OPINIÓN
La pegajosa campaña de Rodolfo Hernández
Vemos entonces que el ingeniero es quizás el candidato que más habilidades y recursos tiene para conectarse con el electorado, aplicando una receta que combina creatividad, redes sociales y decisiones controversiales.
No cabe duda de que el gran fenómeno de las elecciones presidenciales para el 2022, al menos hasta lo que conocemos hoy, es Rodolfo Hernández, el controversial ex alcalde de la quinta o sexta ciudad más grande de Colombia. Su impronta revolucionaria no se refleja exclusivamente en las encuestas en las que sólidamente se apoderó del segundo lugar, por encima de otros exalcaldes de ciudades más importantes, que también aspiran a la máxima dignidad del Estado. La verdadera revolución del ingeniero está en su forma de hacer política y, concretamente, en la comunicación de su campaña, que reúne todos los elementos para ser un importante caso de estudio en las universidades.
Lo primero que hay que destacar es la excelsa aptitud innata de comunicación empática que tiene Hernández. No hay que prepararlo mucho para que conecte con la gente porque él es la gente. Habla como la gran mayoría de colombianos: con desparpajo, acidez y atrevimiento. Y dice lo que la gente quiere decir: ¡que la política no sirve para nada! Entonces Hernández es, en sí mismo, una gran semilla de comunicación política para estos tiempos electorales en los que el abono es la fatiga de la democracia, el descrédito de las instituciones públicas y la inequidad social.
Es el Messi colombiano de la comunicación política. Así lo entendieron sus publicistas argentinos que lo ayudaron como empresario hace más de 20 años, que luego lo impulsaron para llegar a la alcaldía de Bucaramanga y que ahora lo están consolidando como un candidato auténtico y pegajoso.
La estrategia para lograrlo es muy interesante. Lo primero ha sido la apropiación de un territorio temático propio: el destierre de la corrupción política. Y lo segundo, enfocarse casi que exclusivamente en un público: los pobres y los inconformes con el establecimiento. Pero, sobre todo, los pobres. Así, Hernández se está adueñando de un gran volumen de jóvenes, amas de casa y trabajadores con dos, o menos de dos, salarios mínimos. Todos pobres e inconformes.
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Desde la alcaldía de Bucaramanga, el ingeniero ya había conquistado en Facebook a muchos ciudadanos vulnerables por medio de “Hable con el Alcalde”, un programa en el que se dedicó a escuchar las frustraciones de los bumangueses y a despotricar de su antecesor, de los políticos y del establecimiento político del que él hacía parte. Era un espacio en el que el ingeniero se comunicaba más como candidato que como autoridad.
Por eso su paso a otras redes sociales, pero particularmente a Tik Tok, fue pan comido para el exalcalde, pese a su edad. Ya estaba entrenado y conocía el valor que aportan las redes a sus aspiraciones. Por ello no luce forzado o acartonado como Óscar Iván Zuluaga o Alejandro Gaviria, sino todo lo contrario: se le ve espontáneo y divertido. Conecta. Y además transformó su programa de Facebook, el que tenía como alcalde, en “Hable con el ingeniero” y “Mi contrato social con…”, dos espacios que usa como candidato presidencial para lo que mejor sabe hacer: convertir las necesidades y frustraciones de los pobres en veneno verbal contra la clase dirigente y las instituciones políticas. Allí llegan miles de taxistas, camioneros, tenderos y empleados domésticos, principalmente. Hoy cuenta con 266.300 seguidores y 1.9 millones de likes en Tik Tok, que no alcanzan a tener Petro, Zuluaga y Fajardo unidos.
Además, sus publicistas argentinos conocen el poder de la comunicación inconsciente. Por eso, en sus transmisiones el candidato tiene de fondo una pared blanca con una frase alusiva a la pobreza y una foto a blanco y negro de un niño pobre. En su sede política de Bucaramanga abundan fotografías gigantes de gente y escenarios pobres. La pobreza como insumo de creatividad publicitaria, claramente.
Por otra parte, la comunicación política de Hernández, y su estrategia en esencia, contiene una buena dosis de espectacularidad. Su protagonismo personal en las redes sociales lo corroboran, porque parece más una estrella madura del rock que un líder político o empresarial. Pero más allá de las redes, sus decisiones están afirmando su vocación por el espectáculo, como lo demuestra con su apetito por figuras muy visibles, pero con nula experiencia en la gestión pública, como es el caso de Mario Hernández, Arturo Calle y Beatriz Fernández (Crepes & Waffles) a quienes invitó a sumarse como su fórmula vicepresidencial. Pero por fortuna, responsablemente, no aceptaron.
Sin embargo, lamentablemente, Paola Ochoa, la periodista de oficio y administradora de empresas de profesión, sí mordió el anzuelo aceptando la candidatura a la vicepresidencia con el ingeniero. Cien puntos para él por lograr su cuestionable objetivo, pero tache para Paola por su irresponsable decisión porque es obvio que su destellante talento como periodista y columnista no le alcanza para aspirar a liderar una institución como la Vicepresidencia, y menos —eventualmente— la Presidencia, considerando que su ahora jefe político tiene 76 años.
Sagazmente Hernández compró visibilidad mediática con la elección de Paola, quiere conquistar a las mujeres de a pie y no está dispuesto a tener un compañero o compañera que lo controvierta o rete políticamente. Pero también busca mantener la controversia pública que tantos réditos electorales le ha dado, porque la periodista venía posicionándose con opiniones polémicas anti-establecimiento, como lo evidencian sus recientes posiciones sobre la lactancia materna, el paro nacional del 2021 y la vacuna covid para adultos mayores.
Vemos entonces que el ingeniero es quizás el candidato que más habilidades y recursos tiene para conectarse con el electorado, aplicando una receta que combina creatividad, redes sociales y decisiones controversiales, repitiendo como loro su monólogo anticorrupción sin conocimiento aceptable de otros temas iguales o más importantes. Pero opinando sobre lo que le pregunten con agraciado atrevimiento anti-establecimiento.
Ojalá William Ospina, fabuloso escritor pretendido por Hernández, no caiga en la trampa.