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Opinión

La oscura realidad de la dictadura

El deseo de un nuevo tiempo, de una nueva temporada, la aspiración de que por fin acabe esta era destructiva y empobrecedora, pareciera no llegar.

Wilson Ruiz Orejuela
1 de agosto de 2024

25 años han sido muchos. La recordada prosperidad y desarrollo del pueblo venezolano es tan solo eso, un recuerdo, una añoranza de un tiempo pasado que con el transcurrir de los años el régimen socialista y dictatorial de Maduro y su séquito pretende borrar de la memoria y el imaginario colectivo de los venezolanos, limitando así cualquier aspiración y, de paso, cercenando todo anhelo de que las cosas pudiesen ser distintas. El deseo de un nuevo tiempo, de una nueva temporada, la aspiración de que por fin acabe esta era destructiva y empobrecedora, pareciera no llegar. Los venezolanos observan cómo se esfuman sus sueños, así como a quien se le escurre la arena entre los dedos o como quien pretende empuñar en sus manos una corriente de agua; la inmensidad de esta hermana nación experimenta cómo estas esperanzas se dispersan, y pareciera, tal como sucede en un tribunal de justicia, que una vez más un injusto verdugo emitiera una nueva condena por seis años más, de una sentencia de esclavitud que pareciera ser perpetua.

El pasado domingo 28 de julio de 2024 quedará registrado en el mundo político latinoamericano como la fecha en que la democracia y la voluntad del pueblo venezolano fueron burladas de la manera más vil de parte un tirano cuya única pretensión es detentar el poder de forma vitalicia. El sistema electoral del hermano país se precia de ser de los mejores y más efectivos del mundo y este fue claro en definir la voluntad popular; sin embargo, los sistemas no actúan solos y son administrados y manejados por seres humanos quienes, “fieles” a la orden de “patria, socialismo o muerte”, escogieron una vez más la muerte, alterando resultados y produciendo la falsedad de los escrutinios electorales.

El régimen decidió “matar” las esperanzas, los sueños y las aspiraciones de una nación que busca una alternativa distinta al exilio, de una niñez y una juventud que anhelan crecer en una sociedad diferente a la que solo han conocido desde que la fracasada promesa de socialismo llegara a su país, una donde se les brinde oportunidades, que les garantice educación, formación, desarrollo, un lugar donde la riqueza no solo sea un patrimonio cuantificable, sino inmaterial, una riqueza propia de un pueblo pujante y que aspira a más.

El fraude a la democracia advierte que con un 73,2 % de las actas de votación cotejadas por la oposición venezolana, Edmundo González Urrutia registra 6.275.182 votos contra 2.759.256 del dictador Nicolás Maduro; lo anterior evidencia la gran estafa electoral anunciada hacia la última hora del día domingo, cuando se informó la continuidad de la ruina y la miseria como banderas de gobierno por seis años más. Esto se agrava por cuenta de la negativa del CNE venezolano de realizar el conteo voto a voto y la revisión de las actas de votación de cara al pueblo y la comunidad internacional.

Maduro gobierna desde abril de 2013, luego de suceder a Hugo Chávez; entre 2012 y 2020, la economía venezolana se contrajo 71 %, mientras que la inflación superó el 130.000 %. El monto del salario mínimo que reciben millones de venezolanos, y que se mantiene inamovible desde marzo de 2022, es de 130 bolívares al mes, unos 3,55 dólares, mientras el ingreso promedio en el sector privado, que ha mejorado en años recientes, es de unos 110 dólares mensuales.

El propio Banco Central de Venezuela reconoció que entre 2013 y 2018 el producto interno bruto (PIB) del país se contrajo 52,3 %, y el descenso continuó con fuerza en 2019. Organizaciones no gubernamentales y economistas independientes estiman que la deuda externa de Venezuela oscila entre los 140.000 y 154.000 millones de dólares; en 2015, el gobierno dejó de publicar cifras oficiales por largos períodos y cuando las publica estás son incompletas.

A partir de los eventos del domingo y la actitud del régimen, se han exacerbado los ánimos de un pueblo que no quiere sufrir más, que observa cómo se roban de frente la voluntad de cambio, de un verdadero cambio. Ya el dictador ha ordenado frenar todo “intento de guaripeo” y además ha dispuesto colocar en marcha la orden a sus milicias que “candelita que se prenda, candelita que se apaga”.

Se esperan días oscuros para el hermano país. La libre autodeterminación de los pueblos que tanto han referido algunos “demócratas de ocasión” encuentra límites en las dictaduras que someten al pueblo a la muerte. La comunidad internacional y los países de Latinoamérica debemos rodear al pueblo de Venezuela y darle la espalda al dictador; Colombia debe asumir un protagonismo y un liderazgo en esta tarea, no es concebible que nuestros dirigentes vendan sus afectos a una inerte lucha ideológica. No se trata de ideología, se trata de verdad, de realidad, de la diferencia entre la vida y la muerte, no puede Colombia inclinar sus preferencias por una carga que implica el desvalor absoluto sobre una nación hermana.

¡Venezuela, despierta y sé libre! Esperemos que puedan ser verificados los resultados acta a acta, voto a voto, para que así pueda reanudarse el punto de inicio al fin del fracasado régimen que no ha hecho cosa distinta a venderle al pueblo un humo tóxico de un socialismo que lleva un cuarto de siglo trayendo miseria, mutilación mental y un quebrando a toda estructura institucional. La lucha seguirá vigente y el pueblo resurgirá a partir de las cenizas de un sistema que está próximo a caer.

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