, me lancé: “Doctora, creo que usted usa el trancapuertas más fino en la historia de Colombia, ¿sabe cuánto vale?”, “Pues fíjese doctor Daniel, que hace poco me cargaron al inventario de la Secretaría General (de la DNE) varias obras de arte, algunas las saqué de la bodega y acá las tengo”, recibí en respuesta. “¿Pero sabe cuánto vale esa de ahí?”, insistí señalando la esquina de la puerta con el meñique. “La verdad es que no, doctor Daniel, ¿Por qué?”.

“Mi estimada doctora, si esa es una réplica es de muy buena calidad, y no se baja de los mil dólares. Pero si es auténtica, que es muy posible que lo sea por venir de donde vino y además por ser una pieza única de  prueba de autor, esa escultura que tranca su puerta, está entre los cincuenta y los cien mil dólares” fue más o menos lo que recuerdo que le dije. “Prueba de qué…?” empezó a responder con otra pregunta. La interrumpí y cerré la conversación: “Yo de usted la empacaba bien, y la ponía en custodia del Banco de la República o del Museo Nacional, no va y sea, que se refunda por acá, o en el portazo de un ventarrón, termine ñata, manca o descabezada la pobre gorda… y claro le toque a usted responder con su patrimonio por eso”.

A la funcionaria la seguí viendo una o dos veces por mes durante los dos años en que negociamos y renegociamos los términos de la resolución. En cambio, de la gorda trancapuertas del maestro Botero no supe nada más, si se la robaron, si la certificaron como auténtica o si la consideraron una réplica, tampoco supe si la fundieron, la rifaron o la empeñaron los futuros custodios. Cada tanto que sacan los listados de los bienes de extinción de dominio para remate, le doy una miradita al catálogo para ver si aparece el precio y la ubicación de la infausta gorda, pero hasta ahora nada de nada.

La semana pasada volví a recordar a la Botero trancapuertas y las historias de muchos otros bienes (desde barcos de doble fondo, avionetas y helicópteros deshuesados, antigüedades y un larguísimo etcétera) que vi administrar con la misma desidia, activos que se desaparecían entre sentencias, contratos y sistemas de información amañados por la corrupción. Decía que me volví a acordar hace poco de la escultura, cuando un juez declaró no culpable a Carlos Albornoz por la feria de corrupción y clientelismo que hubo en la DNE mientras él fue su director.

Con esta decisión judicial, Albornoz queda absuelto y en libertad, en el segundo de los tres procesos penales que lleva encima por el saqueo a la DNE. Hasta ahora, ni él, ni su jefe inmediato el exministro de Justicia, Fabio Valencia Cossio, ni los directivos del partido político que administraron este fortín clientelista en los años del festín y el todo vale, han sido vencidos en juicio.

Para mí, lo más frustrante de hacerle seguimiento a este caso durante más de una década, ha sido ver que la mayoría de los beneficiados en la repartija de los bienes de los narcos, ni siquiera fueron vinculados a un proceso penal, este es un caso de libro de la impunidad total en el saqueo al patrimonio. Las puertas de la impunidad siguen abiertas de par en par, todo parece indicar que en el caso de la DNE la tranca es de mucho más peso que una gorda de Botero.

@danielmricov

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