Opinión
La insulina engorda
Ahora lo urgente es que hay un severo desabastecimiento de insulina, lo que pone en peligro de muerte a muchos de los 1.860.000 colombianos diagnosticados con diabetes.
Sí, señor presidente, lo dice el manual de la Clínica Mayo: “Las personas que toman insulina suelen subir de peso”. También la evidencia científica determina que los pacientes diabéticos tienden a bajar de peso, porque el cuerpo quema la grasa acumulada, ante cualquier insuficiencia o resistencia a la insulina, y transforma la glucosa (azúcar) en energía. La que puede adelgazar es la diabetes, no la insulina.
Tampoco los hospitales públicos de Antioquia, por mal administrados que pudiesen estar, tienen las mismas condiciones que los de Venezuela, donde el sistema de salud colapsó en una ordalía de populismo, ideología, incapacidad técnica y cinismo que impulsó el bolivarianismo. Tristemente en aquellas épocas, algunos de los académicos colombianos que respaldan hoy la reforma, también afirmaban que el mejor sistema de salud de Latinoamérica era el venezolano y hasta lo enseñaron en sus clases de salud pública. Tanta ideología, tanto dogmatismo y sectarismo, es lo que hoy tiene a punto de colapsar a nuestro sistema de salud, uno de los mejores del mundo.
Es muy claro que en algunos casos prevenir es curar. Durante el siglo previo a su erradicación –en 1977–, la viruela mató a 500 millones de personas en el mundo. Cuando sucedió el último caso, en Somalia, se abrió la puerta a la erradicación de muchas enfermedades a través de la vacunación, la solución ideal para prevenir la enfermedad. No es cosa de experimentos –como el ministro pregona acerca de las vacunas del covid–. Ojalá tuviésemos 200 vacunas más. Eso sí reduciría la carga de enfermedad y el gasto en salud de manera sustancial.
Pero una cosa son las vacunas y otra muy diferente son los programas de salud casa a casa. Aunque duela en algunos espacios académicos, la verdad es que ese tipo de prevención no evita de manera efectiva que la gente se enferme. Los equipos extramurales funcionan para abordar y encauzar familias desprotegidas a servicios de salud y programas sociales, pero de allí a evitar que la gente se enferme y muera, hay una gran distancia.
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Tampoco se logrará que en 2030 ningún colombiano tenga cáncer, como declaró ligeramente el ministro Jaramillo; por el contrario, tenemos que prepararnos para nuevos tratamientos genéticos e inmunoterapias que extiendan la sobrevida de los pacientes de cáncer y eso cuesta.
Desde el gobierno nos amenazan con iniciar el programa de reforma sin pasar por los debates del Congreso de la República. Pero no nos digan –para justificarlo– que más del 70 % de los diabéticos no tienen tratamiento en la Nueva EPS. Las cifras de la Cuenta de Alto Costo, cimentadas por más de una década, registran cómo en esa EPS, el 59 % de los diabéticos está adecuadamente controlado. El doctor Cadena debe estar mal informado y todo un presidente de una EPS mal informado puede hacer barbaridades.
Cabe aclarar que Colombia invirtió muchos años y muchos esfuerzos en implementar la gestión del riesgo como una herramienta para prevenir y manejar la enfermedad. Evitar que nos enfermemos es muy difícil, pero en la prevención terciaria y cuaternaria evitar que los enfermos se agraven y que la enfermedad genere discapacidad, en eso somos campeones. Le damos sopa y seco a Inglaterra, Canadá e incluso a España, que hoy tienen crisis profundas en sus servicios de atención primaria por la incapacidad de controlar el riesgo y la saturación de los servicios de alta complejidad. Hasta ahora, ningún país evitó que en los últimos 10 años de nuestras vidas gastemos más recursos en salud que en el resto de lo vivido con anterioridad.
Actualmente, más de 8 millones de colombianos son controlados adecuadamente en programas coordinados por las EPS. Colombia tenía –hasta el 2020– el mejor acceso a medicamentos en toda Latinoamérica. El acceso de los colombianos a los costosos medicamentos para tratar el cáncer –como las quimioterapias– duplica el promedio de Latinoamérica. Adicionalmente, la relación entre el gasto en salud –como proporción del PIB y el gasto de bolsillo– es la mejor de todo el continente, un 41 % por encima que la presentada por los países más ricos del mundo que pertenecen a la Ocde.
Un par de días atrás, una señora afrocolombiana de Cartagena me contaba cómo su hijo sufrió un golpe en un testículo y fue atendido en el Hospital de Serena del Mar. Fue rápidamente intervenido y logró salvar ese importante órgano. Una madre soltera, de bajos recursos, hubiese enfrentado una historia de inequidad y discriminación en cualquier otro sistema de salud de Latinoamérica. La apoyó nuestro actual sistema, ese que permitió atender cerca de 100 mil colombianos en las unidades de cuidados intensivos privadas durante la pandemia, sin tener que pagar un solo peso y salvando la vida de la mayoría de ellos.
El ejemplo descrito es imposible con la reforma, presidente. El nuevo sistema lucirá como una pista de carros chocones donde el paciente saltará de CAPS en CAPS, de red en red, haciendo peajes en hospitales públicos y entidades territoriales. Los recursos de la salud favorecerán, con contratos, a esos políticos locales que ya andan averiguando cómo montan CAPS e IPS. Muy probablemente, la clase media colombiana, comprará seguros privados y, los demás, pagarán de su bolsillo hasta donde la economía de sus familias alcance. Esto ya lo vivimos con la quiebra del Instituto de Seguro Social y se repetirá inexorablemente en una Nueva EPS saturada y derrochona.
Mientras tanto, los pacientes estarán esperando e implorando por servicios que nadie coordina, con sistemas de información “únicos e interoperables” que no existen y sistemas de pago con anticipos del 80 % a golosos hospitales privados que desfinanciarán, en pocos meses, las arcas de una Adres rápidamente deficitaria y sin reservas. Las reservas de las entidades públicas es lo primero que los gobiernos se comen, como sucedió con las reservas de pensiones del Seguro Social. Hoy todos cubrimos a los pensionados. Las reservas se esfumaron.
Después, como dice el himno nacional, nos llegará la horrible noche, especialmente para los menos favorecidos de Colombia. Porque los ricos siempre tendrán cómo protegerse, tal cual como ocurrió durante la pandemia del covid, cuando se hicieron excursiones de dos días a Miami para vacunarse y no tener que hacer la fila que hicimos el resto de los colombianos.
Una fracasada equidad en salud será el legado. Pero ahora lo urgente es que hay un severo desabastecimiento de insulina, lo que pone en peligro de muerte a muchos de los 1.860.000 colombianos diagnosticados con diabetes. De quienes, a propósito, el 56,3 % fue entregado adecuadamente controlado en 2022 –con hemoglobina glicosilada menor al 7 %–. Un buen indicador a nivel global.