OPINIÓN

La herencia de El Tiempo

Con la confirmación de la compra del periódico “EL TIEMPO” por parte del banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo, ha caído el telón que divide un siglo de la historia de Colombia, con un porvenir que, por desconocido, ofrece la oportunidad para hacer un balance de lo que fue el diario, bajo la égida y el influjo espiritual de Eduardo Santos.

Semana
23 de marzo de 2012

Para las nuevas generaciones de colombianos, resulta difícil imaginar, que, hacia 1910, las libertades de opinión, de palabra y de credo dividieran radicalmente a la sociedad pastoril y feudal que había quedado en estado de postración, después de la pérdida del Istmo de Panamá, a manos de la fuerza naval de los Estados Unidos de América. Una pérdida asociada, de alguna manera, a las luchas intestinas que azotaron a nuestro país después de la independencia, cuyos nombres de batalla habían sido, indistintamente, los de bolivarianos contra santanderistas, centralistas contra federalistas y liberales contra conservadores. El cisma que representó la pérdida de Panamá, obligó a una generación de colombianos a doblar la página doliente de las guerras civiles y proponer una manera civilizada para tramitar las diferencias por las vías políticas. Fue el origen del Partido Republicano y, con ese ideario, se fundó el diario “EL TIEMPO”, en Bogotá. A los tres años de su existencia, Eduardo Santos le compró el periódico a Alfonso Villegas Restrepo, de quien más tarde sería su cuñado.

En una premonitoria carta enviada desde la ciudad de Tunja, Enrique Santos Montejo, a la sazón director de La Linterna, le explica a su hermano las razones por las cuales “EL TIEMPO” debe representar al pensamiento liberal, bajo el entendido de que el republicanismo sería flor de un día, mientras que el liberalismo, ya no como divisa sino como forma de pensar, de obrar y de actuar en política, como vocero de la tolerancia y del respeto por las instituciones democráticas, encontraría su propio camino al compás de la naciente estructura del Estado. Bajo esta premisa y, casi sin proponérselo, la opinión de “EL TIEMPO” comenzó a tener un eco y una acogida cada vez mayor en todos los rincones de la patria. Colombia quería olvidar, de una vez por todas, las disputas inútiles, el desangre nacional que había conducido a la separación de Panamá.

La llegada del liberalismo al gobierno y el hecho mismo de que “EL TIEMPO” hubiera nacido en la capital del país y no en la provincia colombiana, le granjeó, desde el comienzo, una influencia que se acrecentaría con el paso de los años. No obstante, si bien los sucesivos directores –todos ellos convencidos del pensamiento que animaba a su propietario-, tuvieron claro cuál era el destino del periódico, los resabios y la dureza de la lucha política volvían a ensombrecer el panorama nacional. A la agresividad latente con la que se dirimían los conflictos propios de una discusión democrática, se sumaba el desagrado de algunos sectores de la opinión que desaprobaban las reformas de orden civil, laboral y social que adelantaban los sucesivos gobiernos liberales. En este desagrado se confundían por igual sectores recalcitrantes de la Iglesia Católica, representantes de los grandes terratenientes y connotados voceros de partidos políticos que no ocultaban sus claras simpatías por los gobiernos de derecha que gobernaban en Europa, tanto a Alemania, como a España e Italia.

Cuando se desató la violencia política hacia finales de los años cuarentas, casi todos los diarios liberales a nivel nacional ya habían experimentado algún tipo de agresión contra sus directores y sus instalaciones. No obstante, el punto culminante de todo este atropello, ocurrido durante la última administración conservadora, antes de la dictadura de Rojas, tuvo su epicentro con los incendios de “EL TIEMPO” y “El Espectador” en la ciudad de Bogotá. Colombia había llegado, por segunda vez en un mismo siglo, a un punto de no retorno y el advenimiento del gobierno militar fue recibido con alegría por muchos sectores populares y, desde luego, por conspicuos representantes del liberalismo. Sin embargo, los desmanes y los abusos de poder ejercidos por el alto mando, desencadenaron un rechazo generalizado que encontró en “EL TIEMPO” a uno de sus principales baluartes. El subsiguiente derrocamiento del régimen militar, por “un golpe de opinión” -al decir de un expresidente-, los subsiguientes Acuerdos de Sitges y Benidorm y el nacimiento del Frente Nacional, fueron políticas prohijadas y respaldadas por los directivos del periódico, a cuya cabeza se encontraba Eduardo Santos.

