OPINIÓN

La oposición

“¡Uribe! ¡Uribe! ¡Uribe!”, clamaban los uribistas puestos en pie en la plaza de Bolívar cuando Macías pronunciaba su discurso de recepción para Iván Duque, el nuevo presidente de Colombia, a quien el orador casi no mencionó ni siquiera por protocolaria cortesía.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
11 de agosto de 2018

Tantas y tantas leyes nuevas estableciendo un novedoso y solemne Estatuto de la Oposición, para que aquí a la oposición no la maten. Tantas y tantas discusiones y especulaciones sobre quién debería ser el jefe de la oposición en el nuevo Congreso: que si el progresista Gustavo Petro, que si el moirista Jorge Robledo, que si la verde Claudia López, excelentes oradores los tres y dueño cada uno de un serio programa político alternativo.

Pero en más de una ocasión salta la liebre por donde no se espera. Y desde la tarde misma de la posesión presidencial del uribista Iván Duque el papel de la oposición a su gobierno lo tomó, de raponazo, su propio partido: el Centro Democrático del autoritario expresidente y hoy reptilíneo senador Álvaro Uribe Vélez.

A la manera de Uribe: por interpuesta persona. Por la persona, supongo que inocente, del senador Ernesto Macías: tosco orador, opaco político de provincia llevado al Senado por el rígido dedo índice de Uribe y designado ahora por él como su accidental sustituto en la presidencia del Congreso para soslayar las posibles incapacidades judiciales del expresidente. El discurso de Macías, en medio de la tormenta que arrancaba paraguas y banderas, fue el más violento que se haya pronunciado en el Capitolio de Colombia en los últimos cien años: contra el gobierno anterior, sí, el de Juan Manuel Santos, por sus errores de blandura; pero también contra el gobierno que todavía no ha comenzado de Iván Duque, contra sus posibles tentaciones de blandura. Macías, por cuenta propia o de su jefe, advirtió, amenazó, ordenó, censuró, dio instrucciones, y dejó en claro que una cosa es el gobierno y otra el partido del Centro Democrático, que es el que manda. Y que su jefe y fundador, el expresidente o “presidente eterno” Álvaro Uribe, es su jefe.

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Con lo cual tienen los uribistas las dos cosas: el gobierno en el gobierno, y la oposición en el Congreso. ¿Y Duque qué?

Duque, quieto. “¡Uribe! ¡Uribe! ¡Uribe!”, clamaban los uribistas puestos en pie en la plaza de Bolívar cuando Macías pronunciaba su discurso de recepción para Iván Duque, el nuevo presidente de Colombia, a quien el orador casi no mencionó ni siquiera por protocolaria cortesía. “¡Uribe, Uribe, Uribe!”. En las pantallas de la televisión el expresidente Álvaro Uribe, sentado como suele monaguilmente en el filo de su sillita, fingía hacer que no, que no, con la manita, mientras con la cabecita hacía que sí, que sí. Y no se movía ni un músculo en la cara del nuevo presidente Iván Duque sentado en la tarima, como hecha toda de una blanda impenetrabilidad estólida copiada del difunto Julio César Turbay, cruzadas las dos manos sobre la barriga, en ese momento, que hubiera debido ser el de su triunfo y se estaba convirtiendo en el de su humillación pública a manos del partido que lo llevó a la presidencia. Sus excompañeros de curul senatorial –Paloma, José Obdulio– dirían luego que el discurso censorio de Macías había sido una pieza magistral, y el jefe de todos ellos lo calificaría de “absolutamente necesario”.

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Antes, la alfombra azul, las bailarinas folclóricas dando brincos entre los tres mil invitados oficiales, los miembros de las altas cortes relegados hasta las más remotas filas del gallinero tras el sicodélico muro de flores, los expresidentes Samper y Pastrana dándose la enfurruñada espalda, las frutas tropicales y los pájaros en jaula, los acordeones vallenatos, las gaitas escocesas (¿?). Etcétera.

“¡Uribe! ¡Uribe! ¡Uribe!”, clamaban los uribistas puestos en pie en la plaza de bolívar cuando Macías pronunciaba su discurso de recepción para Iván Duque, el nuevo presidente de Colombia, a quien el orador casi ni mencionó ni siquiera por protocolaria cortesía

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Y el largo discurso vacío del nuevo presidente, al cual nadie le puso la menor atención a pesar de sus gritos de campaña. Y en el que no dijo nada. Pareció absolutamente innecesario.

Y finalmente, a través de la ubicua televisión, pudimos ver al presidente Duque recibiendo el abrazo de Judas de su jefe y presidente eterno. Y se le llenaban (a Duque) los ojos de lágrimas.

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