Opinión
La experiencia chilena de vacunación como oportunidad para Latinoamérica
La exitosa gestión debe ser leída desde una óptica de aprendizaje para la región.
Cuando el mundo experimenta una de las crisis multidimensionales más brutales de las últimas décadas producto de la pandemia, ¿qué tan posible era que una nación del continente más desigual del planeta se transformara en referente mundial en el proceso de inoculación contra la covid-19?
En medio de una guerra entre grandes potencias industrializadas por conseguir vacunas, ¿qué tan posible era que un país de la región en desarrollo más afectada del mundo por la crisis sanitaria las hubiese adquirido tempranamente, asegurando dosis para cada uno de sus habitantes?
Habiendo inmunizado a seis millones de personas con su primera dosis y a poco más de tres millones con ambas, la experiencia de Chile y su ejemplar proceso de inoculación nos ha dado una lección de que, contra todo pronóstico, aquellos improbables escenarios se hicieran realidad.
Es así como un lejano país sudamericano logró lo que expertos califican como una hazaña. Y es que la estrategia adoptada por el Gobierno chileno fue eficiente en la medida que generó sinergias de las capacidades instaladas en Chile y, a la vez, apostó porque diversos actores aportaran desde su área.
Aquí, algunos elementos que explican una, hasta ahora, exitosa gestión que debe ser leída desde una óptica de aprendizaje para Latinoamérica.
En primer lugar, una mirada estratégica. El Gobierno de Chile tuvo la visión de futuro para negociar simultáneamente con distintos actores que estaban desarrollando vacunas, diversificando eventuales proveedores, de forma tal que, en cualquier circunstancia, hubiese stock suficiente para el país.
Los ministerios de Ciencias, de Relaciones Exteriores y de Salud hicieron los primeros contactos durante el primer semestre de 2020, previendo la importancia de disponer de suficientes dosis con celeridad y, sobre todo, adelantándose a la que, se sabía, sería una frenética carrera mundial por conseguirlas. La máxima desde el primer momento (y que se ha respetado) fue no improvisar.
La excelente gestión -que ha posicionado en las últimas semanas a Chile en el ranking mundial como una de las cinco naciones que más dosis ha administrado por cada 100 habitantes, según Our World in Data- abrió la puerta para que el país colaborara a nivel regional, en el entendido que, en tiempos difíciles, se requiere de un espíritu de unidad y mancomunión más fuerte que nunca que en tiempos no excepcionales.
Por ello, Chile donó 20.000 vacunas para personal de salud en Paraguay y Ecuador; facilitó el transporte de dosis para que Uruguay iniciara su campaña de inoculación en marzo, además de enviar 40 toneladas semanales de oxígeno medicinal a Perú, de un total de 960 toneladas, a raíz del déficit de este en sus hospitales.
En segundo lugar, un Estado fuerte. Chile cuenta con un sistema de salud pública robusto que, a través de una red asistencial con presencia en todo el territorio nacional, ha sido componente fundamental para administrar las vacunas. Ante la pandemia, el Programa Nacional de Inmunizaciones del Ministerio de Salud ha actuado como el andamiaje sobre el que se ha desplegado el proceso de inoculación.
Respecto de lo anterior, si bien aún queda mucho por hacer en esta materia, cabe destacar que los últimos gobiernos han entendido que la salud es esencial para el bienestar ciudadano y que debe abordarse como una política de Estado, no desde una óptica político electoral. Por eso, el presupuesto para la Atención Primaria de Salud solo conoce incrementos. Ese, sin lugar a dudas, es el camino que todo país responsable debe transitar.
En tercer lugar, una colaboración público-privada-academia para desafíos nacionales. Las universidades han desempeñado un rol protagónico desde su expertise: el conocimiento.
Con apoyo de los ministerios de Ciencia y de Salud, así como del sector privado, la Universidad Católica firmó un acuerdo científico con Sinovac Biotech para encabezar los estudios clínicos Fase III de la vacuna desarrollada por dicho laboratorio -y que ya se está aplicando en Chile-. Gracias al acuerdo, se aseguró acceso temprano a las dosis, además de garantizar stock de hasta 20 millones de vacunas por año, durante un período de tres años, para Chile.
En 2011, Manuel Elkin Patarroyo, descubridor de la primera vacuna contra la malaria, y su equipo de la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia hallaron los principios químicos para crear vacunas sintéticas que pudieran prevenir muchas enfermedades infecciosas, ¿por qué no aplicar un modelo similar en Colombia, de mano del mundo académico? El país cuenta con el talento, la institucionalidad y la experiencia para llevarlo adelante.
En cuarto lugar, poder negociador. Chile contaba con la liquidez suficiente como para adquirir las dosis. Disponer de los recursos financieros es resultado de una política fiscal responsable -aunque siempre perfectible- desde el retorno a la democracia, en 1990.
Ahora bien, cabe señalar que el notable proceso de inoculación tiene otra externalidad positiva: contribuir a recobrar la confianza ciudadana en las instituciones públicas. Que la institucionalidad de Chile respondiera de la forma en que lo ha hecho es relevante de cara a las personas, pues da cuenta que el Estado puede estar a la altura de las circunstancias y que los gobiernos, indiferente al color político, pueden cumplir con el mandato de proteger y resguardar a sus ciudadanos.
Para Chile aquello adquiere aún mayor valor luego de la crisis sociopolítica ocurrida en octubre de 2019, cuando millones de personas salieron a las calles para expresar una extensa y heterogénea lista de demandas que, en su mayoría, tenían como denominador común la garantía de una presencia estatal oportuna y de calidad.
En tiempos que la percepción respecto del trabajo del Estado tiende a asociarse más bien a la inacción y desidia, no hay mejor manera de reconstruir el tejido social que haciendo las cosas bien, especialmente para un continente en que tres de cada cuatro personas no confía en su gobierno, como indican cifras de Naciones Unidas.
Por lo pronto, el proceso de inoculación masiva en Chile contra el coronavirus avanza a paso firme y todo indica que a fines de junio, el 80 por ciento de la población del país estará vacunada.
Lo hecho por el Estado de Chile en el combate contra el coronavirus no puede ni debe quedar como hito aislado en los anales de su historia local, sino que debe ser abordado como una valiosa oportunidad de extraer aprendizajes y buenas prácticas, cuyo valor radica en recordarnos que Latinoamérica, lejos de ser patio trasero, es un continente que puede medirse a grandes cosas.
No permitamos que esta proeza -que también es colectiva- sea simple casualidad.