Opinión
La palabra del Contralor
Ni rastro, pues, de los actuarios, economistas, contadores, abogados, ingenieros de sistemas y profesionales en salud. Fue un embuste del contralor.
El 17 de septiembre, el contralor Carlos Hernán Rodríguez anunció en el Congreso que había tomado la determinación de crear una unidad especial de reacción llamada la Ruta del Dinero en la Salud o Unidad Especial para la Defensa de los Recursos de la Salud. Dijo que estaba conformada por un equipo técnico de profesionales expertos, entre ellos, actuarios, economistas, contadores, abogados, ingenieros desistemas y profesionales de la salud. La Unidad Especial no existe. Es una mentira. Fue un engaño del contralor.
Esto fue lo que contestó la Contraloría cuando se le solicitaron, mediante un derecho de petición, los nombres de los funcionarios asignados a la Unidad Especial: “La referida unidad especial, no ha sido creada, razón por la cual, no cuenta con determinación de funciones y mucho menos con asignación de recurso humano”. El oficio lo firma el director de la oficina jurídica de la Contraloría, Javier Tobo Rodríguez, y está fechado el 28 de octubre. Ni rastro, pues, de los actuarios, economistas, contadores, abogados, ingenieros de sistemas y profesionales en salud. Fue un embuste del contralor.
Pensándolo bien, hay otro enfoque de este engaño. El contralor lanzó una mentira, pero una mentira que no nos cuesta a los contribuyentes, porque el pequeño ejército de burocracia adicional destinado a la Unidad Especial para la Defensa de los Recursos de la Salud no se nombró. Entonces pido un aplauso para el contralor por el ejemplo de austeridad fiscal que acaba de dar. Es un ejemplo a seguir. Permite pensar en el paso siguiente, que sería que, en lugar de tener un contralor con asesores, escoltas, carros blindados y miles de subalternos, contratemos un actor de teatro regordete para que periódicamente aparezca en el Capitolio Nacional como contralor general de la República y con voz segura y enérgica diga ante el micrófono mientras agita unas hojas de papel con la mano izquierda: “He tomado la determinación…”.
El paso sucesivo será, entonces, que en lugar de tener congresistas permanentes que devenguen treinta y pico salarios mínimos mensuales tuviéramos unos doscientos o trescientos actores de teatro a los cuales se les pagaría, por llenar las curules del Congreso, lo que ganan los extras de una telenovela. Luego solo faltaría el paso final. El presidente sería un actor con cara de seminarista amargado, como Petro. Sus funciones serían las mismas: llegar tarde a todas partes, o no llegar. Pararse en todas las esquinas para denunciar golpes blandos y viajar a Caracas para tomarse fotos en el Palacio de Miraflores poniendo cara de estafeta regañado de Nicolás Maduro. En la Casa de Nariño solo habría que pagar un sueldo permanente, el de Laura Sarabia. Todos los demás serían actores y actrices a destajo. Nos llamarían Colombia, Potencia Mundial del Teatro. Y seguiríamos siendo una de las democracias más antiguas del continente.
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