OPINIÓN
“La guerra es dulce para los inexpertos”
Antes de atizar el discurso de la guerra, debería entender que los intereses del gobierno de Donald Trump no son los mismos de Colombia, entre otras porque nosotros tenemos una frontera limítrofe con ese país de 2.300 kilómetros.
...Así reza un adagio de Píndaro recogido por Erasmo de Rotterdam en el siglo XVI. Esa frase la recordé el miércoles pasado cuando vi la banalidad con que el presidente Duque se hizo el desentendido luego de que su homólogo Donald Trump confesó, en plena rueda de prensa, que su gobierno sí estaba considerando enviar tropas a Colombia.
Me impactó la manera casi ingenua con que dejó pasar semejante declaración. Casi como si no supiera qué está en juego y como si lo dicho por el mandatario norteamericano no tuviera ninguna carga de profundidad.
No se dio cuenta tampoco del trato indigno que le dio Trump en esa rueda de prensa. Además de quedarse callado cuando el mandatario gringo dijo que tenía pensado enviar tropas a Colombia para provocar al régimen de Maduro, Duque se convirtió en un cero a la izquierda a lo largo de la rueda de prensa en la que Trump acaparó el interés de los medios. Por momentos Duque parecía más el representante de un protectorado de Trump que el presidente de un país soberano. Sin embargo, ni siquiera esa indignidad que a muchos nos erizó inquietó a Duque.
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Pero sobre todo me impresionó esa leve sonrisa con que acompañó sus silencios mientras Trump nos notificaba que Colombia era la cabeza de playa de su estrategia para acabar con el régimen de Maduro; la suya era una sonrisa socarrona, parecida a la que tienen los niños traviesos cuando son conscientes de que están cometiendo una pilatuna.
Antes de atizar el discurso de la guerra, debería entender que los intereses del gobierno de Donald Trump no son los mismos de Colombia, entre otras porque nosotros tenemos una frontera limítrofe con ese país de 2.300 kilómetros.
Antes de atizar el discurso de la guerra, debería entender que los intereses del gobierno de Donald Trump no son los mismos de Colombia, entre otras porque nosotros tenemos una frontera limítrofe con ese país de 2.300 kilómetros.
Duque piensa que con la guerra se puede jugar porque es una hipótesis lejana. Pero con la guerra no se juega y mucho menos se puede pensar que invocarla, así sea por torear al enemigo, no trae consecuencias. La guerra solo es dulce para los que no la han vivido. Y Duque parece pertenecer a ese grupo de inexpertos.
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No se puede jugar a la guerra ni exhortar a la opinión con un discurso cada vez más radical –que se sabe dónde empieza, pero no dónde termina–, sin pensar que eso no va a tener ningún efecto. Duque saca pecho y se siente como un gallito de pelea al lado del presidente norteamericano, pero se equivoca al convertir a Colombia en la cabeza de lanza de la estrategia de Trump. Antes de atizar el discurso de la guerra, debería entender que los intereses del gobierno de Donald Trump no son los mismos de Colombia, entre otras porque nosotros tenemos una frontera limítrofe con ese país de 2.300 kilómetros. Pero además debería darse cuenta que su decisión de convertirnos en la punta de lanza de la estrategia norteamericana en contra del régimen de Maduro nos expone de manera peligrosa porque nos vuelve un blanco fácil en la eventualidad de que la diplomacia falle y Maduro decida responderle a Estados Unidos sus provocaciones. Cuando uno llama a la guerra, esta toca a la puerta. ¿Lo sabrá el presidente Duque?
Duque llegó al poder diciendo que iba a implementar los acuerdos así él no hubiera estado de acuerdo con ellos, porque él iba a ser el presidente de todos los colombianos. Ahora que se reencontró a sí mismo en el discurso de la guerra, entre otras, gracias a la estupidez del ELN, ya se quitó la careta: en su gobierno está prohibido pronunciar la palabra paz; acabó la oficina del posconflicto; está acabando con el Centro de Memoria Histórica porque lo considera una guarida de mamertos partidarios de las Farc; lo que más le importa de las Farc es extraditar a Santrich mientras que los dineros para la implementación del acuerdo se pierden en su plan de Desarrollo, que en su parte introductoria borra los ocho años de Juan Manuel Santos y en el que hay un párrafo dedicado a exaltar los éxitos de la política de seguridad democrática del presidente eterno; tiene desde hace una semana en su escritorio para su firma la ley estatutaria de la JEP, pero todavía no lo hace; quiere flexibilizar el porte de armas, como si en este país se hubiera borrado la memoria de lo que nos sucedió con las Convivir; pretende acabar con la dosis mínima y está empeñado en no cumplir los protocolos firmados con el ELN por el gobierno Santos, con la tesis de que no hay políticas de Estado, sino de gobierno.
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A Duque se le ve encantado en su nuevo papel de atizador de la guerra porque por fin está subiendo en las encuestas. Pero que le quede claro: si la sigue invocando, la guerra nos va a llegar.
No juegue con fuego, presidente. No hay guerras dulces.