OPINIÓN

La mala herencia de Santos

En lugar de construir vías y acueductos y llevar la institucionalidad a los municipios cocaleros, el gobierno decidió entregar cheques a cambio de una frágil sustitución, sin cimentar proyectos productivos sostenibles.

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
30 de junio de 2018

Puede que el presidente Juan Manuel Santos pase a la historia por lograr que las Farc hubieran entregado más de 7.000 armas y por haberles quitado el camuflado a los jefes de la guerrilla para ponerles un Everfit y sentarlos en el Congreso. Puede que se recuerde que desminó cerca de 230 municipios y puede que se diga de él que fue el hombre que logró desocupar el Hospital Militar al que llegaban cientos de soldados heridos cada semana.

Todo eso es verdad y sería una injusticia no reconocerlo, pero al lado de esos notables hechos se encuentran otros por los que el premio nobel debería responder sin la sobradez con la que ha comparecido ante la opinión pública en los últimos días. Y es que ante la noticia del aumento de hectáreas de coca sembradas en el país que ya van en 209.000, según Estados Unidos, pero que incluso podrían acercarse a las 300.000, de acuerdo con expertos como el investigador Daniel Rico, el primer mandatario ha resuelto decir que se trata de “una cuestión coyuntural”.

"Santos tendría que aceptar públicamente que en 2013, cuando le hicieron un paro cocalero en el Catatumbo, dio la orden de suspender el programa de erradicación en esa zona para que no lo molestaran más los campesinos que protestaban"

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En vez de eso, el presidente saliente debería admitir, por ejemplo, que cuando tuvo la oportunidad de replicar en 10 departamentos el exitoso modelo desplegado en La Macarena entre 2007 y 2009 que dio resultados positivos en la lucha contra las drogas, dejó morir la iniciativa por dedicarse a politizar la agencia de consolidación y por la enorme descoordinación entre las entidades del gobierno.

Santos tendría que aceptar públicamente que en 2013, cuando le hicieron un paro cocalero en el Catatumbo, dio la orden de suspender el programa de erradicación en esa zona para que no lo molestaran más los campesinos que protestaban. Con su decisión provocó que los cultivos ilícitos se aumentaran en más del 300 por ciento durante el primer año en esta zona del país. ¿Sería capaz de decir el doctor Santos en sus entrevistas de despedida que cuando comenzó su mandato recibió 2.000 hectáreas sembradas de coca en Norte de Santander y que hoy nos deja más de 24.000 solo en este departamento?

¿No tendríamos los colombianos derecho a saber que a pesar de que su ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón logró un acuerdo con Ecuador para volver a la fumigación en la zona de frontera, un buen día en 2014 Santos resolvió llamar a los generales a ordenarles que pararan la aspersión sin decirle nada a Pinzón?

"En las próximas semanas será publicada una tesis de la Universidad de los Andes que sostiene que durante las negociaciones de paz hubo mayor crecimiento de los cultivos de coca en las zonas controladas por las Farc que en aquellas dominadas por otras bandas delictivas"

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La fumigación se acabó y nunca hubo un plan B. Jamás se invirtió lo suficiente en interdicción, como ha recomendado en sus estudios el profesor Daniel Mejía, ni se diseñó un plan eficiente para controlar la entrada de precursores químicos que se mueven principalmente por los ríos del país. En lugar de construir vías y acueductos y llevar institucionalidad a los municipios cocaleros para abonarle el terreno al desarrollo agrario legal, el gobierno decidió entregar cheques a cambio de una frágil sustitución sin tener asegurados recursos suficientes y sin cimentar proyectos productivos sostenibles. El jefe de Estado volvió el Departamento de Prosperidad Social –de donde salía plata para la erradicación manual– un botín controlado por políticos como Berner Zambrano, según cuentan algunos funcionarios que trabajaron en la Presidencia y, para rematar, cerró el acuerdo con las Farc sin un compromiso de la guerrilla de entregar rutas de droga, cometiendo el mismo error de Uribe con los paramilitares a quienes tampoco se les hizo esa exigencia en su momento.

En las próximas semanas será publicada una tesis de la Universidad de los Andes que sostiene que durante las negociaciones de paz hubo mayor crecimiento de los cultivos de coca en las zonas controladas por las Farc que en aquellas dominadas por otras bandas delictivas. ¿Simple coincidencia o resultado de la pasividad de las Fuerzas Armadas a quienes el señor presidente cruzó de brazos para no incomodar demasiado a su contraparte en la mesa de La Habana?... Esta es la mala herencia que nos deja el mandatario que se va.

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