OPINIÓN

La opinión es de Uribe

No puede existir un verdadero estado de opinión sin rabia. Hay que estar en contra de algo; las propuestas así corren más. El Centro Democrático es experimentado en mover a sus votantes.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
23 de junio de 2019

Tal vez no haya un hombre que simbolice mejor la ideología que llamamos “uribista” que José Obdulio Gaviria. Estuvo con Álvaro Uribe Vélez desde el inicio, cuando Uribe se identificaba con el poder popular de Ernesto Samper. Incluso en la década de las ochenta, Gaviria era del grupo de izquierda Firmes. Como Uribe, Gaviria se desencantó con los movimientos de izquierda y giró a la derecha. Muy a la derecha.

Durante el gobierno de Uribe, Gaviria se convirtió en la eminencia gris, un asesor que le comentaba los grandes temas. Una de sus primeras tareas fue abolir la mención del conflicto en los documentos oficiales. Fue tan exitosa que SEMANA le dedicó una portada para desvirtuarlo. Pero no sirvió, hoy sigue en las mismas.

En el segundo cuatrienio de Uribe, y al ver que las relaciones entre el gobierno y las Cortes iban de mal en peor, Gaviria se inventó la frase “el estado de opinión”. Era novedosa en ese momento. Más aún con los niveles de apoyo al presidente que reflejaban las encuestas. Parecía un contrasentido que unas Cortes impopulares pudieran impedir los logros del primer mandatario.

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Con el paso de los meses, la discusión pasó de los recintos académicos a la política nacional. Y formó parte del discurso de Uribe. El estado de opinión se presentaba por encima del estado de derecho, que había que confiar en el constituyente primario ante las locuras de las Cortes. Tuvo adeptos. Hace 10 años había una corriente de opinión que legitimaba ese pensamiento. Al fin de cuentas, su principal promotor era el presidente más popular de la historia de Colombia.

Pero no cuajó según lo esperado. No se aprobó la segunda reelección: la Corte Constitucional le cortó las alas. El presidente Uribe aceptó el fallo confiando en que cualquiera que lo sucediera  –Juan Manuel Santos o Andrés Felipe Arias– sería una fiel copia suya. El Ministerio de Defensa seguiría en sus manos y la seguridad democrática sería la base del nuevo gobierno. Santos no le siguió el juego, como se vino a ver más adelante. 

Ahora, regresa el debate del estado de opinión con un ambiente igual de crispado. Las otras ramas –el Congreso y la Justicia– no le hacen caso al Ejecutivo. Todas las iniciativas mueren y con cada derrota el Gobierno pierde espacio. A pesar de haberse ganado el plebiscito en 2016, hoy no están los votos. Por eso el retorno del estado de opinión. Es el único caso en el que el uribismo tiene una victoria. En la entrevista a La FM el miércoles pasado, Uribe dijo que le propinaron un golpe de Estado al desconocer el resultado. Y sin afirmarlo, se mostró muy favorable a algunos puntos del referendo que Herbin Hoyos anda proponiendo. 

Es lógico que en el corto plazo se emberraquen los votantes. Realmente es el quid del asunto: no puede existir un verdadero estado de opinión sin rabia. Hay que estar en contra de algo; las propuestas así corren más. El Centro Democrático es experimentado en mover a sus votantes. 

Así las cosas, el expresidente parece revivir la historia de hace 10 años. En ese entonces, cada palabra y gesto de Uribe era reportado. Un campo en el que no perdería. Era demasiado valioso para el acontecer de la Nación. De la patria. Uribe disfrutaba de ser caudillo. Nunca fue muy amigo de los controles, limitaban la iniciativa. El estado de opinión reflejaba su pensamiento. Y desde su perspectiva, era el correcto y el más democrático. Con un inciso: siempre ganaba.

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No sorprende que una década después Uribe retome el mismo cuento que goza del apoyo irrestricto del uribismo. Es diciente que el editorial del 16 de junio de Los Irreverentes exprese sin tapujos su respaldo al referendo. Arranca con “el asunto no da espera”. Después cita al presidente (sí, sin el ex) Uribe quien expone las virtudes del estado de opinión. Que es “una manifestación clara de la tesis de la democracia deliberativa elaborada por el filósofo alemán Jürgen Habermas no contradice en absoluto al estado de derecho”. Dice que “es la manifestación más clara del desarrollo del estado de derecho”. 

Y luego cuenta que la “tridivisión de los poderes es, hoy por hoy, letra muerta”. No se puede confiar en los magistrados y entonces la única opción es el referendo. El editorial es compartido por –¡sorpresa!– José Obdulio Gaviria, con el titular “¡Que el pueblo decida! Orden en casa”. 

Esa es la señal inequívoca de que el uribismo va por el referendo y en contra de los magistrados que lleva varios meses atacando. Va, obviamente, en contra de las desprestigiadas Farc. En el fondo lo que todo este debate permite es que Uribe siga vigente. Mientras la paz con las Farc domine la conversación, él será el centro de atención. En realidad, al final del día lo que importa es Uribe, Uribe y Uribe.

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