OPINIÓN
La gran mentira
Trump hizo su presidencia con mentiras y con mentiras terminó perdiéndola, pero por muy estrecho margen. Entonces: ¿podemos afirmar con Peter Singer que tal vez una buena proporción del electorado norteamericano perdió su norte ético?
Un buen número de comentaristas e intelectuales se preguntan por qué la elección de los Estados Unidos estuvo tan reñida. No entienden cómo Donald Trump pudo lograr 70 millones de votos y por qué Joseph Biden ganó, pero dejando pelos en la alambrada. Anne Applebaum en el Atlantic Monthly adjudica lo sucedido a una malsana polarización en que cada vez más los moderados se ven obligados a tomar partido por uno de los extremos desde los cuales se exhibe “censura, intolerancia y determinación de disolver cuestiones políticas complejas en una certeza moral cegadora.”
Michael Singer, por su parte, se pregunta si los Estados Unidos han perdido su alma y describe, una a una, las “mentiras mortales” de Trump, desde la minimización consciente de la amenaza de la covid-19 y la negación del cambio climático, hasta la inmoralidad de no pagar sus impuestos y de usar el cargo para beneficio de sus negocios personales, como lo documentó el New York Times. Este afamado académico afirmó que no podría escribir un libro cuestionando la ética de las decisiones de Trump como lo hizo con George W. Bush porque sencillamente Trump no tiene ética alguna para discutir.
Trump hizo su presidencia con mentiras y con mentiras terminó perdiéndola, pero por muy estrecho margen. Entonces: ¿podemos afirmar con Peter Singer que tal vez una buena proporción del electorado norteamericano perdió su norte ético? Hace dos años, la revista conservadora The Economist ofrecía otra explicación a la pérdida de influencia del liberalismo político clásico, cuando celebraba 175 años de campeona de la filosofía de libertad y progreso. En septiembre de 2018 escribía: “Muchos liberales, en verdad, se han vuelto conservadores, temerosos de abogar por una reforma audaz para no alterar un sistema del que se benefician más que la mayoría.”
De ser adalides de la tributación progresiva y de los sistemas de seguridad social financiados por el Estado, las elites filosóficamente liberales de todos los partidos pasaron a defender la globalización y la ideología de mercado, con sus rebajas de impuestos a los ricos, desregulación de las actividades financieras y medioambientales, privatización de los servicios públicos y sociales esenciales y precarización laboral. Resultó ser cierto, como abogaban los defensores de los tratados de libre comercio, que unos ganan y otros pierden. Pero perdieron principalmente los de abajo que vieron debilitada la protección social y las garantías laborales al tiempo que pagaron proporcionalmente más impuestos. Así pasó en Colombia, en Estados Unidos y en gran parte del mundo.
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Tal vez lo sucedido en estas y las anteriores elecciones de EE.UU., como en el plebiscito de la paz en Colombia, no se pueda atribuir solamente a la manipulación y a las mentiras que campearon los representantes de la derecha. La pérdida de influencia sobre sus electorados debe llamar a la reflexión a todos los demócratas decentes y progresistas del planeta. No es suficiente con tener el lenguaje correcto. Solo leer los documentos de Naciones Unidas lo abruman a uno de metas y buenas intenciones como lo son los objetivos del milenio que ya no se podrán cumplir, se afirma, por culpa de la pandemia. ¿Si será? O será como afirmó The Economist porque las élites progresistas han perdido el estómago para el cambio y para cumplirle a los desheredados del modelo económico del cual han salido tan bien libradas. No olvidemos que en Colombia subieron los emolumentos de las altas capas del Estado y del empresariado mientras los demás quedaron a la espera, incluidos los oficiales y suboficiales de bajo rango de la fuerza pública.
El viraje de la gente en EE.UU. parece más un rechazo a la esperanza frustrada del Obama de “HOPE” que salvó a los financistas ladrones y permitió que millones de estadounidenses perdieran sus casas en la crisis financiera de 2008. Al lado de esa frustración, las mentiras de Trump parecen el mal menor frente a la promesa incumplida de retomar el sueño americano convertido en la pesadilla de salario mínimo congelado por años, trabajo de tiempo incompleto y reducción de niveles de vida. Esa hipocresía encierra la gran mentira.