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Carlos Iván Pérez

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La paz: ¿conducta o discurso?

Por un lado, el Gobierno se muestra dócil y paciente, estableciendo pactos con actores violentos que no muestran voluntad seria y estable de paz. Por otro, el mismo Gobierno que pregona conciliación ha sido el encargado de estigmatizar a la oposición y a los independientes: están conmigo o en mi contra.

17 de febrero de 2023

En la primera mitad del siglo XX se dio el surgimiento de un grupo de nuevas propuestas ideológicas colectivistas como el fascismo, el nacionalismo o el comunismo, por medio de caudillos como Oswald Mosley y de partidos políticos como la British Union of Fascists, la Falange Española o Action Française.

En agosto de 1938, París acogió una reunión de pensadores que incluía célebres nombres como Hayek, Von Mises y Rüstow, motivados a unirse ante la inminente amenaza de perder un sistema basado en la libertad individual; tenían como objetivo refundar el liberalismo clásico.

A esta convención se le conoció como el coloquio de Lippmann, en honor a uno de sus participantes, y es considerada la primera aparición del término “neoliberal”. En realidad, se hacía alusión a un nuevo liberalismo, que no era más que una manera semántica de marcar el cambio de nuevos paradigmas dentro de la ideología misma.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Hayek y otros intelectuales fundaron la autodenominada Sociedad Mont Pèlerin para defender valores liberales como la economía de mercado y la libertad de expresión. No obstante, hasta la década de los setenta inicia el protagonismo de las ideas “neoliberales”, debido a los problemas económicos derivados de las políticas keynesianas.

A partir de ese momento, se puede observar poca homogeneidad en los comportamientos de los estados occidentales desde perspectivas teóricas y prácticas. Por ejemplo, hay diferencias notables entre la escuela austriaca y la escuela de Chicago, del mismo modo que el paquete de reformas de Thatcher y de Reagan propuestos casi a la par.

El término “neoliberal” carece de exactitud, le es imposible clarificar y describir a qué se refiere en relación con una postura política, pues es muy amplio. Al respecto, desde el inicio del siglo XXI, este término ha sido utilizado sistemáticamente de manera peyorativa por los partidos políticos de izquierda en América Latina para referirse a los opositores del intervencionismo estatal.

“Neoliberal” fue tal vez una de las palabras que más enunció el presidente Petro en el discurso del pasado martes. Con dicho término se refirió a todo colombiano que piense que el paquete de reformas que auspicia él puede vulnerar la eficiencia del sistema estatal, incluyendo parte de los aliados del Pacto Histórico. Lejos de querer evaluar alguna política pública mencionada en el discurso, es de resaltar la polarización suscitada en el mismo, sobre todo en un país tan violento.

No es que llamarnos “neoliberales” sea estrictamente antidemocrático, el problema radica en la segregación que genera uniformar y simplificar con esa palabra las distintas causas por las que se oponen los ciudadanos a algunas de sus reformas. Lo curioso es que el discurso polarizador no está presente cuando se habla de la ‘paz total’, no se intenta generar este hábitat conflictivo, sino que se invita a la conciliación. A pesar de ello, la paciencia se agota cada vez más y las negociaciones tienden a verse cada vez menos recíprocas.

Durante la Cumbre de Gobernadores de hace unos días, Juan Guillermo Zuluaga, facultado como gobernador del Meta y representante de algunos de sus pares (la mayoría de departamentos aislados), denunció distintos hechos de violencia por parte de diversos grupos armados, entre los cuales figuran las disidencias de Las Farc. Expresó la preocupación por la presencia ininterrumpida de estos delincuentes en municipios y zonas rurales de diferentes regiones del país. Ahora bien, puede que sea la voz de un representante político, pero son los mismos miembros de las juntas de acción comunal quienes hacen este llamado de seguridad.

La cordillera de los Andes funciona como un muro natural que históricamente ha restringido la presencia efectiva del Estado en los Llanos Orientales. Por consiguiente, ha sido una de las regiones más vulneradas en el marco del conflicto armado. Gracias al proceso de paz, se logró consolidar la seguridad en puntos críticos que ocultaban maravillas naturales, por lo que se fortaleció el turismo, al igual que la sensación de tranquilidad mejoró en los agricultores, lo que dio paso a mejores índices comerciales. Aun así, ha vuelto la incertidumbre a municipios como Vista Hermosa, Lejanías, Puerto Lleras o La Uribe, porque distintos grupos al margen de la ley acosan a la población sometiéndola a toques de queda, reuniones forzadas o extorsiones comúnmente llamadas “vacunas”.

La incertidumbre del gobernador del Meta encontró una respuesta parcial en las declaraciones del presidente Petro desde Yarumal, Antioquia. Hizo énfasis en aclarar la terminología referente a las negociaciones de paz y dio luz verde para perseguir a quienes vulneren el cese de hostilidades, aunque no se le ha visto articular un plan de acción contundente y coordinado con los gobernadores para contrarrestar los atropellos que los colombianos sufren mientras se firma la paz total.

Por un lado, el Gobierno se muestra dócil y paciente, estableciendo pactos con actores violentos que no muestran voluntad seria y estable de paz. Por otro lado, el mismo Gobierno que pregona conciliación ha sido el encargado de estigmatizar a la oposición y a los independientes, sometiéndolos a una clasificación binaria frente a las reformas que propone: están conmigo o en mi contra.

Desde mi punto de vista, es claro que algo de incoherente tiene esa lógica. Deberán replantearse quién debe recibir el respeto y la inclusión de los altos funcionarios de turno a la hora de estructurar “el cambio”.

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