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La mariposa y el elefante

Magdalena Holguín recuerda que Rogelio Salmona utilizaba la metáfora de la mariposa y el elefante para describir la manera como concebía la arquitectura, como una correspondencia entre lo efímero y lo permanente

Semana
10 de noviembre de 2007

En el escrito con el que recibió la Medalla Alvar Aalto en marzo del 2006, distinción que se otorgaba por primera vez a un latinoamericano (El Tiempo, Lecturas Dominicales, 13 de octubre de 2007), Rogelio Salmona utiliza la metáfora de la mariposa y el elefante para describir la manera como concebía la arquitectura, como una correspondencia entre lo efímero y lo permanente.

En este texto, conmovedor por la belleza de sus palabras y de sus ideas, impresiona especialmente la profunda conciencia que tenía este gran arquitecto de la dimensión ética y política de su oficio. “Hacer arquitectura en Latinoamérica hoy, además de un acto cultural y estético, es un acto político. Toda acción transformadora de la especialidad en función del bienestar, de la participación ciudadana y de apropiación de propuestas para el encuentro –ya sea de protesta o de apoyo a las ideas democráticas– es necesaria e indispensable, y la arquitectura no puede ni debe estar ausente de este escenario”. Salmona quiere que “la ciudad y la arquitectura sean un patrimonio, una creación al servicio de la comunidad, una ética para el futuro, una solución para el presente”.

Desde luego, no todos los arquitectos tienen el extraordinario talento artístico de Salmona para conjugar en sus edificaciones el “clima, el paisaje y tradiciones urbanas”, como lo dice Benjamín Barney (El País, Gaceta, 14 de octubre de 2007), creando obras que son catalogadas por muchos como algunas de las mejores de la arquitectura en Colombia. Pero sí sería posible propender porque compartieran su profundo sentido de la responsabilidad en la práctica de su oficio, su evidente compromiso con la ciudad.

Esta clara posición de solidaridad y valoración del entorno urbano, así como del paisaje en que se inserta, contrasta tristemente con los escándalos de corrupción que con frecuencia aparecen en la prensa en relación con la adjudicación de licencias de construcción, la proliferación de urbanizaciones piratas en las que inescrupulosos constructores defraudan a personas de muy escasos recursos, las millonarias inversiones en edificaciones inútiles que se hacen a menudo en los departamentos con el único fin de beneficiar con los contratos a los amigos de los mandatarios.

Hay quienes consideran que, en medio de las necesidades apremiantes que nos rodean, de los graves problemas de política pública a los que habitualmente nos referimos en estas columnas, de la violencia que no da tregua, las preocupaciones estéticas son inquietudes superficiales e inconsecuentes. No obstante, quienes así piensan desconocen el poder transformador que ejerce sobre todos nosotros el arte, y especialmente la arquitectura que es, como lo dice Salmona, la más humana y útil de las artes. Cuando ésta se practica, como sucedió en su caso, con la mayor responsabilidad, se constituye en la mejor respuesta al deterioro del mundo cotidiano que habitamos, y también en una afirmación constante de aquello que en nosotros es más humano y bondadoso. Si reflexionamos sobre la innegable dimensión ética y política de la construcción del espacio público, veremos que la estética es también, más allá de las necesidades inmediatas, aquello que configura nuestra identidad social, nuestro patrimonio cultural, nuestra huella espiritual.

Podríamos agregar que los espacios urbanos son los lugares donde discurren nuestras vidas, donde se forjan nuestros recuerdos, donde realizamos nuestras actividades cotidianas. Acertadamente, varios de nuestros alcaldes han entendido que la estética del entorno hace parte fundamental de nuestra calidad de vida, y se han esforzado por multiplicar los parques, preservar las reservas naturales, y hacer que construcciones públicas, las bibliotecas, por ejemplo, además de funcionales, sean estéticas. Esta tendencia, en la que se incorporan valores diferentes de los meramente utilitarios, ha llevado a un renovado interés por los problemas de la planeación urbana y a una preocupación por la conservación y restauración de muchas obras de valor artístico e histórico. Tal tendencia contrasta con el descuido y la ignorancia que han permitido que se destruyan invaluables joyas arquitectónicas de nuestro patrimonio para sustituirlas por horrendas edificaciones “más modernas” en la mayor parte de las ciudades del país. La plaza principal de Tunja, la iglesia de Santa Inés y los conventos de Santo Domingo y San Agustín en Bogotá, incluso la destrucción de partes enteras de las murallas de Cartagena, son lamentables ejemplos de ello. Si bien sería insensato desconocer las enormes necesidades materiales que aún faltan por suplir, tampoco deberíamos desconocer la necesidad de un entorno amable y la necesidad de belleza que hay en todos nosotros, y el error de disociarlas constantemente.

Aun cuando Salmona ya no está, nos dejó sus obras y el legado, quizá más importante aún, de la búsqueda de valores propios– en los materiales, en el diseño, en el aprovechamiento de nuestros paisajes–, y de la valoración del espacio que todos compartimos. Al igual que muchos otros de nuestros arquitectos y urbanistas, más que cambiar el aspecto de un lugar, personas como Rogelio Salmona transforman nuestra sensibilidad y modifican nuestra relación con el mundo y con los demás. Ojalá muchas otras personas, no sólo los arquitectos sino quienes, en todo el país, pueden incidir sobre las políticas públicas, se comprometan con sus propuestas en este difícil equilibrio entre lo efímero y lo permanente.

*Profesora de filosofía y asesora del Grupo de Derecho de Interés Público de la Universidad de los Andes.

El Grupo de Derecho de Interés Público de la facultad de derecho de la Universidad de los Andes (G-DIP), es un espacio académico que persigue tres objetivos fundamentales: primero, tender puentes entre la universidad y la sociedad; segundo, aportar a la renovación de la educación jurídica en nuestro país; y tercero, contribuir, a través del uso del derecho, a la solución de problemas estructurales de la sociedad, particularmente aquellos que afectan a los grupos más vulnerables de nuestra comunidad. Ver http://gdip.uniandes.edu.co/

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