Es probable que la plena identificación de las mayorías del país con este segundo proceso de restauración cívica, política, institucional y democrática en Colombia, adelantado desde el gobierno y con la plena aprobación de “ELTIEMPO”, le hubiera implicado la preeminencia que desarrolló a partir de entonces y cuyo benéfico influjo le permitió un respiro y un ambiente de tranquilidad a la contienda política en Colombia. En un escrito, Alfonso López Michelsen afirmaba que, para un observador extranjero, era difícil distinguir si era “EL TIEMPO” quien había influido en la forma de ser colombiana, o si era el espíritu nacional el que había determinado la conducta del periódico.

Cuando hacia el final de su vida, Eduardo Santos volvió a ser víctima de invectivas en contra de su nombre por una improbada ansia de poder y de un supuesto deseo de consolidar un imperio editorial a lo largo y ancho del territorio nacional, escribió su testamento periodístico, en el cual advertía que su periódico jamás entraría en negocios distintos a aquél en el cual había fundado todas sus expectativas de servicio al país, de respeto por las ideas ajenas y de defensa de la libertad de expresión, ni tampoco participaría de empresas dedicadas al negocio de la información, como con perversa intención se había insinuado en otros medios desafectos a su nombre. Bajo esa divisa se manejó “EL TIEMPO”, hasta cuando hace apenas cuatro años, ingresó el grupo español Planeta, como accionista mayoritario de la Casa Editorial.

Curiosamente, mientras en los demás países de América Latina existe un debate alrededor de la libertad de prensa y del papel desempeñado por los grandes rotativos privados frente a las políticas gubernamentales, -verbigracia, Argentina, Ecuador, Guatemala y Venezuela, para sólo citar unos casos-, ninguno de sus propietarios ha tomado la decisión de vender o cerrar voluntariamente su medio informativo. Por el contrario, las constantes amenazas provenientes del gobierno de turno, han constituido un estímulo para continuar con su tarea en defensa de la libertad de opinión. De igual manera, ante el creciente desafío planteado por el Internet a los medios impresos y, en particular, a los diarios, casi ninguno de sus antiguos propietarios ha decidido salir a vender acciones para sobrellevar los costos de su empresa.

En el caso de la antigua Casa Editorial “EL TIEMPO”, el montaje de un canal de televisión propio, que en su momento fue esgrimido y defendido como la única alternativa posible para evitar un futuro económico incierto o un descalabro financiero en ciernes, se convirtió, con los años, en el talón de Aquiles del periódico. Las fuertes sumas de capital a las que se vieron abocados sus socios, obligaron a buscar la colaboración de un inversionista nacional o extranjero que asumiera en parte los gastos de operación de la empresa. Por esta razón, salieron al mercado en busca de un socio capitalista que le metiera el hombro al proyecto televisivo. Además, se contaba con la expectativa, nada improbable en aquel momento, de que el gobierno aceptara la necesidad de una apertura de canales. Entre los más interesados figuraron los grupos Prisa y Planeta de España. En algún momento se rumoró que Julio Mario Santodomingo podría estar interesado en hacer una oferta por el periódico, algo que muchos consideraron impensable por el hecho de haber adquirido, apenas unos años atrás, a “El Espectador”.

A pesar de la enorme ganancia que le reportó la venta de “EL TIEMPO” al grupo Planeta (pese a no haber podido cristalizar la propiedad de un tercer canal de televisión) dadas las dificultades económicas por las que atraviesa dicho conglomerado en España, tan sólo le servirá para apañar algunas de sus cuentas pendientes. Algo impensable para el nuevo dueño del periódico, Luis Carlos Sarmiento Angulo, cuyo flujo de caja le permitirá sobreaguar tiempos difíciles sin mayores dificultades.

No deja de ser una paradoja que en el momento en que se creía que “EL TIEMPO” iría a recuperar el espacio perdido frente a otros medios informativos hablados y escritos, dada la presencia de Juan Manuel Santos como presidente de la república y sobrino nieto del fundador, sea este el instante en que el diario pase a manos de un magnate de las finanzas, muy ajeno al talante intelectual, ideológico y severo que presidió la dirección de “EL TIEMPO”, en sus primeros cien años de historia. ¿Cuál será el destino que le deparará a la Casa Editorial el manejo de sus nuevos directivos? Muchos podrán pensar que las libertades en Colombia ya se encuentran fuera de peligro, que el sistema democrático de gobierno no tiene más amenazas, sino aquellas enquistadas por fuera de la institucionalidad y que las vías de hecho jamás tendrán respaldo en nuestra sociedad. Pero está por verse qué pasará cuando los fines de la libertad de información choquen con los intereses de las múltiples compañías de su nuevo dueño. O con los propósitos nacionales. Amanecerá y veremos.


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