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Miguel Angel Herrera.

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La farsa de Maduro en México

El régimen venezolano vuelve a mostrar que tiene más vidas que un gato. Ahora, desde México, exhibe su capacidad de reinventarse y proyectarse para los próximos lustros o décadas.

9 de septiembre de 2021

Audazmente Maduro se está relegitimando internacionalmente mediante un montaje con viejos y nuevos compinches con los que pretende el perdón de Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y la Unión Europea, para acceder a nuevos recursos económicos que permitan la continuidad del sistema. Maduro busca concretamente recuperar los activos y dineros estatales -como los de Pdvsa- depositados en cuentas de entidades extranjeras. Adicionalmente, aspira a quedarse con la Guayana Esequiba, una región limítrofe rica en recursos naturales sobre la que alega soberanía.

Por su lado, la oposición -de nuevo dividida- decidió prestarse para este nuevo juego tras el cebo de unas elecciones transparentes y vigiladas por la comunidad internacional. Elecciones que están a la vuelta de la esquina -el 21 de noviembre- y no incluirían la presidencia, por supuesto. Sufragios que desde luego no preocupan al oficialismo porque el dominio clientelista y mediático que tiene el régimen sobre la estructura electoral es muy sólido, sin dejar espacios para la oposición.

Nada bueno augura este nuevo escenario. ¿Qué se puede esperar de una negociación que tiene al gobierno izquierdista mexicano de anfitrión, a los ingenuos noruegos como garantes y a los lejanos Países Bajos como aliados de la oposición? Al grupo “negociador” poco le importa que muchos venezolanos no se sientan representados por ninguna de las delegaciones ni de los países que participan. Tanto el gobierno como la desacreditada oposición, según las encuestas, son muy impopulares y pocos creen en que estén defendiendo algo diferente a sus intereses propios.

Sin embargo, la mayoría de los venezolanos anhela un acuerdo negociado, pese al reiterado engaño por parte del régimen en varias ocasiones anteriores. El gobierno lo sabe y por eso recrea con cierta periodicidad el teatrino de la negociación con la oposición, coincidencialmente, cuando se aproximan las elecciones, para alimentar falazmente el sueño democrático de la comunidad internacional. Pero no olvidemos que estas “negociaciones” tienen como precedente los fallidos diálogos de Barbados en 2019 y República Dominicana en 2018, entre otros intentos que fueron solo humo.

El balance que nos deja hoy la nueva puesta en escena confirma el despejado panorama que alcanzaría el régimen en unos meses, si la comunidad internacional le sigue el juego como parece. Hoy vemos a un Maduro agrandado, que la comunidad internacional volvió a reconocer públicamente como actor político, dejando de lado al débil Guaidó, pues en la mesa de negociación, el presidente interino es un opositor y no un gobernante. Un Maduro que reafirma su liderazgo absoluto dentro del chavismo al sacar de taquito a la facción de Diosdado Cabello, que no está representada en México. Y un Maduro que además habla duro públicamente -cuando se le da la gana- de temas exclusivos y confidenciales de la negociación, haciendo exigencias políticas y económicas a la comunidad internacional, en una clara actitud desafiante a quienes han impuesto sanciones económicas y políticas al régimen venezolano.

Pero lo más importante que ha logrado Maduro con su montaje es que los principales países responsables de las sanciones internacionales han comenzado a ofrecer la posibilidad de un alivio gradual de las sanciones económicas impuestas, sin hacer exigencias contundentes al régimen como contraprestación. ¡Por Dios! Los países que tienen el poder de castigar económicamente al gobierno venezolano no deberían ni mencionar la posibilidad de levantar las sanciones, si el régimen no demuestra resultados concretos y verificables como la liberación incondicional de todos los presos políticos, las garantías constitucionales y legales para los partidos políticos, la libertad de expresión -y en particular la libertad de prensa- y acciones del gobierno contra las violaciones de derechos humanos. Y si el régimen no acepta, entonces que no se levante ninguna sanción económica.

La comunidad internacional debe capitalizar la legitimidad que le reconoce el gobierno de Maduro al acudir a ella para negociar las sanciones. Este reconocimiento debe fortalecer la posición de que las negociaciones siguen siendo la única vía razonable para el comienzo del fin del régimen. El músculo político que Maduro está reconociendo en Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Alemania, principalmente, debería llevar a estas naciones a imponer nuevas reglas de juego en el cortísimo plazo y exigir un plan de transición hacia un Estado real de derecho, incluyendo una fecha cierta y cercana para elecciones presidenciales. Si las actuales conversaciones no generan logros tempranos, concretos y significativos, la oposición debería abandonar la mesa.

Acierta en este contexto el gobierno colombiano al no respaldar ni involucrarse en esta simulación de negociación, mientras no haya evidencia que demuestre que el régimen venezolano realmente está comprometido con cambios significativos al sistema político. Tampoco debería el gobierno pisar la cascarita que tira Maduro al exigir el regreso de Monómeros a Venezuela, pues nada tiene que devolver Colombia a Venezuela, y mucho menos a Maduro. Por el contrario, el gobierno debe ofrecer todas las garantías y facilidades posibles para que la empresa siga operando en Colombia. Y como las conversaciones de México van para largo, lo que sí parece previsible es que el debate electoral presidencial colombiano terminará polarizándose, aún más, por cuenta de quienes creen y no creen en el espíritu negociador de Maduro y sus cómplices. Ojalá para mayo el montaje en México se haya decantado lo suficiente como para que los electores colombianos voten -entre otras razones- por quien mejor pueda restablecer la relación con el régimen venezolano, pese a que no se pueda negociar con él.

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